Entonces esos poderes, que trabajan para el sufrimiento, tendrán su recompensa, y día a día producirán Tu alabanza, y mi alivio; me edificarán con cuidado y valor, hasta que llegue al cielo y, aún más, a Ti.
— George Herbert, “Aflicción IV”
Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido. Oí una potente voz que provenía del trono y decía: “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán Su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir”.
— Apocalipsis 21:1-5
No hay nada más práctico para quienes sufren que tener esperanza. La pérdida de la esperanza es lo que hace que el sufrimiento sea insoportable. Y aquí, al final de la Biblia, está la mayor esperanza, un mundo material en el que todo el sufrimiento se ha ido, en el que toda lágrima será enjugada de nuestros ojos. Esta es una esperanza viva y transformadora.
¿A quién estaba escribiendo Juan en el libro de Apocalipsis? Estaba escribiendo a personas que sufrían cosas terribles. El versículo 4 nos muestra la lista. Estaba escribiendo a personas que estaban experimentando aflicciones, peligro de muerte, llanto y dolor. Este libro fue escrito cerca del final del primer siglo, cuando el emperador romano Domiciano estaba llevando a cabo persecuciones de cristianos a gran escala. A algunos les quitaban sus hogares y los saqueaban, y otros eran enviados a la arena para ser despedazados por bestias salvajes mientras el público observaba. Otros eran empalados en postes, cubiertos con brea y, estando aún vivos, les prendían fuego. Eso es lo que los lectores de este libro estaban enfrentando.
¿Y qué les dio Juan para que pudieran enfrentar todo esto? Juan les recordó la mayor esperanza de todas: la llegada de un cielo nuevo y una tierra nueva. Eso fue lo que les dio para enfrentarlo, y la historia nos confirma que funcionó. Sabemos que los primeros cristianos asumieron su sufrimiento con gran serenidad y paz, que cantaron himnos mientras las bestias los desgarraban y que perdonaron a sus verdugos. Es por esto que mientras más los mataban, más crecía el movimiento cristiano. ¿Por qué? Porque cuando la gente los veía morir de esa manera, decían: “Esta gente tiene algo”. Bueno, ¿saben lo que tenían? Tenían esto: una esperanza viva.
Los seres humanos son criaturas diseñadas para la esperanza. La forma en que vives ahora está completamente controlada por lo que crees sobre tu futuro. Estaba leyendo una historia hace algunos años sobre dos hombres que fueron capturados y arrojados a un calabozo. Justo antes de ir a prisión, uno de los hombres descubrió que su esposa y su hijo estaban muertos, y el otro se enteró de que su esposa y su hijo estaban vivos y lo esperaban. En los primeros años de su encarcelamiento, el primer hombre se consumió de tristeza y finalmente murió. Pero el otro hombre aguantó, se mantuvo fuerte y salió diez años después. Ten en cuenta que estos dos hombres experimentaron las mismas circunstancias pero respondieron de manera diferente porque, aunque experimentaron el mismo presente, tenían la mente puesta en futuros diferentes. El futuro era lo que determinaba la forma en que manejaban el presente.
Juan tenía razón, entonces, al ayudar a las personas que sufren dándoles una esperanza. ¿Crees que cuando mueras sencillamente te pudrirás? ¿Crees que la vida en este mundo es toda la felicidad que obtendrás? ¿Crees que algún día el sol va a morir, que toda la civilización humana se extinguirá y que nadie recordará nada de lo que se haya hecho? Esa es una forma de imaginar tu futuro. Pero aquí está otra. ¿Crees en “un cielo nuevo y una tierra nueva”? ¿Crees que toda maldad e injusticia será juzgada en el día del juicio? ¿Crees que te diriges hacia un futuro de gozo eterno? Esos son dos futuros completamente diferentes, y lo que creas determinará la manera en que vas a manejar tus prisiones, tu sufrimiento.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Caminando con Dios a través de el dolor y el sufrimiento, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Página 345-347
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Si no identificamos los propósitos redentores de un texto, podemos decir todas las palabras correctas acerca de un texto bíblico y aun así enviar todas las señales incorrectas. Escucho ejemplos de esta falta de comunicación casi cada vez que la estación de radio más escuchada en nuestra ciudad transmite su “meditación” matutina. En cada meditación, el predicador trata un tema —la procrastinación, el cuidado de los hijos, la honestidad en el trabajo, etc.— con uno o dos versículos bíblicos. La estación aumenta la reverberación durante el minuto inspirador, de tal forma que suena como si las palabras vinieran directamente del monte Sinaí. No poner atención parece casi pecado. Mientras el predicador nos recuerda practicar la puntualidad, la buena paternidad y la ética en los negocios, me imagino a miles de oyentes cristianos asintiendo con sus cabezas y diciendo al unísono: “Es cierto... así es como debemos vivir”.
He puesto grabaciones de estas meditaciones en mis clases de seminario y he preguntado si alguien puede discernir el error. Casi nunca detectan un problema. El expositor cita de la Biblia con precisión, defiende causas morales y promueve conductas amorosas. Así que los estudiantes se asombran cuando les señalo que el predicador de la radio no es cristiano. De hecho, representa a una gran secta.
¿Cómo es esto posible? ¿Cómo pueden tantos cristianos (aun aquellos bien informados) aprobar con tanta facilidad las palabras de alguien cuyos compromisos son radicalmente anticristianos? La respuesta es que el locutor de radio no revela su herejía en lo que dice, sino en lo que no dice. Nunca hablará sobre la obra expiatoria de Cristo ni sobre la habilitación del Espíritu Santo. Cada mensaje se centra en la superación humana por medio de la fuerza de voluntad humana. Pero este enfoque no es lo más penoso. El problema más significativo es que muchos cristianos aprueban sus mensajes porque difieren muy poco de los sermones que escuchamos regularmente de los predicadores evangélicos.
Un mensaje que solo aboga por la moralidad y la compasión sigue siendo subcristiano, aun cuando el predicador pueda probar que la Biblia demanda tales conductas. Al ignorar el estado caído de la humanidad y el hecho de que nuestras mejores obras necesitan el rescate de Dios (Is 64:6; Lc 17:10), y al descuidar la gracia de Dios que hace que la obediencia sea posible y aceptable (1Co 15:10; Ef 2:8-9), estos mensajes trastornan el mensaje cristiano. A menudo los predicadores cristianos no reconocen este impacto antievangélico en su predicación porque están simplemente promoviendo una conducta que se especifica claramente en la porción del texto que tienen delante. Pero un mensaje que enseñe incluso inadvertidamente que nuestras obras son el único requisito para obtener la aceptación de Dios terminará alejando a la gente del evangelio. Por sí mismas, las máximas morales y las exhortaciones a mantener la ética que no llevan a una dependencia piadosa no solo son subcristianas, sino que son anticristianas. Jay Adams lo explica con una elocuencia apasionada:
Si predicas un sermón que sería aceptable para el miembro de una sinagoga judía o para una congregación unitaria, hay un serio problema con el mismo. La predicación verdaderamente cristiana es inconfundible. Y lo que la hace inconfundible es la presencia dominante de un Cristo salvador y santificador. Jesucristo debe estar en el centro de cada sermón que predicas. Esto es igual de cierto para la predicación que edifica como para la predicación evangelística.
... La predicación para edificación siempre debe ser evangélica; eso es lo que la hace moral y no moralista, y lo que hace que esta sea inaceptable en una sinagoga, una mezquita o una congregación unitaria. Con evangélica, me refiero a que la importancia de la muerte y resurrección de Cristo —Su muerte sustitutiva y resurrección corporal— para el tema a considerar se muestra claramente en el sermón. No debes exhortar a tu congregación a hacer cualquier cosa que la Biblia requiera de ellos como si ellos pudieran cumplir esos requisitos por ellos mismos, sino solo como una consecuencia del poder salvador de la cruz y de la presencia santificadora de Cristo en la persona del Espíritu Santo. Para ser cristiana, toda predicación para edificación debe considerar plenamente la gracia de Dios en la salvación y en la santificación.
Todas las demás religiones enseñan que los humanos alcanzan a Dios por alguna medida de esfuerzo o a través de algún estado mental, pero la afirmación única del cristianismo es que Dios nos alcanza con gracia debido a nuestra insuficiencia. La Biblia enseña que nuestra relación con Dios no se basa en lo que hacemos sino en lo que Cristo ha hecho: nuestra fe está en Su obra, no en la nuestra (Gá 2:20). Por tanto, una descripción precisa de los mandatos bíblicos no garantiza la ortodoxia cristiana. Las exhortaciones a cumplir con una conducta moral sin la obra del Salvador se convierten en mero fariseísmo, aun cuando los predicadores promuevan las acciones con apoyo bíblico y buenas intenciones. Una espiritualidad basada únicamente en la conducta personal no puede escapar de su órbita centrada en el humano, aunque su intención sea elevarlo a lo divino.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro La predicación Cristocéntrica, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Página 100
Es posible leer una historia, encontrarla interesante y, aun así, perderte por completo su mensaje central. Por ejemplo, podrías poner una atención desmedida en el escenario o en los personajes secundarios. Podrías leer solamente párrafos aislados o saltar sin rumbo de un lugar a otro. Incluso podrías tratar de confeccionar la trama de la historia o su moraleja desde diversas secciones desconectadas. Pero si haces algo así, lo más probable es que malinterpretes la historia, la figura del héroe y los temas principales.
La Biblia es una historia divinamente inspirada y narra dicha gran historia —también llamada metanarrativa— a través de una colección de historias, canciones, poesía, dichos sapienciales, evangelios, cartas y literatura apocalíptica. En conjunto, estos estilos diversos cuentan la historia verídica de la obra redentora de Dios en el mundo. La Biblia contiene sesenta y seis libros escritos por diferentes autores. Dichos autores fueron inspirados por el Espíritu Santo, quien usó la personalidad y el contexto propio de cada uno de ellos para entregarnos el canon de las Escrituras, el cual contiene un único mensaje y tema principal.
Los creyentes reconocen la autoridad divina de las Escrituras e incluso leen y estudian diariamente la Biblia durante años. Y aun así, muchos siguen sin captar su mensaje principal. En Juan 5:39-40, Jesús se dirige a algunas personas en la misma situación y les dice: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de Mí; y no queréis venir a Mí para que tengáis vida”.
Es posible honrar las Escrituras y aun así leerlas y usarlas incorrectamente al no ver el gran panorama que Dios ha diseñado. Afortunadamente, el Autor de la Biblia nos ha dejado un buen número de pistas que señalan claramente el tema central de su historia.
Aquí tienes una pista formidable ofrecida por Jesucristo mismo:
Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de Mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en Su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas. He aquí, yo enviaré la promesa de Mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto (Lc 24:44-49).
Jesús explica dos cosas en este pasaje. En primer lugar, hace la impactante afirmación de que todas y cada una de las partes del Antiguo Testamento —desde el Pentateuco hasta los Profetas y los Salmos— hablan de Su persona. En resumen, Jesús se identifica a Sí mismo como el Mesías prometido. En segundo lugar, dice que Sus discípulos serán testigos de estas cosas a todas las naciones; es decir, a todos los pueblos en todos los lugares.
Dicho de forma sencilla, ¡no entenderás la metanarrativa bíblica hasta que comprendas que todo en ella gira alrededor de Jesús! Desde Génesis hasta Apocalipsis, Jesucristo es el Héroe y el mensaje central de dicha historia. Y aún más, ¡no entenderás quién es Jesús a menos que comprendas cómo el gran panorama bíblico se centra en Él! Jesús es la clave de la interpretación bíblica, y esto significa que aquel que lea cuidadosamente la Biblia lo encontrará al principio de dicha historia, en el medio y al final.
Dios nos ha revelado en las Escrituras los propósitos del Rey, los planes del Rey y las promesas del Rey. A medida que estos temas se van desarrollando en la historia bíblica, debemos prestarles atención y leerlos tal y como Jesús dice que debemos hacerlo. La historia de Dios es una gran historia. En realidad, es la más grandiosa de todas y está centrada en Su plan de redención a través de la persona y obra de Jesucristo. Pero para interpretar la Biblia fielmente, necesitamos las herramientas adecuadas. La disciplina de la teología bíblica es una de dichas herramientas. La teología bíblica nos ayuda a captar el propósito principal de la Biblia, proteger a la iglesia y a guiarla, leer, comprender y enseñar la Biblia como Jesús dijo que debemos hacerlo y nos ayuda en nuestros esfuerzos evangelísticos.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro La teología Bíblica, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Página 100
El evangelio bíblico empieza con Dios, quien creó todas las cosas por Su Palabra. De la nada, Dios habló y fueron creadas todas las galaxias, las nebulosas, las estrellas y los planetas. También creó la vida en nuestro planeta, incluyendo el primer hombre y la primera mujer. Dios los colocó en un huerto y les dio todas las cosas para que las disfrutaran y gobernaran con perfecta libertad. La única prohibición fue que no comieran de un árbol en particular. Pero el rebelde enemigo de Dios entró en el huerto y tentó a Eva, aunque Adán no hizo nada al respecto. Escogieron desobedecer la prohibición de Dios y escuchar en su lugar las falsas promesas de Satanás. Los humanos hemos estado haciendo lo mismo desde entonces. Pero Dios castigará el pecado porque es bueno y justo. Él no es la clase de juez que esconde la suciedad bajo la alfombra, pervirtiendo así la justicia. Él es un juez justo, y eso es malo para transgresores de la ley como nosotros. Rebelarse contra el gobierno justo de un Dios perfecto es indescriptiblemente perverso y merece un castigo de inconcebible severidad y duración. Merecemos un castigo eterno y consciente en el Infierno bajo la ira de Dios.
Pero Dios tenía un plan en su incalculable amor y sabiduría para castigar el pecado —y así ser un juez justo— y al mismo tiempo perdonar a pecadores como nosotros (y así reflejar su misericordia). Eso fue lo que hizo al enviar a Jesucristo —el coeterno y mismo Dios en la persona de Su Hijo— para que se encarnara. Jesús vivió una vida perfecta sin rebelarse nunca contra Dios. Nunca cometió pecado alguno, sino que voluntariamente tomó el lugar de los pecadores. Y al ser clavado en la cruz de madera, cargó sobre Sus hombros toda la fuerza de la justa ira que el Dios todopoderoso tiene en contra del pecado. Cristo cargó sobre Sí mismo el castigo eterno que merecen nuestros pecados. Su sacrificio soberano absorbió el castigo de todos los pecadores que algún día se arrepentirían y confiarían en Él. Dios mostró que había aceptado el sacrificio de Jesucristo cuando lo levantó de la muerte después de haber estado tres días en la tumba.
Ahora este Jesús resucitado ordena a todos en todo lugar que se arrepientan de sus pecados y confíen en Él. Y de manera asombrosa, Cristo nos concede no solo la promesa del perdón, sino también la adopción como hijos e hijas amadas del mismo Dios que hemos ofendido. Si nos hemos arrepentido de nuestros pecados y confiado en Jesús, ahora conocemos la paz con Dios y la esperanza firme de tener gozo eterno y disfrutar de Él para siempre. Ese es el evangelio bíblico y es verdad para todas las personas, todas las lenguas, todos los lugares y todas las culturas a través de los tiempos.
Sea cual sea nuestro papel en la iglesia, lo mejor que podemos hacer es creer este evangelio. Tenemos que meditar en él y medir todo lo que hay en nuestras vidas a la luz de su verdad y su valía.
Y cuando lo hayamos hecho, tenemos que orar por los líderes de nuestra iglesia y animarlos con gentileza a que dirijan a la congregación a poner el evangelio en lo más alto. Dales las gracias cada vez que presenten claramente el evangelio en su predicación y anímales a promover la pasión por las misiones mundiales como una consecuencia natural y bíblica del evangelio.
Los pastores y líderes de la iglesia tienen que mantener en alto este evangelio no solo en los mensajes evangelísticos, sino en todo tiempo. Las personas salvas de tu congregación necesitan que se les recuerde y se les ayude regularmente a maravillarse en la idea de que “siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro 5:8b). Allí donde las personas ven la obra de Cristo como algo sumamente valioso, las misiones se convierten en un sacrificio racional y glorioso. El único combustible válido para las misiones mundiales es la gloria del evangelio, no las necesidades de la humanidad.
No obstante, ¿qué queremos decir cuando usamos la palabra “misiones” y quién puede ser considerado “misionero”? Para algunos cristianos, estas dos palabras han cambiado su significado recientemente. Algunos tratan ahora la misión de la iglesia como si abarcara todas las cosas buenas que los cristianos hacen, desde la acción social hasta la protección del medioambiente. Es cierto que es bueno hacer estas cosas y otras muchas que multitud de cristianos hacen regularmente de manera individual. Pero mi intención es mantener el uso tradicional e histórico de la palabra “misiones”. Es decir, la exclusiva y característica misión evangélica de la iglesia que es hacer discípulos a todas las naciones. O sea, la clase de evangelismo que lleva el evangelio traspasando los límites étnicos, lingüísticos y geográficos, y que congrega a las iglesias y les enseña a obedecer todo lo que Jesús ha ordenado. La verdad es que hacerlo de manera diferente supone convertir la palabra “misiones” en algo inútil. Tal y como dijo Esteban Neill en su famosa frase respecto a esta nueva definición de las misiones: “Si todo es misión, entonces nada es misión”.
De la misma manera, cuando me refiero a “los misioneros” no estoy hablando de los cristianos que viven en una cultura diferente a la suya y que comparten el evangelio. Así como no todos los miembros de iglesia que aman a Cristo son “pastores o ancianos” y no todos los miembros de iglesia que hablan acerca de la Biblia son “maestros” en el sentido de Santiago 3:1, tampoco todos los testigos del evangelio en una cultura diferente a la suya son misioneros según vemos en 3 Juan o 1 de Corintios. Me ciño al entendimiento tradicional e histórico de la palabra “misionero” como alguien que es reconocido por la iglesia local y enviado para que el evangelio sea conocido y, para congregar, servir y fortalecer a las iglesias locales sin importar las divisiones étnicas, lingüísticas o geográficas. Esas son las personas a las cuales se les ha dicho a nuestras iglesias en lugares como 3 Juan que debemos sustentar.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Las misiones, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Página 37-40
El primero es que el amor es lo que manda la ley, y la ley es el cumplimiento del amor. La ley del amor no es una idea recién acuñada del nuevo pacto; está plasmado en la esencia de la fe y la vida del antiguo pacto. Debía ser la confesión continua de Israel: el Señor uno es, y Él debe ser amado con toda el alma (Dt 6:5-6).
El segundo es el principio que se suele pasar por alto: el amor requiere dirección y normas para operar. El amor debe ser encaminado, pero su dirección no debe ser interpretada de manera subjetiva.
La exposición de Pablo de la vida cristiana en Romanos 13:8-10 incluye el importante principio de que el amor es el cumplimiento de la ley. Pero él nos explica que la “ley” de la que habla en este contexto son “los mandamientos”, es decir, los Diez Mandamientos. Él cita cuatro de los mandamientos del “amor al prójimo” (en el orden en que aparecían en su Antiguo Testamento griego en Deuteronomio 5:17-21). Pero él no aísla estos mandamientos específicos (adulterio, homicidio, robo, codicia); más bien prosigue e incluye “todos los demás mandamientos” (Ro 13:10).
Los mandamientos son los rieles sobre los cuales marcha la vida potenciada por el amor de Dios derramado en el corazón por el Espíritu Santo. El amor impulsa el motor; la ley provee la dirección. Son mutuamente dependientes. La idea de que el amor puede operar sin la ley es producto de la imaginación. No solo es mala teología, sino que es una psicología deficiente. Tiene que tomar prestado de la ley para darle ojos al amor.
Dios dio la ley para gobernar la relación de Su pueblo con Él (ley “religiosa” o “ceremonial”) y también la relación entre ellos en la sociedad (ley “civil”). Esta última estaba destinada a ellos 1) como un pueblo redimido de Egipto, 2) mientras vivían en la tierra, 3) con miras a la llegada del Mesías.
Pero hay un gran panorama en la Biblia, el cual se extiende desde el Sinaí tanto al pasado como al futuro.
El éxodo fue en sí mismo una restauración que pretendía ser vista como una especie de re-Creación. El pueblo fue puesto en una especie de Edén —una tierra donde “abundan la leche y la miel”. Allí, al igual que en el Edén, se les dieron mandamientos con el fin de regular sus vidas para la gloria de Dios. Gracia y deber, privilegio y responsabilidad, indicativo e imperativo, eran la orden del día mientras vivían ante Dios y el uno con el otro.
Además de estas aplicaciones, o más precisamente, como fundamento de ellas, Dios les dio el decálogo. Era simplemente una transcripción en forma mayormente negativa, situada en un nuevo contexto en la tierra, de los principios de vida que habían constituido la existencia original de Adán.
Adelantemonos hasta el Calvario y la venida del Espíritu. Así como Moisés ascendió al Monte Sinaí y trajo la ley en tablas de piedra, ahora Cristo ha ascendido al Monte celestial, pero a diferencia de Moisés, Él ha enviado al Espíritu que reescribe la ley no meramente en tablas de piedra sino en nuestros corazones. Ahora el poder está en el interior, mediante la habitación de Cristo el obediente, el observante de la ley, por el Espíritu. Esto es lo que ahora le da tanto la motivación como el poder al cristiano. Y esta potenciación reduplica en nosotros lo que era cierto para el Señor Jesús —la capacidad de decir: “¡Cuánto amo Tu ley!”. La gracia y la ley están perfectamente correlacionadas.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro El Cristo completo, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Página 168 - 170
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Pero Dios, en Su gracia, ha prometido crear una nueva humanidad, libre del pecado y de la muerte. Eligió a Israel como Su primogénito —el primer pueblo que formaría parte de esta nueva humanidad. Israel era un prototipo de la nueva humanidad de Dios. En Éxodo 4:22-23, Dios le dice a Faraón que debe liberar a Israel porque es Su primogénito. Si Faraón se rehusaba, entonces le daría una retribución equivalente —la muerte de cada primogénito de Egipto.
El problema era que los israelitas también eran parte de la humanidad en Adán. Eran el primogénito de Dios, pero también estaban esclavizados por el pecado y eran merecedores de la muerte como el resto de la humanidad. Así que, para ser liberados, primero tenían que morir a su humanidad en Adán. Solo entonces podrían renacer en la nueva humanidad de Dios.
Esto fue lo que sucedió en la Pascua, aunque simbólicamente. Sus primogénitos deben morir —pero un cordero muere en lugar de cada uno. El cordero sufre la muerte que ellos merecían. Su muerte está representada simbólicamente en el cordero. Como resultado, Israel es liberado. Mueren a la vieja humanidad y renacen como los primogénitos de la nueva humanidad. Son liberados porque han muerto (simbólicamente en la muerte del cordero). Esta muerte los ha liberado de todas las obligaciones de su antigua vida.
Es por ello que la consagración de los primogénitos se convierte en algo tan importante: El SEÑOR habló con Moisés y le dijo: “Conságrame el primogénito de todo vientre. Míos son todos los primogénitos israelitas y todos los primeros machos de sus animales” (Éxodo 13:1-2).
Israel murió en la Pascua, así que ya no le pertenecían a Adán, sino que ahora le pertenecían a Dios. Esta pertenencia fue marcada simbólicamente con el primogénito de todo varón israelita, ya fuese humano o animal. Lo que es cierto sobre la familia humana (el hijo primogénito, que era Israel, le pertenecía a Dios) se ve reflejado en la familia de cada israelita (el primogénito de cada animal le pertenecía a Dios). Así que cada niño debía ser dedicado a (o redimido por) Dios.
Pero la Pascua es solo simbólica. Los israelitas fueron liberados de la esclavitud, pero solo de la esclavitud de Egipto, no de la esclavitud del pecado. Y fueron salvados de la muerte, pero solo de la muerte en la noche de la Pascua, no de la muerte eterna. La muerte del cordero trajo vida, pero no para siempre. Como resultado, aunque Israel le pertenecía a Dios, continuaron viviendo como hijos de Adán. En otras palabras, continuaron viviendo como esclavos del pecado. La redención del primogénito era un recordatorio de lo que Dios había hecho, es decir, de que liberó a Su pueblo de la esclavitud. Pero el hecho de que tenía que repetirse con cada nueva generación es también un recordatorio de lo que Dios haría de liberar completa y naturalmente a Su pueblo de la esclavitud del pecado y de la muerte.
Si la Pascua era un símbolo, la realidad es Cristo. Él es nuestro Cordero pascual, quien murió en nuestro lugar. Él es el cumplimiento de la promesa hecha en la Pascua. Cristo es el primogénito entre los muertos (Colosenses 1:18). Él es el Hijo de Adán que murió y fue resucitado como el primogénito de la nueva humanidad. Todos los que están en Cristo mediante la fe han muerto en Cristo a la esclavitud del pecado y a la condenación de la muerte. Y así hemos resucitado a una nueva vida en Cristo. El libro de Éxodo establece el patrón de redención a través del sacrificio, el cual se cumple en Cristo.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Éxodo para ti, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Página 32
]]>Debido a que la Biblia es la Palabra de nuestro Creador, ella es el “manual del propietario” de nuestra alma. Las cosas que ordena son las mismas cosas para las que fuimos creados. Así que obtendremos sabiduría divina cuando nos relacionemos con Dios no solo como un ser divino en general, sino como nuestro Creador. Pero si Jesús es la sabiduría de Dios, entonces para ser sabios también debemos entender el evangelio (1 Corintios 1:24). La lógica del evangelio —que eres un pecador y, al mismo tiempo, un hijo de Dios incondicionalmente amado— brinda una combinación única de humildad y confianza que te hace sabio de una manera en que nada más puede hacerlo. La sabiduría bíblica, entonces, nos lleva de regreso a los mismos fundamentos de la tierra. La única sabiduría que funciona en la vida diaria es esa misma Sabiduría que creó y redimirá al mundo.
A continuación cuatro beneficios de obtener sabiduría:
[Habla la sabiduría:] “Allí estaba yo, afirmando Su obra. Día tras día me llenaba yo de alegría, siempre disfrutaba de estar en Su presencia; me regocijaba en el mundo que Él creó; ¡en el género humano me deleitaba!” (Proverbios 8:30-31).
El Padre y el Hijo se deleitaron en el mundo que hicieron y en nosotros. Somos capaces de ver la belleza de Su creación cuando las cosas están correctamente relacionadas entre sí. Por eso creemos que un arco es más hermoso que un campo de rocas, y que el amor es más hermoso que el odio. Cuanto más discernimos cómo encajan las partes de una pieza musical o de una flor, más nos deleitamos en la música y en las flores, no por lo que pueden hacer por nosotros, sino por lo que son: parte de la creación de Dios. La sabiduría consiste esencialmente en discernir y formar las relaciones correctas y regocijarse en ellas.
Dios nos creó simplemente por la alegría y el amor de ello. Él no nos ama por lo que puede obtener de nosotros, sino por lo que somos. Así que la máxima sabiduría es amar a Dios simplemente por quien es Él y valorar a los seres humanos no por lo que podemos obtener de ellos, sino porque reflejan la imagen de nuestro Creador (Génesis 1:26).
Envió a sus doncellas, y ahora clama desde lo más alto de la ciudad. “¡Vengan conmigo los inexpertos!—dice a los faltos de juicio—. Vengan, disfruten de mi pan y beban del vino que he mezclado. Dejen su insensatez, y vivirán; andarán por el camino del discernimiento” (Proverbios 9:3-6).
La sabiduría nos llama a buscar el camino a su casa, donde nos espera un banquete. La buena comida representa los deseos y apetitos de nuestros corazones. “Con el tiempo crecemos en sabiduría o en necedad dependiendo de cuáles sean los amores y compromisos fundamentales que nos impulsen”. No podemos vencer la adicción al trabajo si amamos demasiado el dinero y el estatus. No podemos vencer la amargura ni la calumnia si amamos demasiado nuestra reputación. No se trata solo de fuerza de voluntad, sino de un reordenamiento de nuestros deseos que conduce a la sabiduría.
El camino de la sabiduría no se caracteriza por soluciones rápidas ni por cambios drásticos. Es un camino de entrenamiento arduo y de disciplina. Pero entrena tu corazón, no solo tu mente y tu voluntad. No te limites a creer en la bondad de Dios; experiméntala por medio de la adoración y de la oración. Los cristianos saben que el máximo banquete para el alma será la cena de bodas del Cordero (Apocalipsis 19:6-9), donde Jesús, el Señor del banquete, nos satisfará plenamente, dándonos el “mejor vino” de Su amor salvador (Juan 2:1-11). Incluso lo poco que Él nos permite probar ahora calmará nuestra inquietud y nos hará sabios. “El monte de Sión arroja mil dulces sagrados [aun] antes de llegar a los campos celestiales y caminar por las calles doradas”.
El que corrige al burlón se gana que lo insulten; el que reprende al malvado se gana su desprecio. No reprendas al insolente, no sea que acabe por odiarte; reprende al sabio, y te amará. Instruye al sabio, y se hará más sabio; enseña al justo, y aumentará su saber (Proverbios 9:7-9).
La vida nos reprende a través de los duros golpes de las pruebas y los problemas, los cuales revelan nuestras debilidades y necedades. Los amigos nos ayudan a crecer a través del amor de la corrección. Estas son las dos versiones del método de enseñanza principal de la sabiduría: la “retribución”.
Cuanto más avanzas en el camino hacia la necedad, más interpretas todos los eventos como si apoyaran lo que siempre creíste. Y cuando las cosas van mal, culpas a los demás y a las circunstancias por tus problemas. Esto endurece tu corazón en lugar de suavizarlo, y te hace menos abierto al consejo. Instruye al sabio y será más sabio, pero trata de decirle algo al burlón y será peor de lo que era antes. En el Nuevo Testamento, Jesús expuso este principio. “Al que tiene, se le dará más” (Mateo 13:12-16). Mientras más sabiduría tengas, más sabiduría ganarás en cada giro del camino de la vida. Mientras menos sabiduría tengas, menos aprenderás. Así que aprende de tus errores y de las críticas, cueste lo que cueste.
Si eres sabio, tu premio será tu sabiduría; si eres insolente, solo tú lo sufrirás (Proverbios 9:12).
La sabiduría antigua enseñaba que la única forma de prosperar como persona era poniendo las necesidades de tu familia y de tu comunidad por encima de tus intereses personales. Nuestra cultura moderna rechaza esto por completo. Se nos dice que “seamos fieles a nosotros mismos”, que decidamos quién queremos ser y luego exijamos que nuestra comunidad y nuestra familia lo reconozcan y lo respeten, independientemente de su impacto en las relaciones. Hoy sacrificamos el bien del grupo por la libertad absoluta del individuo. El resultado es un número creciente de personas que se sienten desconectadas y solas.
Los burlones se ríen de los valores y de las creencias de cualquier comunidad. Por lo tanto, no tienen verdaderos amigos y al final sufren solos. Los cristianos no consideran absolutas ni la voluntad del individuo ni la de la comunidad, sino solo la voluntad de Dios. Cuando creemos en el evangelio, las barreras de orgullo que nos dividen son derrumbadas (Efesios 2:14-16) y los solitarios ganan una familia (Salmo 68:6, Juan 1:12-13). La salvación conduce a relaciones cada vez más profundas, pero el pecado a la soledad.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Sabiduría de Dios para navegar por la vida, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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]]>Ese crecimiento nunca terminará. Es una señal de que hay vida espiritual. Inevitablemente seguiremos aprendiendo y creciendo y creciendo y aprendiendo, incesantemente, para siempre. Un cristiano que no crece es algo irreal. No existe. Seguir a Cristo es ser un aprendiz de por vida. Crecemos porque estamos vivos.
Pero no podemos crecer sin discernimiento. Estas dos cosas están unidas y es imposible separarlas. ¿Qué es el discernimiento? Es la habilidad de definir y actuar según la diferencia entre lo bueno y lo malo, o como dijo C. H. Spurgeon , entre “lo bueno y lo que casi es bueno”. Es mirar el panorama de nuestras vidas, examinar todo lo que nos encontramos y juzgar entre lo bueno y lo malo, entre la doctrina bíblica y la falsa, entre el entretenimiento edificante y el dañino, entre la santidad y el pecado. En 1 Tesalonicenses 5:21 se nos llama a “[someter] todo a prueba, [aferrándonos] a lo bueno”. El crecimiento y el discernimiento son como un ciclo que se alimenta a sí mismo, un círculo precioso. Donde hay crecimiento espiritual, habrá discernimiento espiritual.
Pero el discernimiento no es una especie de hipercrítica que te hace incapaz de apreciar las cosas y que te convierte en un perro guardián amargado que no hace nada más que olfatear los errores de los demás. Es un llamado santo a discernir lo que es agradable a Dios y lo que no (Ro 12:1-2). Te da una libertad redentora para deleitarte en lo que es verdadero y hermoso, mientras rechazas lo que es desagradable y falso. Donde hay discernimiento habrá crecimiento.
En Efesios 4, Pablo explica a la iglesia en Éfeso la conexión entre el discernimiento y el crecimiento. Les dice que mientras los cristianos aprendamos de maestros piadosos, “creceremos” en Cristo y seremos cada vez menos como niños sin discernimiento que son “zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas” (v 14). En lugar de eso, conforme aumente nuestra madurez y sabiduría, también aumentará nuestro discernimiento. Y mientras hagamos esto, “creceremos hasta ser en todo como Aquel que es la cabeza, es decir, Cristo” (v 15). Aquí está otra vez este hermoso círculo que se alimenta a sí mismo —el crecimiento motiva el discernimiento, el cual provoca crecimiento que motiva el discernimiento, el cual provoca... ya entiendes el punto. En Efesios 4 vemos esto en acción.
Así que, si el discernimiento es necesario para crecer espiritualmente, ¿cómo lo obtenemos? En última instancia, como todo lo demás en nuestras vidas, Dios es quien nos lo da (Dn 2:21). Su Espíritu obra en nuestros corazones y produce un cambio duradero. Pero Él también nos da la responsabilidad de buscar y encontrar discernimiento. En Efesios 5:10 nos dice: “... comprueben lo que agrada al Señor”. Aquí hay dos formas principales en las que hacemos esto.
Dios es la fuente de todo lo que es recto, verdadero y digno. Él es el fundamento sólido del discernimiento, así que ¿qué mejor lugar para buscarlo que en Su Palabra? Al inicio de Proverbios 2 dice que si recibes, estudias y amas las palabras de Dios, Él te dará discernimiento. Cuando fijamos nuestra mente en las cosas de Dios, nos sumergimos en lo que es perfectamente recto y, en el proceso, nos protegemos del engaño (Mt 16:23).
Dios ha escrito Su verdad en la Escritura, y tenemos acceso ilimitado a ella. Al estudiarla, somos capaces de usarla como un estándar objetivo para evaluar las enseñanzas con las que nos encontremos. Si quieres más discernimiento, lee la Biblia. Si quieres crecer, lee la Biblia.
La segunda manera de obtener discernimiento es orando. Puede sonar infantil o como un cliché, pero si es Dios quien nos da discernimiento, deberíamos pedírselo. Si queremos crecer, necesitamos pedírselo. Eso es lo que hizo Salomón cuando se convirtió en rey de Israel. Dios se le apareció en un sueño y le dijo: “Pídeme lo que quieras” (1R 3:5). Era una invitación sin límites. Salomón respondió con gran carga y humildad:
Ahora, Señor mi Dios, me has hecho rey en lugar de mi padre David. No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme. Sin embargo, aquí me tienes, un siervo tuyo en medio del pueblo que has escogido, un pueblo tan numeroso que es imposible contarlo. Yo te ruego que le des a Tu siervo discernimiento para gobernar a Tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo Tuyo? (1R 3:7-9).
Él era un nuevo rey. Pudo haber pedido poder político, victoria en las batallas, popularidad, fama o éxito. En lugar de todo eso, pidió la cosa más valiosa que conocía: discernimiento. Sigue el ejemplo de Salomón y pídele discernimiento al Señor con humildad y fervor. En Santiago 1:5 leemos: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y Él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie”. Dios es la fuente de la verdad, así que si quieres saber lo que es correcto, ve a Él. Expresa tu deseo de obedecerle a través del discernimiento, y pídele que te haga madurar en esta área.
Si eres cristiano, el evangelio garantiza que crecerás. Y si estás creciendo, el evangelio garantiza que ejercitarás discernimiento. Pero ejercitar discernimiento en el mundo real puede ser difícil. Aunque la Palabra de Dios es infalible, la enseñanza del hombre no lo es. Y no solo recibimos enseñanza desde el púlpito. La encontramos en los libros, en las pantallas, en las escuelas, en la música, en la cultura —básicamente, en todas partes. Cada día nos están enseñando algo, y nuestra responsabilidad como seguidores de Jesús es distinguir entre la verdad y la mentira.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Esto lo cambia todo, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Redimir el tiempo requiere que el pasado se quede en el pasado. Podemos aferrarnos al pasado al ser indulgentes con dos emociones distintas: la nostalgia pecaminosa o el remordimiento. La nostalgia pecaminosa nos lleva a idolatrar tiempos en los que la vida era “mejor” o “más simple”, lo que resulta en insatisfacción con nuestras circunstancias presentes. Puede que añoremos los tiempos que vivimos antes de que llegaran ciertas malas noticias o en los que nuestra salud estaba mejor. Puede que queramos volver a los días en que nuestros hijos vivían en casa o en que un ser amado seguía con vida. El cambio de estaciones en la vida puede causar un anhelo natural por la manera en que las cosas solían ser, y aunque no necesariamente es pecaminoso, puede llegar a serlo. Se nos permite entristecernos cuando terminan las temporadas felices, pero no resentir su pérdida. Hay una diferencia entre echar de menos el pasado y codiciarlo. El antídoto para la codicia es siempre la gratitud: podemos luchar contra un amor pecaminoso por el pasado al contar las bendiciones que disfrutamos en el presente.
El remordimiento, por otro lado, nos lleva a vivir enfocadas en errores y aflicciones del pasado, lo cual nos roba el gozo de nuestras circunstancias presentes y muchas veces nos hace volver a ciertos patrones pecaminosos. Cuando era niña aprendí a cantar las palabras de Charles Wesley: “Rompe cadenas del pecar, al preso librará”. Cuántas veces he necesitado esas palabras como un recordatorio de que el poder de mis pecados pasados (o los pecados pasados de otros contra mí) ha sido anulado en el nombre de Jesús. Él sustituye mi historial de pecado por Su santidad. Cuando me desanimo por- que volví a caer en algún pecado del pasado, el “que levanta mi cabeza” me recuerda que, aunque aún no soy lo que seré, no soy lo que era. Me saca del pasado y me trae al presente con la seguridad de que hoy Él me sigue santificando poco a poco. Evita que me enfoque en las heridas del pasado al recordarme que debo perdonar, así como he sido perdonada. Podemos luchar contra las “malas noticias” del pasado al recordar y confiar en las buenas noticias del evangelio.
Redimir el tiempo requiere que el futuro se quede en el futuro. Nos aferramos al futuro cuando somos indulgentes con dos emociones distintas: la anticipación pecaminosa y la ansiedad. Permitimos la anticipación pecaminosa al siempre estar codiciando la próxima etapa de la vida. El adolescente quiere ser un estudiante universitario. La joven mamá no puede esperar a que sus niños dejen de usar pañales. La empresaria no puede esperar a jubilarse. Anhelar el futuro no es malo en sí mismo. Ver una etapa futura de la vida como un escape del presente sí lo es. Al igual que en el caso de la nostalgia pecaminosa, la anticipación pecaminosa se reprime con la gratitud por las bendiciones que disfrutamos en el presente.
Alimentamos la ansiedad cuando vivimos con temor al futuro. Tememos la incertidumbre o las posibilidades: la pérdida de un trabajo, una posible enfermedad o el simple hecho de no saber (o no poder controlar) lo que depara el mañana. Nuestras oraciones se caracterizan más por el anhelo de conocer el futuro que por el anhelo de vivir el presente para el Señor. Jesús nos recuerda que no debemos estar ansiosas por el futuro, “porque el día de mañana traerá sus propias preocupaciones. ¡Ya bastante tiene cada día con su propio mal!” (Mt 6:34 RVC). El antídoto para la ansiedad es recordar y confesar que el futuro está seguro en las manos de Dios. Esto no significa que no nos preparemos para el futuro, pero debemos hacerlo por prudencia y no por temor.
Redimir el tiempo requiere estar completamente presente en el presente. Malgastamos nuestro hoy cuando alimentamos dos pecados distintos: la pereza o el estar siempre ocupadas. Tanto la perezosa como la que siempre está ocupada rechazan sutilmente al Dios que ordenó los límites del tiempo. La perezosa cree que siempre habrá más tiempo para encargarse de sus responsabilidades. Hoy puede hacer lo que quiera. Se caracteriza por posponer las cosas, incumplir los plazos y poner excusas. Al igual que una que derrocha el dinero, la perezosa derrocha el tiempo sin considerar el costo, pues cree que tiene un crédito ilimitado de horas. La perezosa no cree que el tiempo que Dios ha dado sea valioso. Pero Él nos llama a redimir el presente, a ser diligentes como la hormiga, que almacena cuando es tiempo de almacenar (Pro 6:6).
La persona que siempre está ocupada cree que nunca habrá tiempo suficiente para manejar sus muchas responsabilidades. También cree que puede hacer lo que quiera con su tiempo, llenando sus días de actividades y quejándose de que no hay más horas en el día. Se caracteriza por el agotamiento y el exceso de obligaciones. Al igual que una tacaña, exprime cada pizca de productividad de cada minuto del día, pues cree que el descanso es para cuando muramos. La que siempre está ocupada cree que el tiempo que Dios ha dado no es suficiente. Debemos redimir el presente dejando tiempo para la práctica de la quietud y para guardar el día de reposo. Estas disciplinas nos ayudarán a permanecer confiadas a los pies de nuestro Señor.
Cuando trabajamos para redimir el tiempo, reflejamos a nuestro Creador. Dios es el ejemplo máximo en esto: Él redime todo el tiempo, y redime en el momento preciso. Somos llamadas a redimir los años que Él nos ha dado como parte de nuestra adoración a Él.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Nadie como Él, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Las esposas deben someterse a sus esposos. No hay duda de que este compromiso da un poco de miedo. Leer estos pasajes hacen que ese temor sea muy real. Dios deja muy en claro Sus expectativas. Estás escogiendo relacionarte con tu esposo de manera diferente a como te relaciones con todos los demás. Lo estás aceptando como tu líder y autoridad de por vida. Nota lo que dice la Biblia:
Esposas, sométanse a sus propios esposos como al Señor (Efesios 5:22).
1 Así mismo, esposas, sométanse a sus esposos, de modo que si algunos de ellos no creen en la palabra, puedan ser ganados más por el comportamiento de ustedes que por sus palabras, 2 al observar su conducta íntegra y respetuosa. 3 Que la belleza de ustedes no sea la externa, que consiste en adornos tales como peinados ostentosos, joyas de oro y vestidos lujosos. 4 Que su belleza sea más bien la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible. Esta sí que tiene mucho valor delante de Dios. 5 Así se adornaban en tiempos antiguos las santas mujeres que esperaban en Dios, cada una sumisa a su esposo. 6 Tal es el caso de Sara, que obedecía a Abraham y lo llamaba su señor. Ustedes son hijas de ella si hacen el bien y viven sin ningún temor (1 Pedro 3:1-6).
Someterte a tu esposo (seguirle) no significa que tu opinión será menos importante o que valdrás menos en el matrimonio. Simplemente significa que tu matrimonio es como una de esas bicicletas tándem, y que Dios quiere que uno de ustedes esté delante y el otro detrás. Por supuesto, la bicicleta irá más rápido si los dos pedalean juntos, así que su matrimonio debe estar caracterizado por el trabajo al unísono y en equipo.
Los dos estarán de acuerdo en muchas cosas, pero habrá tiempos en su matrimonio donde simplemente estarán juntos. La sumisión de un seguidor es puesta a prueba cuando el líder toma una decisión diferente a la que quiere el seguidor. Si tú, como esposa, crees que tu esposo les está llevando en una dirección que no es la mejor, puedes sentirte tentada a dejar de pedalear, pensando algo como: “Bien, si eso es lo que quieres hacer, bien por ti. Hazlo tú solo”. O peor aún, puede que te sientas tentada a dejar la bicicleta y abandonarlo. Pero someterte o seguirle significa que, a menos que tu esposo te esté llevando a pecar, vas a pedalear aun cuando quieras irte en otra dirección. Por tanto, en los días que están por venir, recuerda que es fácil someterse cuando uno obtiene lo que quiere. El reto de obedecer estos mandamientos vendrá cuando tu esposo te esté guiando por donde no quieras ir.
Alguien pudiera preguntar: “¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puedo confiarle mi vida a alguien que puede tomar decisiones que no me van a gustar?”. Esta pregunta es válida. La respuesta nos lleva de vuelta al capítulo 1: Cuando Jesús está en el centro de tu vida y de tu matrimonio, puedes someterte gozosamente a tu esposo porque estás confiando en que el Señor está obrando en esa situación.
Debes estar preparada, porque tu esposo fallará en su liderazgo. De eso no hay duda. Y eso está bien. El fracaso es una de las cosas que Dios usa para ayudarnos a crecer y a ver nuestra necesidad de depender de Cristo. A la larga, un par de fracasos producirán un esposo más piadoso, un mejor líder y una unión más fuerte.
Es posible que tu esposo tome decisiones equivocadas, pero debes recordar que no eres inmune a la necedad. Habrá casos en los que tus decisiones tampoco hubieran glorificado a Dios ni fortalecido tu matrimonio. En esas circunstancias, puedes alabar al Señor por haberte dado un esposo que estuvo dispuesto a ejercer su liderazgo y a evitar las consecuencias de tus decisiones.
La sumisión es un tema difícil, y todos luchamos con ella. Pero eso no significa que la sumisión sea mala, dañina ni un estorbo en nuestro caminar con Cristo.
Es cierto que algunos matrimonios se vuelven tóxicos. Esto sucede cuando el esposo no es un líder que conduce a su familia hacia Cristo, sino más bien uno que está tratando de construir su propio reino de opresión. Aunque yo espero y oro que tu matrimonio nunca llegue a ese punto, si llega a suceder es importante que recuerden algunos principios.
Primero, el esposo no es la autoridad final. Toda la autoridad del esposo ha sido delegada tanto por Dios como por su esposa, quien decidió someterse voluntariamente. Él es responsable ante Dios y ante su esposa por la manera en que ejerce su autoridad. Los esposos deben recordar que Dios también estableció la autoridad de la iglesia y del gobierno. En algunas circunstancias, la autoridad dada por Dios a la iglesia y al gobierno anula la autoridad del esposo. Puede que haya ocasiones cuando sea apropiado para una esposa involucrar a las autoridades civiles y al liderazgo de la iglesia. Gracias a Dios, muchas iglesias están siendo más agresivas en su oposición a esposos dictadores que quieren crear reinos de opresión.
Segundo, una esposa tiene la libertad de buscar la ayuda del liderazgo de la iglesia sin su esposo. Si ella lo ha confrontado sobre un tema en particular y él se niega a reconocer sus preocupaciones o a atenderlas bíblicamente, ella tiene el derecho, según Mateo 18:15-20, de pedirle al liderazgo de la iglesia que evalúe las circunstancias y actúe consecuentemente. No creo que una pareja que esté procurando tener a Jesús en el centro de sus vidas necesite este consejo, pero cuando el evangelio no es central en la vida de una pareja, entonces cualquier cosa puede pasar. El punto es que un esposo no puede utilizar la sumisión de una esposa para oprimirla.
Génesis 2:24:
Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
Este pasaje enseña la importancia de ser una compañera para tu esposo (y de que él lo sea para ti). Dios ha dicho: “No es bueno que el hombre esté solo”. Aunque los solteros ocupan lugares muy importantes en la Biblia, siendo Jesús el principal de ellos, hasta Pablo (que también era soltero) citó Génesis 2:24 en tres ocasiones. La Biblia ve el matrimonio como un remedio para la soledad. Dios ha determinado que haya algo poderoso y especial en vivir la vida con un compañero. Ya vimos que el matrimonio es una institución creada por Dios para Su gloria y nuestro bien. Aunque el pecado entró en el mundo, la bendición del matrimonio permanece. En Su gracia, Dios no quería que celebraras solo(a) tus victorias y bendiciones. Además, la vida en un mundo caído es difícil. Perder un trabajo, perder la casa en un incendio, estar en un accidente aparatoso, tener mala salud o perder a un hijo son experiencias increíblemente dolorosas. La presencia del Señor siempre será nuestra fuente de gozo y fortaleza, pero Él también diseñó el compañerismo del matrimonio como una fuente de consuelo y ánimo para los desafíos de la vida. A medida que se acercan al matrimonio, la idea es desarrollar corazones que digan: “Estamos juntos en esto. Puede que vengan aguas turbulentas, pero siempre las navegaremos juntos”.
Tu compañía no es solo física. Para experimentar la profundidad de una relación debes poder disfrutar a tu esposo emocional, espiritual y físicamente. Mientras más se relacionen en estos niveles, más fuerte será su unión. A medida que crezcan juntos, se supone que irán madurando espiritualmente. Esto significa que sus emociones serán controladas cada vez más por una mente bíblica. Su conexión espiritual debe ir aumentando en la medida en que vean al Señor actuar en sus vidas a lo largo de los años. Su unión física será más fuerte entre más cómodos se sientan el uno con el otro.
Nota que Génesis 2:24 dice que la mujer debe dejar a su padre y a su madre, y el hombre también. Esto suena muy duro. Pero el punto de Dios es que tu relación humana más importante ya no es la que tuviste con tus padres en tu niñez, sino la que tendrás ahora con tu cónyuge. Tu posición va a cambiar. Puede que como mujer hayas estado viviendo con tus padres por más de veinte años, y puede que se te haga difícil confiar en un hombre que tiene mucho que probar. Pero seguir corriendo hacia tus padres no honra a Dios. Es cierto, tu esposo debe ser paciente en ese proceso de romper el vínculo con tus padres y formar un nuevo vínculo con él.1 Pero no olvides que Dios espera que desarrolles ese nuevo vínculo con tu esposo.
Efesios 5:33:
En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete a su esposo.
Una tercera palabra que resume el rol que Dios le ha dado a la esposa es “respeto”. En realidad, Efesios 5:33 es un resumen de todo lo que Dios dijo en los versículos 22 al 33, así que lo que el Señor ha escrito acerca de las mujeres en este pasaje está englobado en el concepto del “respeto”. Cuando unimos esto a lo que dice en Colosenses 3:9, vemos que hay un patrón. Algunas mujeres irritan a sus esposos, lo cual hace que ellos se amarguen fácilmente contra ellas. Esto no excusa la amargura de los esposos, pero demuestra el poder que tienen las esposas sobre las vidas de sus esposos. Hay muchas maneras en las que una esposa puede respetar a su esposo, pero aquí presento tres.
Primero, una esposa puede respetar a su esposo reconociendo todas las maneras en que él es una bendición para ella. Es sorprendente ver cómo cambian las cosas cuando cambia nuestra manera de pensar. Tal vez por eso el Señor nos animó en Filipenses 4:8-9 a pensar en todo lo verdadero, todo lo amable, todo lo excelente y todo lo que merezca elogio. Las cosas que decidas resaltar en tu esposo van a impactar significativamente la forma en que lo ves. Si decides enfocarte en sus fracasos (y él, como todos nosotros, tendrá muchos de esos), todo lo que él haga será frustrante, irritante y molesto para ti. Puede que hasta lo consideres un obstáculo para lograr tus objetivos. Pero si escoges verlo como la bendición que él es para ti, lo verás como un regalo de Dios, diseñado (en parte) para enriquecer tu vida. Y lo amarás porque te trata con amabilidad, gentileza y cuidado.
Segundo, una esposa puede respetar a su esposo negándose a decir: “Te lo dije”. Habrá muchos momentos en tu matrimonio donde tendrás la razón. El hecho de que él esté en la posición de liderazgo no significa que él siempre tomará la decisión correcta. A veces él hará cosas que sencillamente son estúpidas, y tendrás que sufrir las consecuencias. Pero eso no significa que tienes que recordárselo. A menos que tu esposo sea muy egocéntrico, él no se sentirá orgulloso de sus errores. De hecho, él se avergonzará de ellos. Esta vergüenza debe llevarlo a un verdadero arrepentimiento, no a una tristeza mundana que no produce buen fruto (2Co 7:10). Sin embargo, asumiendo que tu futuro esposo quiere vivir para el Señor, una manera de animar su liderazgo es no recordarle cuán necio es.
Tercero, una esposa puede respetar a su esposo animándole en sus éxitos. Sé que a algunas mujeres no les gusta la analogía de las porristas, pero me ayuda a explicar este punto. Como esposa, eres la que más puede animarle y apoyarle en esta vida. Cuando estuve terminando mi PhD, muchas veces quise rendirme. Pero en cada uno de esos momentos, mi esposa estuvo animándome, dándome tiempo para trabajar en mi proyecto y celebrando cada victoria en el camino. Tu esposo será bendecido cuando celebres sus éxitos.
Si los dos se comprometen a cumplir con los roles que Dios les asignó, experimentarán el gozo de honrar a Dios en su matrimonio. Consideren esto: si se casan a los veinticinco y viven hasta los ochenta, habrán pasado cincuenta y cinco años juntos. Las decisiones que tomen ahora respecto a sus roles impactarán la mayor parte de sus vidas. Si viven conforme al diseño de Dios, tendrán algunas dificultades en el camino, pero podrán sobrellevarlas juntos. Cuídate de esa mentalidad que dice: “Yo cumpliré con mi rol si tú cumples con el tuyo”. Si Jesús es el centro de sus vidas y de su matrimonio, ambos querrán asumir sus roles porque es un gozo y un honor vivir para Cristo.
¿Has notado que Dios nos ha dado mucha flexibilidad en cuanto a los detalles de cómo vivir en el hogar? La Biblia no dice quién debe organizar las finanzas ni quién debe lavar, cocinar, limpiar o encargarse del automóvil. Dios ha dado diferentes dones a cada uno. Lo que funciona para una pareja no necesariamente funcionará para la otra. Cada pareja tiene que aprender qué funciona mejor según las personalidades, habilidades, dones y deseos de ambos.
Así que les animo a que disfruten el proceso de construir esa vida juntos. Puede que ciertas cosas cambien con el tiempo, pero si Jesús es el centro de sus vidas, tendrán gozo aun en las dificultades. Lo único innegociable es lo que Dios espera del esposo y de la esposa. Jesús nos equipa por medio del Espíritu para que podamos hacer la voluntad de Dios. Sus estándares son altos, pero no imposibles. No podremos cumplirlos perfectamente, por supuesto, pero eso es lo que nos lleva a recordar constantemente nuestra necesidad del evangelio —para ser humildes, para ser perdonados, para hallar gracia y para recibir el poder de Dios. Jesús debe ser el centro de sus vidas y ustedes deben estar dispuestos a invertir sus mentes, sus cuerpos y sus almas para construir su relación alrededor de Él. Al hacerlo tendrán gran libertad y gozo en Él.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro De camino al matrimonio, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Tal vez hemos experimentado rechazo por nuestra apariencia. En la escuela no somos populares, no nos incluyen, ni nos invitan. O tal vez nos hemos sentido desmoralizadas en el trabajo por todas las veces que le han dado el ascenso a las más atractivas, aun cuando nosotras calificamos más que ellas.
Puede que tengamos recuerdos dolorosos de cómo se burlaban de nosotros y nos criticaban cruelmente en nuestra propia cara o a nuestras espaldas. Tal vez tu familia te presiona para que seas hermosa, y sientes que nunca darás la talla.
O tal vez tu esposo ha estado mirando pornografía. Esto no quiere decir que no seas atractiva para él, pero hay mujeres que lo perciben como un ataque personal hacia su belleza. O más doloroso aún, puede que tu esposo haya cometido adulterio o te haya abandonado por una mujer más joven y más atractiva.
Hay muchos ejemplos, que van desde algo ligeramente vergonzoso a algo completamente devastador.
Como mujeres, puede que abracemos la verdad de Dios acerca de la belleza, pero seguimos viviendo en el mundo real, ¿no es así? A veces parece que no importa cuánto nos esforcemos por honrar a Dios con nuestros cuerpos, por más que nos vistamos modestamente y contemplemos la hermosura de Dios, en lugar de honrarnos y animarnos, nos sentimos aplastadas por otros, incluso hasta por los mismos cristianos.
Estas situaciones pueden tentarnos a sentir amargura o hasta contraatacar, pero ambas cosas reflejan lo contrario de un espíritu suave y apacible. Y es que aún en los casos en que experimentemos sufrimiento de manera injusta por causa de nuestra apariencia, Dios nos llama a confiar en Él. Él envió a su Hijo a cargar con nuestros pecados y nos muestra cómo sobrellevar el maltrato:
Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan Sus pasos. Él no cometió ningún pecado, ni hubo engaño en Su boca. Cuando proferían insultos contra Él, no replicaba con insultos; cuando padecía, no amenazaba, sino que se entregaba a Aquel que juzga con justicia (1P 2:21-23).
El secreto para llegar a ser más hermosas es entregarnos a Aquel que juzga con justicia. Las personas pueden ser injustas, pero Dios no lo es. John Piper nos pregunta:
¿Lo crees? ¿Confías en que Dios, quien ve todo el mal cometido en tu contra, conoce cada dolor, y evalúa las motivaciones y las circunstancias con exactitud perfecta? ¿Crees que Él es impecablemente justo y no acepta sobornos, y que ajustará todas las cuentas con justicia perfecta? Esto es lo que significa estar ‘consciente de Dios’ en medio del sufrimiento injusto.
Al ver más allá de las injusticias cometidas en contra de nosotras y fijar nuestra mirada en la justicia perfecta de Dios, podemos soportar las crueldades de otros con respecto a nuestra apariencia sin querer vengarnos. Pero Piper añade que “Esto no es simplemente una regla a seguir. Es un milagro que experimentamos. Una gracia que recibimos. Una promesa que debemos creer”.
Dios no solo ve y toma nota de cada maltrato, sino que también ve nuestra obediencia. Él ve todo y no se le olvida nada. Aun cuando no vemos las cosas solucionadas o nuestros esfuerzos recompensados en el tiempo en que esperamos, o al grado en que desearíamos, podemos confiar en que Dios juzgará justamente. Puede que sea difícil, y a veces hasta agonizante, esperar pacientemente a que esa justicia se cumpla, pero Cristo nos ha dejado Su ejemplo. Cuando seguimos sus pasos, podemos resistir la tentación de sentir amargura o querer contraatacar. Podemos, al igual que nuestro Salvador, seguir confiando y entregándonos a Dios”.
La mujer que decide mirar a Dios cuando es maltratada llegará a ser más hermosa a través del sufrimiento. En su cara no se verán las marcas de la amargura ni un rostro perturbado. Ella muestra una belleza notable y poco común porque ha aprendido a esperar en Dios. Su felicidad no está al alcance de aquellos que la han maltratado.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Belleza Verdadera, publicado por Poiema Publicaciones.
Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro La palabra de Dios para transformar una nación, publicado por Poiema Publicaciones.
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Josué fue el sucesor de Moisés escogido por Dios para guiar al pueblo de Israel (Nm 27:12-23). Él era uno de los dos únicos hombres de toda la generación rescatada de Egipto que había permanecido fiel en confiar en las promesas de Dios de llevar a Su pueblo a la tierra prometida de Canaán (Nrn 14:30). Así que él y Caleb (a quien nos vamos a encontrar más tarde en Jueces 1) fueron los dos únicos que escaparon del juicio de Dios de la muerte en el desierto y que pudieron entrar a la tierra prometida.
El libro de Josué registra la obra de Dios en y por medio de Su pueblo para cumplir las promesas que les había hecho. de llevarlos a la tierra, de derrotar a sus enemigos y de comenzar a darles la bendición y el descanso. Es un libro que nos enseña que, ya que Dios siempre cumple Sus promesas, el pueblo de Dios lo puede obedecer y adorar de una forma valiente. También es un libro que prepara el terreno para Jueces.
Al principio y al final de Josué, Dios da instrucciones específicas a Josué y al pueblo que nos proveen un estándar para medir su progreso en Jueces 1. Primero, Dios les dice las dimensiones de la tierra que "Yo les entregaré a ustedes" (Jos 1:3-4). Segundo, les recuerda que sus avances militares (que dependen del Señor) deben ir acompañados de una vida espiritual íntima y humilde —un caminar con Dios. Deben tener "mucho valor y firmeza para obedecer toda la ley y meditar en él [el libro de la ley]" (v 7, 8). La victoria y el descanso llegarán porque son un pueblo que depende de y obedece a Dios; no serán el pueblo de Dios por lograr la victoria y el descanso por ellos mismos. No deben esperar el éxito si no acompañan toda su obra con la obediencia a Dios al mismo tiempo que meditan en Su palabra y confían en Sus promesas.
El libro de Josué registra el inicio de este proceso de entrar y tomar posesión de la tierra. La mayor parte del tiempo, el pueblo obedientemente confía en Dios y Él les concede la victoria. Pero a medida que Josué se acerca al final de sus días, todavía hay mucho por hacer. La tierra se encuentra disponible para Israel, pero ellos todavía tienen que establecerse en ella confiando en Dios para sacar a los habitantes actuales.
El pueblo todavía tiene que confiar en que Dios cumplirá Sus promesas, y ellos tienen que obedecerlo valientemente: "Ustedes tomarán posesión de ella [la tierra], tal como Él lo ha prometido. Por lo tanto, esfuércense por cumplir todo lo que está escrito en el libro de la ley". (23:5-6).
Una manifestación exterior de esta obediencia que confía en la promesa (lo que podríamos llamar fidelidad al pacto) es que Israel no debe entrar en pactos con otras naciones, servir a sus dioses o formar matrimonios con ellas (23:7,12). El propósito de echar fuera a los cananeos no es de venganza o económico, sino espiritual. Deben ser quitados de en medio para que Israel no caiga bajo su influencia religiosa: "Permanezcan fieles a Dios, como lo han hecho hasta ahora" (v.8). Debían construir un país que fuera su hogar para servir ahí a Dios, una tierra donde las naciones circunvecinas pudieran ver al Dios verdadero a través de las vidas de Su pueblo.
El llamado de Dios a Su pueblo (entonces y ahora) es a combinar la espiritualidad con la valentía. El verdadero discipulado es radical y acepta los riesgos porque los verdaderos discípulos confían en que Dios cumplirá Sus promesas de bendecirlos y no confían en sus propios instintos, planes o pólizas de seguro.
Es difícil ser verdaderamente valiente sin tener fe en Dios. La clase de valentía que no surge como resultado de la fe en Dios es temeridad, heroísmo machista o sencillamente crueldad. Puede tener su origen en la inseguridad, o en un deseo de mostrar la autosuficiencia, o en la desesperanza. Solo la valentía que se basa en la fe mantendrá una posición intermedia entre las atrocidades, por un lado, y la cobardía y la ineficacia, por el otro.
La fe en las promesas de Dios significa no seguir siempre la senda esperada y racional. Cuando Josué muere, se requerirá verdadera fe para conducir esta campaña de la manera en que Dios lo desea. Por un lado, los israelitas nunca deben retirarse cuando peleen con cualquier grupo de personas de Canaán, no importa qué tanto más fuertes sean que Israel. La política militar común manda que no pelees contra ejércitos superiores sobre los cuales no tengas ninguna ventaja numérica o tecnológica. Por Otro lado, Israel no puede Simplemente saquear y esclavizar a ningún grupo de personas en Canaán, no importa qué tanto más débiles sean que los israelitas, La política militar común manda que no te metas en el problema de echar a un pueblo que no es peligroso y al que puedes dominar y explotar económicamente. Con quién decida pelear Israel y la forma en que Israel responda a la victoria mostrará si verdaderamente están confiando en las promesas, si realmente están obedeciendo al Señor.
El capítulo inicial de Jueces, leído a la luz de y medido en contraste con el patrón del libro de Josué, es una obra maestra de la narrativa. El veredicto por parte de Dios sobre el progreso de los israelitas no se emite al principio (como lo veremos) sino hasta el comienzo del capítulo 2. Pero la narrativa misma nos muestra que Israel, en este punto, es fiel aunque imperfecto. Los fundamentos se están colocando, y aunque son fuertes en ciertas partes, desde el inicio comienzan a erosionarse.
El capítulo 1 sigue la pista de los éxitos (y otras circunstancias) de nueve de las Tribus de Israel. Gran parte del enfoque cae en los de la tribu de Judá ya que Dios dice que ellos deben ser los primeros en completar la conquista de su territorio asignado (v 2).
Casi inmediatamente Judá fracasa. "Entonces los de la tribu de Judá dijeron a sus hermanos de la tribu de Simeón: Suban con nosotros... y pelearemos" (v 3). Militarmente esto es sentido común. Pero espiritualmente esto es infidelidad. La palabra dada por Dios fue, "Judá será el primero en subir"; Judá fracasa en obedecer totalmente.
Van, pero no van solos. Su discipulado fue ejercido a medias. Sin embargo, por haber subido como se les indicó, "cuando Judá atacó, el Señor entregó en sus manos a los cananeos y a los ferezeos" (v 4). Derrotaron completamente a los habitantes y capturaron y mataron a Adoní Bézec ("el Señor de Bézec"), quien reconoce la justicia de este juicio sobre él; “¡Ahora Dios me ha pagado con la misma moneda! ", v 7). Es importante hacer notar que, mientras muchos lectores del siglo 21 podrían tener muchas dudas sobre la conducta de Israel en Canaán, este cananeo derrotado no las tiene. El juicio de Dios a 10 largo de la historia es entregar a las personas a las consecuencias de la vida que han escogido (Sal 64:3-4, 7-8; Ro 1:21-32). Adoni Bézec, al parecer, acepta esto.
Al haber ganado esta victoria, Judá sigue tomando su herencia (Jue 1:8-11, 17-18). Entre el registro de estas victorias, el narrador se enfoca en una familia espiritualmente valiente en Israel: la familia del fiel Caleb. Aquí, en miniatura, es cómo todo Israel debería ser. Caleb ofrece su hija al hombre que "derrote a Quiriat Séfer y la conquiste" (v 12). Lo que él quiere para Acsa es la vida que él ha escogido para sí mismo: una de fidelidad al pacto, de obediencia osada en respuesta a las promesas de Dios. "Y fue Otoniel hijo de Quenaz, hermano menor de Caleb, quien la conquistó" (v 13).
Acsa, entonces, muestra que ella es la hija de su padre. La necesidad urgente de su nuevo esposo, Otoniel, de pedirle a Caleb un terreno (v 14) y su propia petición a Caleb, "dame también manantiales" (v 15), expone su deseo de tomar, asentarse y disfrutar las bendiciones de la tierra prometida. Caleb, Otoniel (con quien nos volveremos a encontrar en 3:1-6) y particularmente Acsa nos muestran el discipulado entusiasta e incondicional. En este sentido, ellos –y los quenitas (1:16), parientes lejanos de Israel que no obstante "acompañaron a la tribu de Judá... hasta el desierto de Judá"– representan una amonestación al resto del pueblo. Como muchas veces será el caso en este libro (así como también lo es en medio del pueblo de Dios hasta el dia de hoy), son la improbable y el extranjero (una mujer y los quenitas) los que muestran una fe real y radical.
Si el capítulo I terminara con el verso 18, sería casi completamente alentador y sería una buena señal para el resto de Jueces. pero el verso 19 nos sacude. "El Señor estaba con los hombres de Judá. Estos tomaron posesión de la región montañosa, pero no pudieron expulsar a los que vivían en las llanuras, porque esa gente contaba con carros de hierro". Judá no confía en el poder de Dios, así que mide su propia fuerza contra la de sus enemigos y fracasa en echar de la tierra a los moradores de las llanuras que poseían carros de hierro.
El sentido común, pero sin fe, comienza a prevalecer aquí. Judá no confía en Dios; entonces no asegura su heredad para que puedan adorar a Dios sin compromiso. El remanente de los cananeos se convertirá en una espina en su costado en los siglos por venir.
No es nuestra falta de poder lo que nos impide gozar las bendiciones de Dios o adorar a Dios con todo el corazón; es nuestra falta de fe en Su poder. Cuando confiamos en nosotros mismos y basamos nuestro caminar con Dios en nuestros propios cálculos en vez de simplemente obedecer, nos encontramos tomando decisiones como las de Judá. Otoniel atacó una ciudad con el poder de Dios; la tribu de Judá concluyó que no podía atacar con su propio poder. Es discipulado ejercido a medias, y Jueces nos mostrará que este tipo de discipulado precede al abandono del discipulado por completo. iLa advertencia para nosotros es clara!
El contagio de la obediencia a medias, de confiar a medias en las promesas de Dios, se extiende. Los de la tribu de Benjamín fracasaron en que "no lograron expulsar a los jebuseos" (v 21). La casa de José hace pactos con un cananeo en lugar de confiar en las promesas del pacto de Dios (v 22-26). Manasés fracasa en expulsar a varios habitantes y después, cuando son lo suficientemente fuertes, decide explotarlos con trabajos forzados (v 27-28). La razón implícita es que tenía más sentido económico y requería menos esfuerzo esclavizarlos que expulsados. La conveniencia triunfa sobre la obediencia.
Los de Efraín permiten que los cananeos vivan entre ellos (v 29). Zabulón opta por someterlos a trabajos forzados (v 30). Al pueblo de Aser le fue todavía peor: en vez de permitir que los cananeos vivieran entre ellos, ellos vivieron entre los cananeos (v 31-32), como lo hace Neftalí (v 33). Por último, a la tribu de Dan la "hicieron retroceder... hasta la región montañosa" (v 34). Lo que importa en el versículo 36 no son las fronteras de la herencia asignada a Israel, sino la frontera de los amorreos, las áreas donde ellos "estaban decididos a permanecer" (v 35). Aquí, no hay ningún alarde de mayores recursos o números militares. Más bien, la razón que se da es una mayor fuerza de voluntad y una osadía superior en tenacidad. El pueblo de Dios se ha vuelto menos valiente que los pueblos que no conocen a Dios.
De muchas maneras, y en la primera lectura, este es un capítulo sobre una gran conquista. Israel vive en la tierra prometida y se ha establecido en grandes áreas de la misma. Dos generaciones antes, cuando los israelitas sufrían bajo el yugo de esclavitud en Egipto, ellos no pudieron haber soñado que así serían las vidas que sus nietos vivirían, pero (y es un gran "pero") Israel no ha confiado ni obedecido por completo. Los israelitas ahora viven junto a los cananeos que adoran ídolos. Como minas enterradas. estos ídolos permanecen en un estado latente en Jueces 1, listos para explotar en las vidas espirituales del pueblo de Dios.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Jueces para Ti, publicado por Poiema Publicaciones.
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Páginas 15 a la 21
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Hebreos dice: “Cuídense, hermanos, de que ninguno de ustedes tenga un corazón pecaminoso e incrédulo que los haga apartarse del Dios vivo. Más bien, mientras dure ese ‘hoy’, anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado” (Heb 3:12-13). En poco tiempo, los cristianos aislados terminan siendo cristianos sin vida. Debido a cómo el pecado nos ataca —viviendo dentro de nosotros, morando en nuestros corazones, convenciéndonos de que lo falso es verdadero— necesitamos que otros nos recuerden regularmente (“cada día”) lo que es verdadero y nos adviertan de no jugar con el pecado ni ceder ante él. A medida que los cristianos van creciendo y madurando, no se supone que estén más desconectados ni que sean más independientes. La idea es que estemos más conectados y seamos más dependientes mientras esperamos que Cristo regrese. Nos debemos exhortar unos a otros cada día: aléjate del pecado, acércate a Dios y salva tu alma. Sin esas voces, estamos condenados. Satanás es demasiado convincente, demasiado persuasivo, demasiado astuto. Él nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, y nos engañará hasta la muerte si se lo permitimos.
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Dios puede utilizarnos para animarnos y desafiarnos unos a otros de muchas maneras, y eso incluye los mensajes de texto que enviamos y las publicaciones que compartimos, pero la forma más eficaz de luchar en esta guerra masiva es por medio del encuentro cara a cara y vida con vida, porque siempre seremos propensos a proyectar una imagen diferente de nosotros mismos, una versión de nosotros que nos guste, y no lo que realmente somos. La tentación sigue estando presente cuando nos encontramos con amistades cara a cara, pero es mucho más fácil escondernos detrás de una pantalla. Reunirnos con otros de manera regular nos hace más vulnerables ante ellos.
El autor de Hebreos escribió: “Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca” (Heb 10:24-25). La inclinación natural de nuestras vidas será alejarnos de la vida en comunidad. Las relaciones verdaderas, significativas y que transforman vidas no suceden ni perduran por accidente. Requieren de esfuerzo e intencionalidad. Siempre seremos tentados a no reunirnos, a no exponernos regularmente —nuestras decisiones, emociones, cargas, pecados— ante otros creyentes. Lo digo por experiencia. El diablo no quiere que nuestros hermanos en Cristo nos conozcan, porque el verdadero conocimiento conduce al consuelo, la convicción, la sanidad y la santidad que él tanto odia.
Algo clave para caminar a través del dolor y la decepción son las personas que mantienes cerca. El sufrimiento puede ser la manera predilecta de Satanás para aislarte. El dolor puede convertirse en un jardín secreto de orgullo. No hablamos de él con frecuencia, porque es tan sensible, tan vulnerable —tan doloroso. Pero por más sensible que sea el tema del dolor, no abordarlo es igualmente peligroso. En el peor de los casos, puede llevarnos a dudar de la bondad de Dios, a revolcarnos en la autocompasión, y a alejarnos de Él y de todos los demás. El dolor se convierte en orgullo porque cree que nadie más entiende. “Nadie siente lo que yo siento”. Así que el dolor se aleja de cualquiera que quiera abordar su sufrimiento. Pero Dios se ha entregado a Sí mismo, nos ha dado Su Palabra, y nos ha dado hermanos para darnos fe, consuelo y fortaleza en medio de nuestro dolor, incluso el dolor más severo y particular.
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Nuestra prueba para determinar si nuestro dolor está produciendo orgullo es preguntar cómo respondemos al ánimo que nos quieren dar los demás, sobre todo cuando se trata de otros creyentes que no entienden nuestra tristeza, soledad, desilusión o cualquier otra cosa que sintamos. ¿Estamos dispuestos a escuchar la esperanza que Dios nos da a través de alguien que no ha experimentado o no puede entender nuestro dolor actual? Si no estamos dispuestos, entonces nuestro dolor nos ha llevado al aislamiento y Satanás está teniendo éxito en su plan para nuestro sufrimiento.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Soltero por ahora, publicado por Poiema Publicaciones.
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Páginas 74
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Es importante decir que, de alguna forma u otra, respondes estas preguntas cada día. Cada día tú y yo razonamos teológicamente sobre nuestras vidas. De esta manera, puede que nuestra vida diaria esté siendo influenciada por nuestra teología funcional más que por nuestra teología formal. La teología que adoptamos inconscientemente puede diferir significativamente de la teología que decimos creer cuando hacemos compromisos teológicos conscientes. El Dios de nuestros esquemas formales puede ser muy diferente del Dios en el que pensamos diariamente en esos momentos en que somos inconscientes de que estamos pensando en Él. Cada día te haces y contestas estas importantes preguntas teológicas, seas pastor, programador de computadoras, secretaria, estudiante o plomero. Y lo haces influenciado por el asombro vertical o por la amnesia del asombro.
Puedes estar seguro de que la bondad de Dios te confundirá. Verás, lo que parece bueno desde la perspectiva perfecta y eterna de Dios no siempre nos parece bueno. Es difícil aceptar que Dios sabe qué es lo mejor para nosotros. Es difícil aceptar que Dios puede utilizar las dificultades para algo bueno en nuestras vidas, por lo que nos resulta difícil confiar en Su plan. Y, nuevamente, el asunto del asombro está detrás de esto. Si vivo en el centro de la capacidad de asombro que Dios me dio —es decir, si el asombro por mí mismo ha reemplazado el asombro por Dios— entonces invariablemente concluiré que Dios no es bueno, y me quejaré por todo.
Si estoy en el centro, definiré lo bueno como todo aquello que sea cómodo, predecible, placentero, natural y fácil. La buena vida será la vida fácil porque el asombro por mí mismo habrá reemplazado el asombro por Dios como la principal motivación de mi vida. Así que cuando llega la dificultad, mi respuesta teológica automática será preguntarme por qué Dios está haciendo lo que hace y dudar de Su bondad. En mis primeros días de ministerio, me sorprendió que muchas de las personas a las que aconsejaba estaban enojadas con Dios y asumían que Él no era bueno.
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Y aquí está lo peligroso de este tipo de pensamiento. Como he mencionado anteriormente en este libro y en otras partes, si te permites dudar de la bondad de Dios, dejarás de seguir Sus mandamientos y dejarás de acudir a Él en busca de ayuda porque ya no confías en Él. Pero Dios sí es bueno. Su bondad es el fundamento de todas Sus asombrosas cualidades. Él nunca piensa, desea, dice o hace lo malo. Él es la definición de todo lo que es bueno, justo y verdadero. Todo lo que hace es bueno en todos los aspectos. Su bondad es tan gloriosa que debería dejarnos sin aliento, en silencio y maravillados. Y si Su bondad nos maravilla, no temeremos en tiempos de tribulación y no nos negaremos a hacer las cosas difíciles que Él nos llama a hacer.
Desearía poder decir que nunca he juzgado ni cuestionado la bondad de Dios, pero sí lo he hecho. Durante tres años hospedé a mi padre anciano, cuyo pecado había devastado a nuestra familia. Yo esperaba ser usado por Dios para que él se arrepintiera de su pecado, pero nunca sucedió. Un día cayó por las escaleras, quedó en coma y murió. Desde mi perspectiva, no había salido nada bueno de todo aquello. Haberlo hospedado parecía haber sido un enorme desperdicio. Estando en un ascensor del hospital, comencé a descargar toda la ira que había estado acumulando en mi interior. Menos mal que estaba solo. La manera en que cuestioné la bondad de Dios me asustó. Fue humillante que por un breve instante me permitiera pensar que sabía más que Dios, que mi “bondad” era mejor que la Suya. ¿Qué hay de ti? ¿El asombro por la bondad de Dios le da sentido a tu vida? ¿O las dificultades de la vida te llevan a cuestionar Su bondad?
Pocas preguntas en la vida son más importantes que esta. Debido a que todos somos pequeños y débiles, a que realmente no sabemos lo que sucederá en el futuro y a que Dios nos llama a hacer cosas difíciles, necesitamos saber que Sus promesas son confiables. ¿Estará Él siempre con nosotros? ¿Suplirá todo lo que necesitamos? ¿Nos perdonará? ¿Será Su amor eterno? ¿Continuará Su obra de gracia hasta que esté completa? ¿Nos proporcionará la guía y protección que necesitamos? ¿Lo hará?
Las promesas de Dios están diseñadas para motivarnos. Su propósito es infundirnos esperanza y valentía. Son poderosas para vencer nuestros sentimientos de soledad, incapacidad y miedo, y para darnos paz cuando nos rodean el caos y la confusión. Las promesas de Dios están diseñadas para asombrar tu mente y darle descanso a tu corazón. Son regalos de gracia para ti. En lo profundo de tu corazón, sabes que no mereces las bendiciones que Él derrama sobre ti. Sus promesas deben producir asombro por Él y hacer que te maravilles de la gloria de Su gracia. Sus promesas están diseñadas para ser la forma en que interpretas y le das sentido a tu vida.
Me sorprende el número de creyentes a quienes he visto sumergidos en un estado de parálisis espiritual porque ya no creen en las promesas de Dios. Como no creen en las promesas de Dios, no tienen razones para seguir haciendo las cosas radicales que Dios llama a Sus hijos a hacer. Si la duda reemplaza al asombro, pronto renunciarás a las disciplinas de la vida cristiana. Tu problema no es que la vida sea difícil. Tu problema es que has perdido el asombro por el Dios que hizo las promesas que antes motivaban tu forma de lidiar con la vida. ¿Tienes la esperanza y la valentía que resultan de creer en las promesas de Dios? ¿O cuestionas su confiabilidad?
Es fundamental que tu asombro descanse en esto. De alguna forma, todas las demás preguntas se basan en esta. No haría ninguna diferencia en la vida si Dios no gobernara los lugares que se resisten a Su bondad. La confiabilidad de las promesas de Dios depende de la extensión de Su control. Él solo puede garantizar Su intervención donde tenga control absoluto. ¿De qué sirve Su poder si carece de la autoridad para ejercerlo? No sirve de nada saber que Dios está en control si Él no gobierna las circunstancias en las que Su cuidado es esencial. Sí, todo el consuelo que nos ofrecen las asombrosas cualidades de Dios se basa en Su control soberano sobre toda situación, lugar y persona.
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Pero aquí está el problema: a simple vista, tu mundo no parece estar bajo un control cuidadoso y sabio. De hecho, por momentos parece estar completamente fuera de control. Esto nos lleva de regreso al mismo punto donde nos han llevado las otras preguntas. ¿Vas a dejar que sean tus circunstancias las que te digan quién es Dios, o que sea la asombrosa revelación de Dios sobre Sí mismo la que interprete tus circunstancias? Verás, las personas que viven con miedo, que se atormentan con demasiadas preguntas de tipo “¿y si...?” o que no logran apagar su cerebro cuando se van a dormir no tienen un problema de circunstancias; tienen un problema de asombro. En esas situaciones donde no tenemos el control, solo podremos descansar cuando estemos asombrados por Aquel que las controla para Su gloria y nuestro bienestar.
El problema principal de las personas que creen que tienen que estar en control no es uno de poder; tienen un problema de asombro que les produce un hambre de poder. Una falta de asombro por la soberanía de Dios causa que traten de establecer su paz personal y su seguridad mediante el control personal. ¿Qué hay de ti? ¿Has sido liberado de tu temor y de tu necesidad de estar en control por el asombro que produce la soberanía infinita de Dios?
¿Cómo mides el poder de Dios? ¿Cómo pueden mentes débiles entender algo infinito? Las Escrituras nos dicen que Dios viene a nosotros con el mismo poder que levantó a Cristo de los muertos. ¡Esa es la definición de poder absoluto! ¿Qué sería más poderoso que la capacidad de infundir vida a un cuerpo muerto? ¿Cuál podría ser una mejor definición de poder omnipotente que el ser capaz de levantarse y caminar después de estar muerto? No existe lugar en donde los seres humanos sean más impotentes que ante la muerte.
Si has experimentado la muerte de algún ser querido, sabes a qué me refiero. Permanecí junto a la cama de mi madre después de que ella murió, deseando tener una última conversación con ella, anhelando poder escucharle decir “te amo” una última vez, deseando que ella pudiera tomar mi mano y decir que todo estaría bien. Lo deseaba con todo mi corazón, pero ella se había ido y yo no podía hacer nada al respecto.
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El poder de Dios es tan grande que Él gobierna la vida y la muerte. Ahora, esta es la razón por la que esto es importante. Solo podrás tener paz ante tu propia debilidad, tus fracasos y tu incapacidad cuando seas asombrado por el maravilloso poder de Dios. Solo podrás hacer lo que no tienes la capacidad natural de hacer cuando sepas que el asombroso poder de Dios está contigo. El asombro por el poder de Dios produce valentía ante la debilidad. El asombro por el poder de Dios permite que admitas tus límites y aun así vivas con valentía y esperanza. El temor, la negación, el esconderse, excusarse o huir no son principalmente problemas de debilidad, sino problemas de asombro. Puedo enfrentar lo que es más grande que yo porque sé que Aquel que está conmigo es más grande que lo que estoy enfrentando. ¿Qué hay de ti? ¿Cuánto de lo que haces lo haces por miedo y no por fe? ¿Cuán frecuentemente eres paralizado por tu debilidad? ¿Vives con valentía a la luz de tu asombro por el poder de Dios?
Quizá sea esta la pregunta de la que somos más conscientes. Es la pregunta que se hace el niño que es acosado en el colegio. Es la pregunta que se hace la esposa que observa cómo su matrimonio se derrumba. Es la pregunta que se hacen los padres que terminan exhaustos después de un día difícil con sus hijos. Es la pregunta que se hace la mujer soltera, el hombre que perdió su trabajo y la persona que tristemente tuvo que abandonar la iglesia por su mala doctrina; la que se hace el débil anciano que sufre y el enfermo que lucha contra una enfermedad crónica. Es la pregunta que te haces cuando observas que la cultura que te rodea va de mal en peor.
El cuidado de Dios es fundamental. Me permite saber que todos Sus atributos operan a mi favor. Su cuidado significa que será bueno conmigo. Su cuidado significa que hará lo que me ha prometido. Su cuidado significa que ejercerá Su control a mi favor. Su cuidado significa que desatará Su asombroso poder a mi favor. El asombro por Su cuidado me permite abrazar la esperanza que me dan todas sus demás cualidades. La Biblia nunca cuestiona el cuidado de Dios; lo asume y lo declara. Te confronta con la naturaleza de Su misericordia, amor, paciencia, gracia, ternura y fidelidad. Él es el Padre más amoroso. Él es el único Amigo que es completamente fiel, el que permanece más cerca que un hermano. Él nunca te abandonará. Él es el que no te envía si no va contigo. Es tu protector, guía, defensor, maestro, salvador y sanador. Él nunca se burla de tu debilidad, sino que te fortalece. Nunca utiliza tu pecado contra ti, sino que te otorga el perdón. No tiene favoritos, nunca se da por vencido contigo; no se agota ni desea renunciar. Nunca es desleal. Su cuidado es tan asombroso y completo que nada de lo que experimentes en tu vida se le compara. ¡Él tiene cuidado de ti!
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¿Qué hay de ti? ¿Atraviesas tiempos de desilusión y quejas porque te has permitido dudar de Su cuidado? El tamaño de tu esperanza es directamente proporcional al nivel de tu asombro por el cuidado de Dios.
Así que toda queja y todo gruñido es profundamente teológico. Nuestro problema no es que la “buena vida” nos haya abandonado, que las personas nos hayan fallado o que la vida haya sido difícil. Todas estas cosas nos suceden porque vivimos en un mundo caído. Y si nuestro contentamiento se basa en que la vida sea fácil, cómoda y placentera, no tendremos contentamiento en este lado de la eternidad. Nos quejamos demasiado no porque tengamos problemas horizontales, sino porque tenemos un problema vertical. Solo podrás tener gozo cuando el asombro por Dios gobierne tu corazón, y lo tendrás aunque otros te decepcionen y la vida sea difícil. El asombro significa que tu corazón se llenará reconociendo la bendición más que la necesidad. Serás maravillado diariamente por lo que se te ha dado, en lugar de sentirte perturbado constantemente por lo que crees necesitar. El asombro produce gratitud, la gratitud infunde gozo, y el resultado del gozo es el contentamiento.
Es muy probable que te quejes el día de mañana, y cuando lo hagas, clama al Salvador por ayuda. Solo Él puede abrirte los ojos para que contemples Su gloria. Solo Su gracia puede satisfacer tu corazón. Y mientras clamas, recuerda que Él es tan rico en Su gracia que siempre escuchará tu clamor.
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro Asombro, publicado por Poiema Publicaciones.
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Páginas 103 a la 110
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La mano izquierda de Tyndale balancea un libro, manteniéndolo horizontal para que no caiga. Este libro es una Biblia, la colección de escritos divinamente inspirados al que Tyndale consagró su vida para trasladarlo del hebreo y el griego al inglés. Su mano derecha parece descansar en una mesa oscura, mientras que su índice derecho apunta con decisión a la Biblia. Tyndale está desviando la atención del observador lejos de él y, más bien, está atrayendo todas las miradas hacia este Libro sagrado en el que creía con firmeza y al cual dedicó toda su vida.
Debajo de la Biblia, el artista ha pintado un estandarte desplegado y que parece suspendido en el aire. Lo que está escrito en latín en el estandarte indica que Tyndale es académico de Oxford y Cambridge: Hac ut luce tuas dispergam Roma tenebras sponte extorris ero sponte sacrificium. Esto significa: “Para ahuyentar las tinieblas romanas con esta luz, la pérdida de la tierra y la vida estimaré liviana”. Este mensaje valiente representa la misión de vida de Tyndale. Al traducir la Biblia al inglés, este brillante lingüista encendió la llama que disiparía la oscuridad espiritual de Inglaterra. La traducción de Tyndale de las Escrituras develó la luz divina de la verdad bíblica que brillaría a través de todo el mundo de habla inglesa, dando paso al amanecer de un nuevo día.
En el fondo del retrato, detrás de Tyndale, están las palabras Guilielmus Tindilus Martyr. Esta es la traducción latina del primer y segundo nombre de este académico, junto con la palabra mártir, identificando el alto costo que pagó Tyndale para llevar la Escritura al lenguaje de sus compatriotas. Esta figura heroica murió como mártir en 1536, estrangulado hasta morir con una cadena de hierro, después su cadáver fue incinerado y hecho estallar con pólvora esparcida alrededor de su cuerpo calcinado.
En la parte inferior del retrato, hay un recuadro con una explicación del martirio de Tyndale. Las palabras están en latín y esta es su traducción:
Esta pintura representa, tanto como puede el arte, a William Tyndale, en otro tiempo estudiante de este Hall [Magdalen] y ornamento del mismo, quien, después de establecer aquí el feliz comienzo de una teología más pura, dedicó sus energías a traducir el Nuevo Testamento y el Pentateuco a la lengua común en Amberes. Fue ésta una labor tan inmensamente orientada a la salvación de sus compatriotas, que con justicia se le llamó el Apóstol de Inglaterra. Ganó su corona de mártir en Vilvoorde, cerca de Bruselas, en 1536. Un hombre —si podemos creerle aun a su adversario (el Procurador General del Emperador)— instruido, piadoso y bueno.
La ironía de este retrato es que Tyndale nunca posó para tal representación. Para proteger su anonimato, no podía reproducir su aspecto facial en un lienzo. La obra que llevó a cabo tenía un precio demasiado alto como para permitirse ser reconocido. Solo después de su horrible muerte pudo Tyndale ser conocido.
Este retrato de Tyndale cuelga en mi estudio como un constante recordatorio visual del invaluable tesoro que descansa en mi escritorio: la Biblia en inglés. Enfatiza el hecho de que cuando predicó sus verdades, la luz espiritual está siendo enviada a este mundo oscuro. Además, este retrato me da testimonio del gran precio que exige el develar la verdad de la Biblia en este tiempo ennegrecido por el pecado.
Cuando Tyndale entraba en la escena del mundo, Inglaterra yacía cubierta de una oscura noche de tinieblas espirituales. La iglesia en Inglaterra permanecía envuelta en la medianoche de la ignorancia espiritual. El conocimiento de la Escritura casi se había extinguido en el país. Aunque había unos veinte mil sacerdotes en Inglaterra, se decía que ni siquiera eran capaces de traducir una simple línea del Padrenuestro. Los clérigos estaban tan hundidos en una ciénaga de superstición religiosa que no tenían ningún conocimiento de la verdad. Las únicas Escrituras en inglés eran unas pocas copias a mano de las Biblias Wycliffe, traducidas de la Vulgata latina a fines del siglo XIV. Los lolardos, un pequeño grupo de valientes predicadores y seguidores de Wycliffe, distribuyeron ilegalmente estos libros prohibidos. La sola posesión de la traducción de Wycliffe condujo a muchos al sufrimiento. Algunos incluso enfrentaron la muerte.
El Parlamento aprobó una ley conocida como la De haeretico comburendo en 1401, la cual, como lo indica su título, legalizaba la quema de los herejes en la hoguera. Debido a que los lolardos eran percibidos como una amenaza, traducir la Biblia al inglés se consideraba un crimen capital. En 1408, Thomas Arundell, el Arzobispo de Canterbury, escribió las Constituciones de Oxford, que prohibían cualquier traducción de la Biblia al inglés a menos que fuera autorizada por los obispos:
Es algo peligroso... traducir el texto de las Sagradas Escrituras de un idioma a otro, porque en la traducción el mismo sentido no siempre se mantiene... Por lo tanto, decretamos y ordenamos que, en lo sucesivo, ningún hombre por su propia autoridad traduzca ningún texto de la Escritura al inglés o cualquier otro idioma... Ningún hombre puede leer tal libro... ni en parte ni completo.
Aun enseñar la Biblia ilegalmente en Inglaterra se consideraba un crimen digno de muerte. En 1519, siete lolardos fueron quemados en la hoguera por enseñarles a sus hijos el Padrenuestro en inglés. La noche espiritual había caído sobre toda la tierra inglesa. La oscuridad que la cubría no podría haber sido más cruda.
Al mismo tiempo, los fuegos de la Reforma estaban inflamando lugares tales como Wittemberg y Zúrich, y no pudieron ser contenidos. Chispas de la verdad divina pronto saltaron sobre el Canal de la Mancha y encendieron los palos secos en Inglaterra. Hacia 1520, los académicos de Oxford y Cambridge leían y discutían las obras de Lutero. Esta llama era avivada por la disponibilidad del Nuevo Testamento de Erasmo en griego que era acompañado por su traducción latina en 1516, un año antes de que Lutero publicara sus noventa y cinco tesis. Este recurso fue muy valioso para los académicos que leían griego y latín. Pero no tenía ninguna utilidad para el hombre inglés común, que no leía ninguno de los dos idiomas. Si la Reforma iba a llegar a Inglaterra, no bastaría con simplemente gritar sola Scriptura. Debía haber una traducción de la Biblia al idioma inglés para que el pueblo leyera. ¿Pero cómo podía llegar a ocurrir?
En esta hora oscura, Dios levantó a William Tyndale, un hombre sin par que poseía extraordinarias habilidades lingüísticas combinadas con una invariable devoción por la Biblia. Él era un connotado académico, experto en ocho idiomas: hebreo, griego, latín, italiano, español, inglés, alemán, y francés. Poseía una insuperable habilidad para trabajar con sonidos, ritmos y sentidos del idioma inglés. Pero a fin de realizar su labor de traducción, se vería obligado a dejar su Inglaterra natal, para no volver jamás. Esta tenaz figura viviría en la clandestinidad como un hereje condenado y fugitivo perseguido durante los últimos doce años de su vida. Finalmente pagaría el precio más alto al entregar su vida al martirio para otorgarles a sus compatriotas el Nuevo Testamento y la mitad del Antiguo Testamento en inglés. Su gran hazaña de traducir la Biblia al inglés desde el griego y el hebreo originales no se había logrado hasta entonces. Este destacado reformador se convertiría en el más significativo de los primeros protestantes ingleses.
Así que el sufrimiento se encuentra en el centro de la fe cristiana. No solo es la forma en que Cristo se hizo uno de nosotros y nos redimió, sino que es una de las principales formas en que nos asemejamos a Él y experimentamos Su redención. Y eso significa que nuestro sufrimiento, a pesar del dolor que conlleva, también está lleno de propósito y utilidad.
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10 El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. 11 Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. 12 El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.
Según el apóstol Juan, el testimonio de Dios es este: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Asimismo, Juan afirma que todo aquel que de verdad cree en el Hijo tiene este testimonio en sí mismo.
Esta notable verdad es mucho más difícil de interpretar que lo que uno podría pensar inicialmente. Incluso entre los eruditos dentro de la tradición conservadora reformada, se han presentado varias opiniones. ¿Está Juan afirmando que el que cree ha aceptado e interiorizado el testimonio que Dios ha dado sobre Su Hijo? ¿Está Juan aludiendo al testimonio interno del Espíritu, que habita dentro del creyente? ¿O se refiere al testimonio vivencial de la vida eterna que el creyente posee ahora, la realidad de una nueva clase de vida que se centra en una relación íntima con el Padre y con el Hijo? Quizás el significado es lo suficientemente amplio para incluirlas todas.
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Una primera marca que muestra que nos hemos convertido verdaderamente es que hemos aceptado el testimonio de Dios, el cual nos lo comunicó en primer lugar a través de sus testigos oculares, como los apóstoles, y desde entonces se ha comunicado a cada generación a través de la predicación fiel del evangelio. Sabemos que somos cristianos porque poseemos y confiamos en el evangelio de Jesucristo que “una vez fue dado a los santos” (Jud 3). Nosotros tenemos nuestro fundamento en las Escrituras y permanecemos dentro de la corriente del cristianismo evangélico histórico. No nos hemos alejado de la esperanza del evangelio, sino que continuamos en la fe firmemente establecida e inalterable.
Es importante notar que una aceptación genuina del testimonio de Dios que resulta en la salvación no es superficial ni banal; por ello, nosotros poco a poco lo asimilamos dentro de cada aspecto de nuestras vidas. Para el verdadero convertido, Cristo se vuelve su carne y su bebida. Jesús les dijo: “De cierto, de cierto les digo: Si no comen la carne del Hijo del Hombre, y beben Su sangre, no tienen vida en ustedes” (Jn 6:53). Sus palabras se convirtieron en el fundamento, el modelo y la meta de la vida. El evangelio se convirtió en una parte de nosotros y la marca distintiva de quienes somos; nos define y fija nuestro rumbo. Está dentro de nosotros y es parte de nuestro ser. Así como no podemos dividir nuestra persona y esparcirla a las cuatro esquinas del globo, así también no podemos separarnos del evangelio. De las profundidades de nuestro ser interior, coincidimos con el evangelio, nos deleitamos en su belleza y anhelamos ser conformados con sus preceptos. ¡Toda proclamación fiel del evangelio que escuchamos o leemos es una confirmación más para nuestros corazones de que Cristo es todo y de que la vida eterna está solo en el Hijo!
Una segunda marca que muestra que de verdad somos cristianos es el testimonio interno del Espíritu que habita dentro de nosotros. Del Evangelio de Juan, aprendemos que el Espíritu Santo ha sido enviado para testificar de Cristo, habitar en el creyente y guiarlo a toda verdad. De la epístola de Juan, aprendemos que el Espíritu trabaja dentro del creyente para confirmar y fortalecer su confianza como hijo. Sabemos que somos hijos de Dios y que tenemos una relación permanente con Cristo por medio del Espíritu que Él nos ha dado. El Espíritu de Dios da testimonio de la encarnación y de la obra expiatoria de Cristo, y confirma su realidad dentro de nuestros corazones.
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Observemos que esta enseñanza sobre el testimonio interno del Espíritu Santo no solo ocurre en los escritos de Juan, sino que es esencial para la perspectiva de Pablo sobre la vida cristiana. El Espíritu Santo y la vida que fluye de Él han sido dados a todo creyente como un tipo de primicias y promesa de la vida que se revela en nuestra glorificación final. Mediante el Espíritu Santo, el amor de Dios se derrama dentro de nuestros corazones en una experiencia real y visible. El Espíritu Santo quita nuestro temor de la condenación que nos esclaviza y lo sustituye con una fuerte seguridad de nuestra condición de hijos, que nos lleva a clamar: “Abba Padre”. El Espíritu también nos guía según la voluntad de Dios y nos sostiene en medio de nuestra debilidad. Por último, el Espíritu Santo da testimonio de que somos hijos de Dios a través de la obra permanente de la santificación al conformarnos a la imagen de Cristo y producir la vida fructífera de Cristo dentro de nosotros.
Según Juan y Pablo, esta obra interna del Espíritu será una realidad en la vida de todo hijo de Dios. Sus manifestaciones variarán de creyente a creyente. Y aun en el santo más maduro, habrá tiempos de poda, aridez aparente y una pérdida o atenuación de la presencia evidente de Dios. Ahora bien, la vida de todo creyente mostrará manifestaciones visibles y prácticas de la obra del Espíritu. Este es uno de los derechos de nacimiento de los hijos de Dios y uno de los medios por el que se nos garantiza que lo conocemos.
Una tercera marca que muestra que hemos creído de verdad para salvación es el testimonio de la realidad de la vida eterna dentro de nosotros. Entender esta declaración exige que recordemos la verdadera naturaleza de la vida eterna. No es solo un infinito número de días, sino una calidad de vida que se fundamenta y fluye de un conocimiento íntimo y de la comunión con Dios y con Su Cristo. Si la vida eterna se refiere solo a una vida sin fin o a una realidad futura en el cielo, entonces aun la persona más carnal y mundana puede afirmar que la posee, y ninguno podrá refutarla. Sin embargo, si la vida eterna es una nueva clase de vida que se manifiesta por un conocimiento real de Dios y la comunión con Él, entonces la confianza de la persona carnal y mundana queda expuesta como débil en el mejor de los casos y como totalmente falsa en el peor de ellos.
Una máxima que es popular y bíblica existe dentro del cristianismo evangélico: “Sabemos que tenemos vida eterna porque creemos”. No obstante, también podemos cambiar el orden de las palabras y crear una nueva máxima que es igualmente bíblica: “Sabemos que hemos creído porque tenemos vida eterna”. Es decir, sabemos que hemos creído de verdad en Cristo y que somos justificados por esa fe debido a la realidad permanente y visible de una nueva clase de vida dentro de nosotros que empezó en la conversión. Sabemos que hemos creído para salvación porque hemos entrado en una comunión real, vital y permanente con el único Dios verdadero y Jesucristo a quien Él ha enviado. ¡Esta es la vida eterna! ¿Es esto verdad en nosotros?
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Jesús es quien introduce la mayoría de las horribles imágenes que tenemos acerca del infierno. Él puede decirles abiertamente a Sus seguidores que corren el riesgo de ser crucificados, golpeados, aserrados y todo lo demás: “No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Más bien, teman a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno” (Mt 10:28). Él habla acerca de calabozos y cadenas, de las tinieblas de afuera. La gente a veces dice: “Me gustaría ir al infierno. Todos mis amigos estarán allí”. No habrá amigos en el infierno. Jesús habla de llanto, gemidos y crujir de dientes. Por eso no debe sorprendernos que Él llore por la ciudad cuando sus habitantes no se arrepienten ni creen.
Por lo tanto, si la gente piensa que advertir a las personas acerca del infierno es manipulador, deben acusar a Jesús de manipulación. No obstante, la acusación de manipulación sólo tiene sentido si la amenaza del infierno no es real. Nadie hablaría de manipular a las personas para que salgan de un edificio en llamas si se les advierte de las terribles consecuencias de quedarse dentro y se les ruega que salgan. Si yo acepto que el infierno es real, eterno y más aterrador que cualquier otra cosa, sería una falta de bondad y amor de mi parte no advertirte, exactamente como habría sido una falta de bondad y amor de parte de Jesús no haber advertido a la gente de su época.
CHARLES HADDON SPURGEON
Así que, queridos amigos, estas buenas obras deben estar en el cristiano. No son la raíz, sino el fruto de su salvación. No son el camino hacia la salvación de un creyente; son su andar en el camino de la salvación. Cuando hay vida saludable en un árbol, el árbol producirá fruto de acuerdo a su especie; así que si Dios ha hecho que nuestra naturaleza sea buena, el fruto será bueno. Pero si el fruto es malo, es porque el árbol es lo que siempre fue—un árbol malo. El deseo de los hombres que han nacido de nuevo en Cristo es deshacerse de todo pecado. Sí pecamos, pero no amamos el pecado. En ocasiones el pecado gana poder sobre nosotros, y cuando pecamos es como si experimentáramos una especie de muerte; pero el pecado no nos domina, pues ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia; y, por tanto, debemos conquistarlo y obtener la victoria.
LIGON DUNCAN
Si la salvación es solo por gracia, solo por medio de la fe, solo en Cristo—si somos salvados y perdonados y aceptados por lo que Jesús hizo por nosotros, y no por nuestras buenas obras—¿hay aún lugar para las buenas obras y la obediencia en la vida cristiana? La Biblia nos da una enfática respuesta: sí.
Primero, hay lugar para las buenas obras porque, en la salvación, somos salvados no solo del castigo por el pecado, sino también del poder del pecado. En la salvación, a través de la obra de Jesucristo, no solo encontramos perdón sino que también encontramos transformación. Somos hechos nuevas criaturas en Jesucristo. Él nos libera del dominio del pecado en nuestra vida. Y, por tanto, la salvación por gracia no significa que el cambio o el crecimiento sean innecesarios en la vida cristiana. Significa que el cambio y el crecimiento ahora son posibles porque Dios está obrando en nosotros por medio de Su Espíritu Santo.
sí que ¿cuál es papel que juega la obediencia a la Palabra de Dios, la ley de Dios, en la vida cristiana? Gratitud, seguridad y testimonio.
En la vida cristiana, toda nuestra obediencia es un acto de gratitud a Dios por la gracia que Él nos ha mostrado en Jesucristo. Recuerda lo que Pablo dice en Efesios 2: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte. Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica” (v 8-10). ¿Viste lo que Pablo dijo aquí? No dijo que fuimos salvados por buenas obras. De hecho, dijo claramente que no es el caso. Pero sí dijo que fuimos salvados para buenas obras. Así que el papel de las obras en la vida cristiana no es salvarnos. No son para lograr que Dios nos ame. Es para expresar nuestra gratitud a Dios por el amor que nos ha mostrado en Jesucristo y por la salvación que nos ha dado libremente en Jesucristo. Así que toda nuestra obediencia a la Palabra de Dios en la vida cristiana es un acto de gratitud.
En segundo lugar, las buenas obras hechas en fe también nos dan seguridad. En su primera carta a los tesalonicenses, Pablo explica que él sabe que ellos son los escogidos de Dios (1Ts 1:3-5). Eso es asombroso. ¿Cómo sabrías tú quiénes son los escogidos de Dios? En el versículo 3, Pablo habla de las obras de fe de los tesalonicenses, de su trabajo de amor y de su constancia sostenida por la esperanza. Esencialmente está diciendo: “Veo la obra del Espíritu Santo en sus vidas y eso me hace saber que ustedes son hijos de Dios”. Y después explica cómo eso sirve para darles seguridad (v 5). Se nos da seguridad en la vida cristiana cuando vemos a Dios obrando en nosotros para transformarnos, y eso se expresa en nuestra obediencia a los mandamientos de Dios.
Una tercera forma en que la ley, las buenas obras y la obediencia obran en la vida cristiana se relaciona al área del testimonio. Cuando obedecemos la Palabra de Dios, cuando hacemos buenas obras, glorificamos a nuestro Padre celestial. Y le damos a aquellos que nos observan una razón para glorificar a nuestro Padre celestial. Pedro explica esto cuando nos dice que quiere que vivamos ejemplarmente frente al mundo para que nos observen y glorifiquen a nuestro Padre celestial, quien nos amó y nos salvó por gracia (1P 2:12).
Así que, aunque somos salvos por gracia, somos salvos para vivir una vida de buenas obras y de obediencia. No para que Dios nos ame, sino porque Dios nos ama y porque queremos ser como Su Hijo, quien dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar Su obra” (Jn 4:34).
]]>33 ¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos! 34 «¿Quién ha conocido la mente del Señor, o quién ha sido su consejero?» 35 «¿Quién le ha dado primero a Dios, para que luego Dios le pague?» 36 Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén.
1Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. 2 No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta 3 Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado. 4 Pues, así como cada uno de nosotros tiene un solo cuerpo con muchos miembros, y no todos estos miembros desempeñan la misma función, 5 también nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás. 6 Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado. Si el don de alguien es el de profecía, que lo use en proporción con su fe; 7 si es el de prestar un servicio, que lo preste; si es el de enseñar, que enseñe; 8 si es el de animar a otros, que los anime; si es el de socorrer a los necesitados, que dé con generosidad; si es el de dirigir, que dirija con esmero; si es el de mostrar compasión, que lo haga con alegría.
En este pasaje es evidente que Pablo suponía que sus lectores eran parte de un “cuerpo”, que es una de las formas comunes en que el Nuevo Testamento describe a la iglesia. No existe ninguna idea por parte de Jesús, de Pablo o de alguno de los otros autores bíblicos que enseñe que podemos ser discípulos por nuestra cuenta. Llevamos a cabo nuestro llamado siendo miembros de una comunidad de creyentes.
Romanos 12 comienza con el mandato a todos los hermanos de ofrecer sus cuerpos a Dios como sacrificios vivos. Esta dedicación de todo nuestro ser es agradable a Dios, y Él la recibe como un acto de adoración. He escuchado muchas prédicas sobre este texto, y se suele bromear diciendo que el problema con los sacrificios vivos es que ellos siempre están tratando de bajarse del altar. ¡Muy cierto!
Ofrecernos a Dios de esta manera significa que:
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“No existe ninguna idea por parte de Jesús, de Pablo o de alguno de los otros autores bíblicos que enseñe que podamos ser discípulos por nuestra cuenta.”
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Pablo después presenta la importante verdad de que si la iglesia es el cuerpo de Cristo, todos somos uno. Sin embargo, al igual que las partes del cuerpo humano, cada miembro tiene una tarea diferente que desempeñar para que el cuerpo esté saludable. Para realizar esas tareas se han dado “dones” a los miembros del cuerpo. Hay varias listas de esos dones en las diferentes cartas a las iglesias. (1 Corintios 12 es otro ejemplo.) Nota que Pablo hace una lista de siete dones básicos en este pasaje:
¿Crees que puedes aportar en tu iglesia con alguno de estos dones? Esta lista no tiene la intención de proponer los únicos dones que podemos ofrecer a la iglesia, pero sí nos reta a considerar en oración lo que podríamos hacer por la salud de la misma. Muchas veces descubrirás tu don o tus dones a medida que te involucres en los ministerios de tu congregación.
Salmo 62:8:
Confía siempre en Él, pueblo mío; ábrele tu corazón cuando estés ante Él. ¡Dios es nuestro refugio!
Debido a que los enemigos de tu alma son empedernidos, sutiles y poderosos, y tus marcos espirituales son inconstantes, es altamente necesario que vivas recordando continuamente aquellas consideraciones. ¿Qué sería más recomendable y necesario que caminar cuidadosamente; que velar y orar, no sea que entres en tentación? Siempre debes recordar tu propia debilidad e insuficiencia y reflejarla en tu conducta. Debido a que la corrupción de la naturaleza es un enemigo que siempre está cerca de ti, y siempre dentro de ti, mientras vivas en la tierra; y debido a que está fuertemente dispuesta a ceder ante cada tentación; deberías “por sobre todas las cosas [cuidar] tu corazón”. Cuida, cuida diligentemente, todas sus imaginaciones, emociones y tendencias. Considera cuándo surgen y hacia qué se inclinan antes de ejecutar cualquier propósito. Tan grande es el engaño del corazón humano que “el que confía en su propio corazón es un necio”; ignorante de su peligro y sin considerar sus mejores intereses. Esta consideración debería provocar que todo hijo de Dios doble sus rodillas suplicantes, con la mayor frecuencia, humildad y fervor; que viva ante el trono de la gracia y no se aleje de ahí para ponerse al alcance del peligro. Cuanto más veamos la fortaleza de nuestros adversarios y el peligro en el que estamos, tanto más debemos ejercitarnos en la oración ferviente. ¿Puedes tú, cristiano, ser indiferente y descuidado cuando el mundo, la carne y el diablo son tus implacables e incansables oponentes?
La única forma de andar en el Espíritu es por medio de la oración. Es la única manera de caminar por fe. En otras palabras, la oración es el aliento diario de la vida cristiana. Es un estilo de vida.
Permíteme ilustrar esto con cuatro elementos del catecismo: confesión, petición, alabanza y agradecimiento. Te invito a que en cada ocasión donde sientas que necesitas ayuda, enfrentes ese momento orando y utilizando estos cuatro elementos.
Supongamos que tengo que hablar frente a un grupo y estoy nervioso (puedes elegir cualquier situación que te sea difícil). A medida que se acerca el momento, me pregunto: "¿Seré capaz de hacer esto? ¿Recordaré lo que tengo que decir? ¿Quedaré como un tonto?”. Y en ese momento confieso mi necesidad a Dios y le digo: “Señor, soy un pecador. No merezco Tu ayuda, pero la necesito. No puedo hacer nada sin Ti”. Ese es el paso de confesión en la oración.
Después convierto mi confesión en petición. “Señor, por favor ayúdame. Necesito una buena memoria. Necesito buena articulación. Necesito la actitud adecuada. Necesito humildad. Necesito poder mirar a las personas a los ojos. Necesito todas estas cosas. Quiero ser de ayuda a mis oyentes. Pero estas cosas no están en mí. Ayúdame”. Ese es el paso de petición en la oración. Un clamor por ayuda.
Y después tengo que pensar en algún atributo de Dios que me lleve a alabarle y a confiar en Él. Por ejemplo, Dios dice: “Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con Mi diestra victoriosa” (Is 41:10). Yo me aferro a esa promesa, a ese poder, ese amor y esa misericordia; confío en Él y lo alabo. “Tú, Señor, puedes ayudarme. Confío en que me ayudarás. Te alabo por ser la clase de Dios que está dispuesto, y es capaz, de ayudarme”. Ese es el paso de confianza y alabanza en la oración.
Luego predico, confiando en Él. Y cuando termino, sin importar qué suceda, le doy las gracias. Debido a que confié en que Él me ayudaría, creo que utilizará mi esfuerzo independientemente de cuán bien yo crea que me haya ido. “¡Gracias, Señor!”. Ese es el paso del agradecimiento en la oración.
Ahí están—cuatro palabras claves del catecismo.
Primero, confiesa continuamente tu necesidad al Señor. “Te necesito”.
Segundo, pide, clama por ayuda. “¡Ayúdame!”.
Tercero, aférrate a las promesas de Dios con confianza y alabanza por Su capacidad para cumplirlas.
Y después, cuando te ayude, ve y dile: “Gracias”.
Ese es el ritmo de la vida cristiana, el aire para el cristiano.
Si queremos entender lo que significa ser cristiano, y por qué ser un cristiano es un privilegio, tenemos que valorar la adopción divina. Tenemos que comenzar a captar la magnitud de las declaraciones que Pablo hace de que “los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (8:14); y de que “somos hijos de Dios” (v 16).
“La noción de que somos hijos de Dios, Sus propios hijos... es la esencia de la vida cristiana... Nuestra filiación divina es la cima de la creación y la meta de la redención”. (Sinclair Ferguson, Hijos del Dios vivo, pp. 5-6)
La adopción era un procedimiento legal mucho más frecuente en la sociedad romana que en la cultura hebrea o en la del Oriente Cercano. Pablo, como ciudadano romano, hubiera estado familiarizado con ella. Por lo general, la adopción ocurría cuando un adulto rico no tenía un heredero para sus posesiones. Él entonces adoptaba a alguien como su heredero —podía ser un niño, un joven o un adulto. Inmediatamente ocurría la adopción, varias cosas pasaban a ser ciertas acerca del nuevo hijo. En primer lugar, sus antiguas deudas y sus obligaciones legales se liquidaban; en segundo lugar, tenía un nuevo nombre e instantáneamente pasaba a ser el heredero de todo lo que el padre tenía; en tercer lugar, su nuevo padre se hacía responsable de todas sus acciones (sus deudas, crímenes, etc.); pero, en cuarto lugar, el nuevo hijo también tenía nuevas obligaciones para honrar y agradar a su padre. Este pasaje está tomando todo esto en cuenta.
A lo largo de este pasaje, a los cristianos se les llama “hijos” (huioi, hijos varones) de Dios (v 14, 15, 19) y tres veces se les llama “hijitos” (teknon, hijos e hijas) de Dios (v 16, 17, 21). Es cierto que en Roma la “filiación” era un estatus de privilegio y poder que solo se le otorgaba a los varones. Sin embargo, ahora Pablo tiene la osadía de aplicarla a nosotros—¡a todos los creyentes! Esto demuestra que Dios no hace distinciones al dar honor. Ahora todos los cristianos, varones y mujeres, son Sus herederos. Se consideraba subversivo que Pablo tomara una institución que era exclusiva para los varones y mostrara que, en Cristo, el empoderamiento por medio de la adopción aplicaba indistintamente para mujeres y varones. Las mujeres cristianas no deben resentir que se les llame “hijos”, de la misma manera que los hombres cristianos no deben resentir que se les llame parte de la novia de Cristo (Ap 21:2). Todos los cristianos son hijos y todos son la novia—¡Dios es imparcial en Su uso de las metáforas! Y cada metáfora nos dice algo acerca de nuestra relación con Cristo.
Quiénes son los hijos de Dios
¿Qué nos hace hijos de Dios? Romanos 8:14 nos lo dice claramente: tener el Espíritu de Dios. “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”. Nuestra traducción es igual de clara que la del griego. Hosoi (“los”) es muy incluyente y se traduce mejor como “todos los” o “todos los que”. En otras palabras, Pablo en efecto dice: La categoría de los que tienen el Espíritu constituye la categoría de los que son hijos de Dios. Todo el que tiene el Espíritu es adoptado por el Padre, y a ninguno que haya sido adoptado por el Padre le faltará la presencia ni la guía del Espíritu Santo.
Muchos quieren pensar que ser “guiados por el Espíritu” tiene que ver con que el Espíritu nos ayude a tomar decisiones —que nos guíe para escoger el mejor cónyuge, el mejor trabajo, el mejor lugar para vivir, etc. Pero esto pasa por alto la fuerte conexión que hay entre el versículo 14 y el versículo 13. La traducción de la NVI muestra que el versículo 14 es una continuación de una oración que comienza en el versículo 13. En el griego, el versículo 14 es una nueva oración que comienza con la palabra gar (“porque”), vinculando lo que Pablo está por decir con lo que acaba de decir. En el versículo 13 él dice que con el Espíritu realmente podemos triunfar sobre el pecado que hay en nuestro interior. Después explica por qué este gran poder—el poder sobre el pecado—está disponible para nosotros. Es porque somos hijos de Dios. Así que ser “guiado por el Espíritu” debe ser lo mismo que “[darle] muerte a los malos hábitos del cuerpo” del versículo 13. Dicho de otro modo, somos guiados a odiar los deseos que el Espíritu odia (el pecado) y a amar las cosas que Él ama (a Cristo). Esta es la manera en que somos guiados por el Espíritu.
El versículo 14 lo dice claramente: si el Espíritu de Dios no ha entrado en ti, no eres hijo de Dios, y tampoco le perteneces a Cristo (v 9). Esto es útil, ya que nos recuerda que la “ecuación” también funciona al revés — si eres de Cristo, por fe, entonces eres un hijo de Dios y tienes Su Espíritu. Las tres son inseparables— o todas son ciertas, o ninguna lo es.
El versículo 15 recalca esta verdad —los cristianos son personas que han recibido “el Espíritu que los adopta como hijos”. La palabra griega utilizada aquí es huiothesias, que literalmente quiere decir “hacer hijo”, y por eso se puede traducir como “adoptar”.
En primer lugar, La imagen de la “adopción” nos dice que nadie nace teniendo una verdadera relación con Dios. El hecho de que recibimos nuestro estatus de hijos adoptados prueba que hubo un tiempo en el que estábamos perdidos; no éramos hijos de Dios por naturaleza. Esto quiere decir que esta relación Padre-hijo con Dios no es automática. Nacemos como huérfanos y esclavos espirituales.
En segundo lugar, la imagen de la “adopción” nos dice que nuestra relación con Dios se basa completamente en un acto legal por parte del Padre. No te “ganas” un padre ni “tramitas” tu adopción. La adopción es un acto legal que hace el padre—es muy costoso, pero solo para él. No hay nada que el hijo pueda hacer para ganar u obtener su estatus. Simplemente lo recibe.
Es importante ver la claridad de esta enseñanza, pues hoy en día es común escuchar a la gente decir que “todos los seres humanos son hijos de Dios” porque Dios los creó a todos. Es cierto que en Hechos 17:29 (RVC) Pablo llama a todos los seres humanos “linaje” de Dios. Pero la palabra griega es genos, que simplemente quiere decir “descendientes”. En este sentido podríamos llamar a Henry Ford el “padre” del automóvil Modelo T. Pero la Biblia es enfática en reservarse toda la riqueza del término “hijos de Dios” exclusivamente para los que han recibido a Cristo como Salvador y Señor: “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio el derecho de ser hijos [tekna] de Dios” (Jn 1:12). La filiación se le da a los que lo reciben a Él. Nadie la tiene de manera natural—excepto Jesucristo.
Extraído del libro "Romanos 8-16 para ti" de Timothy Keller
]]>Extraído del libro "¡No me hagas contar hasta tres!" de Ginger Hubbard
]]>Ya que el verdadero evangelio es tan crucial, y tan a menudo y fácilmente invalidado, esto despierta en nosotros una pregunta inquietante: ¿cómo podemos asegurar que el evangelio que nosotros creemos es en realidad el verdadero? ¿Cómo sabemos que no es solo un evangelio que nosotros sentimos que es verdad o que nos dijeron que es verdad o que pensamos que es verdad o que nos suena como verdadero, sino que es un evangelio que es verdad, objetivamente, y por lo tanto puede salvar real y eternamente?
Pablo establece, en el lenguaje más fuerte posible, una plomada para juzgar todas las afirmaciones de verdad, ya sean externas (de maestros, escritores, pensadores, predicadores) o internas (sentimientos, sensaciones, experiencia). Ese estándar es el evangelio que él (y todos los demás Apóstoles con A mayúscula) recibió de Cristo y enseñó, y que se encuentra en esta carta y a lo largo del resto de la Biblia.
“Si alguno de nosotros... les predicara un evangelio distinto... ¡que caiga bajo maldición!” (v 8). Aquí tenemos cómo juzgar a las autoridades externas, por ejemplo los maestros humanos o los líderes institucionales humanos, o incluso los oficiales ordenados por una jerarquía eclesiástica.
Llama la atención que al decir “nosotros”, Pablo mismo se incluye como una autoridad humana. Está diciendo que él debe ser rechazado si alguna vez dice: He cambiado de opinión acerca de lo que es el evangelio. Como él nos dirá, el evangelio no llegó a él por medio de un proceso de razonamiento y reflexión; él lo recibió, no lo desarrolló. Así que él no tiene la libertad para alterarlo por medio del razonamiento y la reflexión. En Gálatas 2, Pablo nos dirá que su evangelio fue confirmado por otros que también habían recibido el mensaje por medio de la revelación del Cristo resucitado. Este consenso apostólico –este “depósito del evangelio” original dado por Cristo– es, por lo tanto, el criterio para juzgar todas las afirmaciones de verdad, desde el exterior y desde el interior.
Esto es muy importante. Pablo está diciendo en el versículo 8 que incluso su autoridad apostólica proviene de la autoridad del evangelio, y no al revés. Pablo les está diciendo a los gálatas que lo evalúen y lo juzguen, tanto a él como apóstol como a su enseñanza, con el evangelio bíblico. La Biblia juzga a la iglesia; la iglesia no juzga a la Biblia. La Biblia es el fundamento para la iglesia y la creadora de la iglesia; la iglesia no es el fundamento para la Biblia o la creadora de la Biblia. El creyente debe evaluar a la iglesia y a su jerarquía, con el evangelio bíblico como el criterio para juzgar todas las afirmaciones de verdad.
Tampoco nuestra experiencia personal es la plomada final para la verdad. No juzgamos la Biblia por nuestros sentimientos o convicciones; juzgamos nuestras experiencias por la Biblia. Eso significa que si un ángel literalmente se apareciera ante una multitud de personas y enseñara que la salvación es por buenas obras (o cualquier cosa excepto solo por la fe solo en Cristo), ¡deberías literalmente echar al ángel! (v 8). Cuando Pablo dice: “Si nosotros o un ángel...”, da un amplio resumen de la correcta “epistemología” cristiana –cómo saber lo que es verdad.
Extraído del libro "Gálatas para ti" de Timothy Keller
]]>Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo. Efesios 6:1 (NVI)
Algunos de ustedes pueden estarse preguntando sobre Efesios 6:1 y el mandato para los hijos de obedecer a sus padres. ¿No se extiende este mandato incluso hasta la edad adulta? ¿O podría existir algún límite implícito? Algunos padres dicen que este mandamiento se aplica a hijos de todas las edades. Pero a la luz de los pasajes que se explicaron antes, creemos que Pablo se está refiriendo a niños que todavía son dependientes de sus padres y que están bajo su techo y autoridad, en contraposición a los que son “de edad”. Aplicar el mandamiento a hijos mayores, incluso a los que están casados, significa que ellos deben honrar a sus padres (Éx 20:12), respetándolos y ayudándolos cuando tengan necesidad (1Ti 5:4). Sin embargo, ya no están obligados a sujetarse a ellos ni a obedecerlos en todas las cosas.
Es una triste realidad que algunos padres abusan pecaminosamente de su posición de autoridad. Amelia era una mujer de unos treinta años que todavía estaba viviendo con sus padres y estaba siendo cortejada por un buen hombre cristiano. El inconveniente era que el trabajo del hombre estaba a miles de kilómetros de distancia de la familia de Amelia. Sus padres se negaron a permitir que su hija se casara con este hombre porque sencillamente no les gustaba la idea de que su hija se mudara tan lejos. Le hicimos saber a Amelia que sus padres estaban tratando de controlarla injustamente (Ef 6:4) y que, de acuerdo con la Escritura, ella era libre de decidir si se casaba o no.
En otro caso, Jorge, un hombre soltero de unos cuarenta años, estaba viviendo con su madre divorciada; ella se oponía a su deseo de casarse con una mujer cristiana que era piadosa y a la que había estado cortejando. Ella quería que él siguiera viviendo con ella o que se casara con la mujer que ella escogiera. La madre de Jorge alegaba que Efesios 6:1 demostraba que su hijo estaría violando la Escritura si se casaba en contra de su voluntad. Jorge buscó el consejo de los líderes de la iglesia, quienes lo convencieron de que él era libre de escoger a su esposa. Hoy en día Jorge y su esposa tienen un matrimonio bendecido con hijos hermosos y amados. Él y su esposa están haciendo todo lo que pueden para mostrarle bondad a su madre a pesar de que ella se opuso a su matrimonio.
El problema de los padres que se rehúsan a liberar a los hijos y que tratan de controlar las decisiones de sus hijos adultos no es algo nuevo. En el siglo dieciséis, el padre de Martín Lutero quería que él fuera un abogado, pero Martín estaba decidido a ser un sacerdote. Aunque el conflicto entre padre e hijo fue doloroso, todo protestante puede estar agradecido de que Lutero se haya opuesto a los deseos de su padre y tomara su propia decisión. Dios usó su determinación de ser su propio jefe de maneras maravillosas, las cuales siguen resonando en todo el mundo más de quinientos años después.
Al igual que Lutero, nuestros adultos jóvenes son responsables ante Dios de tomar sus propias decisiones. Son responsables de escoger su profesión, su cónyuge y su lugar de residencia. Cuando nuestros hijos eran pequeños, sus opciones estaban limitadas por nuestras preferencias. Pero ahora que son “mayores de edad”, son libres para dejar nuestro hogar y nuestra supervisión, aunque creamos que esa decisión sea imprudente.
Extraído del libro "Nunca dejas de ser padre" de Jim Newheiser y Elyse Fitzpatrick
]]>Extraído del libro "Atesorando a Cristo cuando tus manos están llenas" de Gloria Furman
]]>Extraído del libro "Soltero por ahora" de Marshall Segal
]]>Extraído de La evangelización de J. Mack Stiles
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Ya sea que uno ministre en una gran ciudad o en un pequeño pueblo; ya sea que uno esté tratando de alcanzar a la élite cultural o a los analfabetos e indoctos; ya sea que uno esté involucrado en un ministerio de estudiantes o de adultos mayores; ya sea que uno lidere un ministerio de adultos solteros o imparta clases a jóvenes casados; en cualquiera de estos casos, Cristo crucificado debe ser el mensaje dominante. Con voz de trompeta para que todos escuchen, Jesucristo debe ser la nota que resuene en la predicación.
Esta verdad fundacional de Cristo, y Él crucificado, debe estar grabada en el alma de cada predicador. Esto es lo que Dios exige de cada hombre al que Él llama a proclamar Su Palabra. El tema predominante en la predicación debe ser la persona y la obra de Cristo.
Pregunto: ¿este mensaje cristocéntrico describe tu predicación? ¿Eres conocido por proclamar a Cristo, y a Él crucificado? ¿Se resume tu ministerio en esta declaración concisa: predicamos a Cristo, y a Él crucificado?
La preeminencia y centralidad de Jesucristo deben ser una verdad en cada púlpito.
Un camino directo a la cruz
Un gran predicador que proclamó a Cristo crucificado con inigualable éxito fue el ministro británico del siglo diecinueve Charles Haddon Spurgeon. Este “Príncipe de los Predicadores” creía que Cristo debe ser el centro de atención de cada sermón. Cualquiera que fuera su pasaje, Spurgeon anunciaba: “Yo tomo mi texto y me voy directo a la cruz”. En otras palabras, cada vez que se paraba en el púlpito, era persistente en fijar firmemente la atención en Cristo, y en Él crucificado.
Un sermón sin Cristo, insistía Spurgeon, es un sermón sin gracia. Tal sermón, afirmaba él, no tiene ninguna buena noticia que anunciar:
Un sermón sin Cristo es una cosa horrible, espantosa. Es un pozo vacío; una nube sin lluvia; un árbol dos veces muerto, arrancado de raíz. Es algo abominable dar a los hombres piedras en lugar de pan y escorpiones en lugar de huevos, pero es lo que hacen los que no predican a Jesús. ¡Un sermón sin Cristo es como hablar de un pedazo de pan sin nada de harina! ¿Cómo podría alimentar el alma? Los hombres mueren y perecen porque Cristo no está presente.
La predicación que Dios honra
En palabras simples, Dios el Padre honra la predicación que honra a Su Hijo. Si nuestra proclamación se aleja de su glorioso foco, la bendición de Dios se alejará de ella. Dios abandonará la predicación que abandone a Cristo.
Por lo tanto, comprometámonos a predicar a Cristo, y a Él crucificado. Mientras estamos en nuestro púlpito, jamás perdamos de vista la cruz. Prediquemos siempre como si estuviéramos bajo la sombra del Calvario. Cristo crucificado debe permanecer como la materia central de todo lo que decimos.
Lo principal es mantener lo principal como lo principal; y eso sencillamente es predicar a Cristo.
Extraído del libro "La predicación que Dios bendice" de Steve J. Lawson
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