Dios ha dado a los padres las siguientes responsabilidades:
1. Aprovechar cada oportunidad para mostrar a sus hijos su necesidad de Cristo
La mayor necesidad de nuestros hijos es nacer de nuevo. La salvación de nuestros hijos no depende de lo que hagamos como padres. Su salvación es un asunto entre ellos y Dios. Sin embargo, somos responsables delante de Dios de apuntarles al Salvador que puede limpiar sus corazones.
Por muchos años creí que si los instruía diligentemente en las Escrituras estaría asegurando su salvación. Cuando mi hijo cumplió siete años, me di cuenta de que le citaba todos los versículos correctos para cada pecado, y de que podía hacer que Él se comportara conforme a la Biblia, pero solo Dios podía alcanzar su corazón. Se había vuelto un experto en honrar de labios. Le había instruido a que dijera las palabras correctas, pero su cara decía: “Ya te dije que lo que querías que dijera, ahora ¡déjame tranquilo!”.
Fue durante este tiempo que Dios me enseñó a dejar de confiar en mis habilidades. Tuve que dejar de tratar de controlar su corazón y dejar que Dios actuara. Fueron tiempos difíciles. Parecía que había un océano de distancia entre nosotros. Hoy estoy muy agradecida por ese tiempo, pues me llevó a depender más de Dios. Le busqué con todo mi corazón y le rogué que restaurara nuestra relación y que hiciera que Wesley recibiera mi instrucción como una muestra de amor.
Dios me llevó a hacer dos cosas. Primero, a pasar tiempo a solas con él cada noche. A no apurarme. A no pasar ese tiempo instruyéndolo, sino sentada a su lado y escuchando lo que sea que él quisiera decirme. Segundo, a volver a su cuarto cada noche antes de dormirme y orar por él. Mi oración cada noche era que Dios tocara su corazón. Y Él lo hizo. (Para entender cómo llevar a tu hijo a Cristo, ver el Apéndice B al final del libro.)
2. Entrenarlos a obedecer a Dios al honrar y obedecer a sus padres
Debemos ayudarlos a obedecer a Dios al requerirles que nos obedezcan. Si no les requerimos obediencia, seremos una piedra de tropiezo para ellos. Lucas 17:2 explica que sería mejor ahogarnos en el mar con una piedra de molino en nuestro cuello que hacer que un niño tropiece. Cuando no le exigimos obediencia a nuestros hijos, les estamos robando parte de las bendiciones que Dios tiene para ellos. Efesios 6:1-3 nos dice: “Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es jus- to. ‘Honra a tu padre y a tu madre —que es el primer mandamiento con promesa— para que te vaya bien y disfrutes de una larga vida en la tierra’”.
3. Enseñarles sabiduría
Esto aplica para los hijos salvos y para los inconversos. Aunque la Biblia enseña que nadie que rechaza a Cristo es verdaderamente sabio, se nos da el mandato de instruir y entrenar a nuestros hijos con sabiduría para la vida diaria.
4. Entrenarlos en justicia
Brenda Payne dice: “No podemos hacer que nuestros hijos sean justos, pero podemos enseñarles a hacer lo correcto”. Pablo le dijo a Timoteo en 1 Timoteo 4:7-8: “Rechaza las leyendas profanas y otros mitos semejantes. Más bien, ejercítate en la piedad, pues aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo, ya que incluye una promesa no solo para la vida presente sino también para la venidera”. Es importante que nuestros hijos tengan el hábito de pensar y actuar correctamente. Necesitan entender que al demostrar la justicia de Dios, están haciendo que Su luz brille en un mundo oscuro. Es una de las formas en que pueden mostrar el poder de Cristo a otros.
Traté de explicarle a mi hija de cinco años las diversas maneras en que podemos compartir nuestra fe, pero no creo que ella haya entendido bien el concepto. Un día decidió que iba a seguir el consejo de Mamá y que iba a compartir su fe con unos vecinitos. El momento me pareció ideal, su método fenomenal y su motivación... bueno, solo Dios puede juzgar los corazones. Hay unos niños en nuestro vecindario a quienes les encanta sacar de quicio a Alex (lo cual no es tan difícil). Un día empezaron su guerra de palabras para molestarla... y lo lograron. Desde su patio estaban gritándole cosas para contrariarla. Estoy segura de que Alex estaba debatiéndose si debía “pagar mal por mal” o seguir el consejo de mamá y ser testigo de Jesús. Al final decidió caminar hasta la verja que dividía ambos patios, y con las manos en la cintura y su rostro bien en alto, comenzó a cantarles: “Us-te-des-no-co-no-cen-a-Je-sús”. Aunque no podía ver su cara, algo me dice que también les sacó la lengua al terminar la canción. Evidente tenemos que seguir trabajando con la forma en que ha de compartir su fe.
5. Orar por ellos
Debemos cubrir todos nuestros esfuerzos con oración. Podemos obedecer a Dios al instruir y enseñar a nuestros hijos, pero es Dios quien transforma los corazones.
6. Ser un ejemplo de piedad
Debemos enseñar con el ejemplo. Hace muchos años, un amigo me escribió una nota que decía: “Tus palabras hablan y tus pisadas también, pero tus pisadas hablan más alto que tus palabras”.
J. Vernon McGee cuenta una historia acerca de un padre que tenía un frasco de whisky en su granero. Cada mañana salía y tomaba un trago de whisky. Un día iba saliendo, como de costumbre, pero esta vez alguien iba detrás de él. Al mirar atrás, vio a su niñito siguiendo sus pisadas en la nieve. El padre le preguntó: “Hijo, ¿qué estás haciendo?”. El niño respondió: “Estoy siguiendo tus pisadas”. El padre envió al hijo a la casa, entró a su granero y estrelló la botella de whisky.
Alguien está siguiendo tus pisadas. Tu hijo aprende más por lo que te ve hacer, no por lo que te oye decir. Él seguirá tu ejemplo. Al hacerlo, ¿será un hacedor de la Palabra o solamente un oidor? ¿Será fiel o hipócrita? Quizás uno de los versículos más aleccionadores en cuanto a nuestra responsabilidad de instruir a nuestros hijos es Lucas 6:40: “El discípulo no está por encima de su maestro, pero todo el que haya completado su aprendizaje, a lo sumo llega al nivel de su maestro”.
Extraído del libro "¡No me hagas contar hasta tres!" de Ginger Hubbard