"En el principio creó Dios los cielos y la tierra". Estas son las palabras con las que Dios da inicio a Su revelación a la humanidad (Gn 1:1). La historia bíblica inicia confirmando la existencia de Dios, quien ha estado presente por la eternidad. Tan pronto como esto es establecido, el poder de Su palabra se hace evidente. La historia nos permite ver cómo Su palabra no solo tiene poder de crear, sino también poder de organizar lo creado (Gn I), porque "la Palabra de Dios no solo es poderosa, sino que tiene un propósito". Una cosa es crear, y otra muy diferente es crear de manera ordenada. Dios (y por lo tanto Su palabra) no solo es poderoso, sino omnipotente, y no solo es omnipotente, sino también intencional. En teología se dice que Dios es simple (no simplista); es decir, todo lo que Dios es lo es a través de todo Su ser. Si Dios es infinito —y lo es— entonces Su amor es infinito, al igual que Su gracia y el resto de Sus atributos. Si Dios es omnipotente, entonces también lo es Su palabra. Y debido a que Dios es intencional, cuando Dios habla, lo que comunica es una palabra llena de propósito y de poder, que siempre llevará a cabo lo que Él desea. Así fue como el universo se originó: primero en la mente de Dios y después mediante el poder de Su palabra. Así como Dios organizó el universo con Su palabra, así organizaría a las naciones. La creación de las naciones y el establecimiento de su base moral fue Su idea en primer lugar (Gn 11, Hch 17:26).
Cuando Dios habla, hay respuesta a Su palabra porque Su palabra es tanto una expresión de Su voluntad como "una expresión de Él mismo". Cuando Dios habla, las cosas se mueven, los eventos suceden, las montañas tiemblan, las aguas retroceden. La palabra de Dios es eficaz y cumple Su propósito. Cuando Dios dijo: "Júntense en un lugar las aguas que están debajo de los cielos", las aguas se juntaron en un lugar y se descubrió lo seco. No hubo caos debajo del cielo cuando las aguas se movieron. Así es el poder organizacional de la palabra de Dios. Cuando Dios dijo: "Produzca la tierra vegetación", los árboles aparecieron donde debían y produjeron fruto. Cuando Dios dijo: "Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche", el sol y la luna fueron creados del tamaño y a la distancia necesaria para mantener la vida. Una luna un poco más grande o un poco más cerca hubiera causado mareas tan altas que inundarían el planeta y cambiarían su eje peligrosamente. No hubo confusión ante la voz de Dios. Cuando Dios terminó de crear el universo, vio todo lo que había hecho y concluyó que "era bueno en gran manera" (Gn 1:31). Esto era de esperarse, ya que "las obras expresan la mente, el espíritu, la voluntad y el carácter del creador". Así, lo que Dios había hecho era bueno porque le reflejaba. Cuando Dios habla, emana un poder capaz de crear lo que Él tiene previsto. Eso es lo que Dios dijo por medio del profeta Isaías en 55:11: "Así será Mi palabra que sale de Mi boca, no volverá a Mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié". Esto fue verdad al momento de la creación, y lo fue también al pie del monte Sinaí, cuando Dios entregó Su ley al pueblo de Israel.
Con esto podemos concluir que la palabra de Dios es poderosa, pero no es simplemente una fuerza. No es como la fuerza de gravedad que atrae las cosas hacia abajo pero sin ordenarlas al caer. La palabra de Dios no solo es poderosa, sino que tiene un propósito y es de incuestionable autoridad. Ninguna voz es como la de Él y ningún otro poder fuerza tienen estas características. Es única. Cuando Dios habló, que creó no fue solamente un universo material, sino un cosmos en equilibrio perfecto e intencional. Así, el mundo se convirtió en el escenario donde Dios planeaba mostrar Su gloria (theatrium gloriae), en palabras de Juan Calvino.
La casualidad no pudo haber creado esto porque carece de la inteligencia para diseñar, de propósito para organizar y de todas las cualidades que posee un Ser infinito para crear algo de la nada. De hecho, la casualidad es solo una posibilidad una vez que los eventos han ocurrido. Nada había sucedido hasta que Dios creó de la forma en que lo hizo. La casualidad no tiene poder porque no tiene existencia. Pero en el principio estaba Dios. Él es la causa detrás del efecto, como debe serlo. Si algo existe, alguien en algún lugar debe tener el poder de la existencia, y ese alguien es Elohim, el Dios creador. Su palabra no es sólo responsable de crearlo todo, sino también de sustentarlo todo. En Dios reside el poder de la existencia. Esto es lo que se nos reveló en Hebreos 1:3: "Él es el resplandor de Su gloria y la expresión exacta de Su naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de Su poder".
Ahora bien, esa misma palabra divina creadora es la misma que estableció la formación del pueblo de Israel en el monte Sinaí. Las naciones no son capaces de existir sin un poder organizador y sustentador que les provea de dirección, estabilidad, integración y esperanza. Esto es lo que una cosmovisión congruente debe detallar. Cuando una cosmovisión es articulada y defendida ante un mundo incrédulo, muchos prestan atención. Esta cosmovisión puede incluso abrir la puerta a la presentación del evangelio completo.
Los Diez Mandamientos representan los principios éticos necesarios para la organización de la sociedad. Más de dos millones de judíos vagando en el desierto fueron organizados como una nación basada en estos mandamientos. Aunque el pueblo no los obedeció al pie de la letra, estos mandamientos enseñaron al pueblo cómo vivir y crearon un marco para ayudarlos a vivir de forma civilizada, como sucedió después con las naciones del occidente. Estos mandamientos forman parte de la palabra de Dios, que es poder en acción. Dios "sostiene todas las cosas por la palabra de Su poder" (Heb 1:3). El apóstol Pablo, hablando a los ciudadanos de Atenas, los cuales no conocían a Dios, les dijo que "de uno hizo todas las naciones del mundo" (Hch 17:26) y en contexto añade "porque en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17:28). El poder que sustenta el universo entero, incluyendo la humanidad, reside en Dios.
Dios y Su palabra nunca existen por separado. Su palabra es un perfecto reflejo de quién es Él. Como lo establece John Frame:
Así que la palabra es Dios. Donde sea que encontremos la palabra de Dios, encontramos a Dios. Cuando encontramos a Dios, encontramos Su palabra. No podemos encontrar a Dios sin Su palabra, o a Su palabra sin Dios. La palabra de Dios y Dios son inseparables. De hecho, Su palabra es la presencia de Dios. Donde la palabra de Dios sea predicada, leída o escuchada, ahí estará Dios.
Existen dos cosas que representan la esencia de Dios: Su nombre y Su palabra. Por esta razón, el salmista dice en el Salmo 138:2: "Porque has engrandecido Tu palabra conforme a todo Tu nombre".
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Este artículo fue adaptado de una porción del libro La palabra de Dios para transformar una nación, publicado por Poiema Publicaciones.
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