Colocado en un lugar prominente de mi estudio, como si mirara sobre mi hombro derecho, se encuentra la imagen de un imponente retrato del gran traductor de la Biblia, William Tyndale.
La obra original, pintada en óleo sobre lienzo, proviene del pincel de un artista anónimo. Fue pintado a fines del siglo XVII o comienzos del XVIII, y ahora el original cuelga en la National Portrait Gallery de Londres. Tyndale aparece en el retrato sentado, completamente vestido de negro, y rodeado de un sutil fondo marrón oscuro. Su rostro y sus manos parecen brillar a la luz de una vela que está oculta a la vista.
La mano izquierda de Tyndale balancea un libro, manteniéndolo horizontal para que no caiga. Este libro es una Biblia, la colección de escritos divinamente inspirados al que Tyndale consagró su vida para trasladarlo del hebreo y el griego al inglés. Su mano derecha parece descansar en una mesa oscura, mientras que su índice derecho apunta con decisión a la Biblia. Tyndale está desviando la atención del observador lejos de él y, más bien, está atrayendo todas las miradas hacia este Libro sagrado en el que creía con firmeza y al cual dedicó toda su vida.
Debajo de la Biblia, el artista ha pintado un estandarte desplegado y que parece suspendido en el aire. Lo que está escrito en latín en el estandarte indica que Tyndale es académico de Oxford y Cambridge: Hac ut luce tuas dispergam Roma tenebras sponte extorris ero sponte sacrificium. Esto significa: “Para ahuyentar las tinieblas romanas con esta luz, la pérdida de la tierra y la vida estimaré liviana”. Este mensaje valiente representa la misión de vida de Tyndale. Al traducir la Biblia al inglés, este brillante lingüista encendió la llama que disiparía la oscuridad espiritual de Inglaterra. La traducción de Tyndale de las Escrituras develó la luz divina de la verdad bíblica que brillaría a través de todo el mundo de habla inglesa, dando paso al amanecer de un nuevo día.
“Para ahuyentar las tinieblas romanas con esta luz, la pérdida de la tierra y la vida estimaré liviana.”
En el fondo del retrato, detrás de Tyndale, están las palabras Guilielmus Tindilus Martyr. Esta es la traducción latina del primer y segundo nombre de este académico, junto con la palabra mártir, identificando el alto costo que pagó Tyndale para llevar la Escritura al lenguaje de sus compatriotas. Esta figura heroica murió como mártir en 1536, estrangulado hasta morir con una cadena de hierro, después su cadáver fue incinerado y hecho estallar con pólvora esparcida alrededor de su cuerpo calcinado.
En la parte inferior del retrato, hay un recuadro con una explicación del martirio de Tyndale. Las palabras están en latín y esta es su traducción:
Esta pintura representa, tanto como puede el arte, a William Tyndale, en otro tiempo estudiante de este Hall [Magdalen] y ornamento del mismo, quien, después de establecer aquí el feliz comienzo de una teología más pura, dedicó sus energías a traducir el Nuevo Testamento y el Pentateuco a la lengua común en Amberes. Fue ésta una labor tan inmensamente orientada a la salvación de sus compatriotas, que con justicia se le llamó el Apóstol de Inglaterra. Ganó su corona de mártir en Vilvoorde, cerca de Bruselas, en 1536. Un hombre —si podemos creerle aun a su adversario (el Procurador General del Emperador)— instruido, piadoso y bueno.
La ironía de este retrato es que Tyndale nunca posó para tal representación. Para proteger su anonimato, no podía reproducir su aspecto facial en un lienzo. La obra que llevó a cabo tenía un precio demasiado alto como para permitirse ser reconocido. Solo después de su horrible muerte pudo Tyndale ser conocido.
Este retrato de Tyndale cuelga en mi estudio como un constante recordatorio visual del invaluable tesoro que descansa en mi escritorio: la Biblia en inglés. Enfatiza el hecho de que cuando predicó sus verdades, la luz espiritual está siendo enviada a este mundo oscuro. Además, este retrato me da testimonio del gran precio que exige el develar la verdad de la Biblia en este tiempo ennegrecido por el pecado.
Cuando Tyndale entraba en la escena del mundo, Inglaterra yacía cubierta de una oscura noche de tinieblas espirituales. La iglesia en Inglaterra permanecía envuelta en la medianoche de la ignorancia espiritual. El conocimiento de la Escritura casi se había extinguido en el país. Aunque había unos veinte mil sacerdotes en Inglaterra, se decía que ni siquiera eran capaces de traducir una simple línea del Padrenuestro. Los clérigos estaban tan hundidos en una ciénaga de superstición religiosa que no tenían ningún conocimiento de la verdad. Las únicas Escrituras en inglés eran unas pocas copias a mano de las Biblias Wycliffe, traducidas de la Vulgata latina a fines del siglo XIV. Los lolardos, un pequeño grupo de valientes predicadores y seguidores de Wycliffe, distribuyeron ilegalmente estos libros prohibidos. La sola posesión de la traducción de Wycliffe condujo a muchos al sufrimiento. Algunos incluso enfrentaron la muerte.
El Parlamento aprobó una ley conocida como la De haeretico comburendo en 1401, la cual, como lo indica su título, legalizaba la quema de los herejes en la hoguera. Debido a que los lolardos eran percibidos como una amenaza, traducir la Biblia al inglés se consideraba un crimen capital. En 1408, Thomas Arundell, el Arzobispo de Canterbury, escribió las Constituciones de Oxford, que prohibían cualquier traducción de la Biblia al inglés a menos que fuera autorizada por los obispos:
Es algo peligroso... traducir el texto de las Sagradas Escrituras de un idioma a otro, porque en la traducción el mismo sentido no siempre se mantiene... Por lo tanto, decretamos y ordenamos que, en lo sucesivo, ningún hombre por su propia autoridad traduzca ningún texto de la Escritura al inglés o cualquier otro idioma... Ningún hombre puede leer tal libro... ni en parte ni completo.
Aun enseñar la Biblia ilegalmente en Inglaterra se consideraba un crimen digno de muerte. En 1519, siete lolardos fueron quemados en la hoguera por enseñarles a sus hijos el Padrenuestro en inglés. La noche espiritual había caído sobre toda la tierra inglesa. La oscuridad que la cubría no podría haber sido más cruda.
Al mismo tiempo, los fuegos de la Reforma estaban inflamando lugares tales como Wittemberg y Zúrich, y no pudieron ser contenidos. Chispas de la verdad divina pronto saltaron sobre el Canal de la Mancha y encendieron los palos secos en Inglaterra. Hacia 1520, los académicos de Oxford y Cambridge leían y discutían las obras de Lutero. Esta llama era avivada por la disponibilidad del Nuevo Testamento de Erasmo en griego que era acompañado por su traducción latina en 1516, un año antes de que Lutero publicara sus noventa y cinco tesis. Este recurso fue muy valioso para los académicos que leían griego y latín. Pero no tenía ninguna utilidad para el hombre inglés común, que no leía ninguno de los dos idiomas. Si la Reforma iba a llegar a Inglaterra, no bastaría con simplemente gritar sola Scriptura. Debía haber una traducción de la Biblia al idioma inglés para que el pueblo leyera. ¿Pero cómo podía llegar a ocurrir?
En esta hora oscura, Dios levantó a William Tyndale, un hombre sin par que poseía extraordinarias habilidades lingüísticas combinadas con una invariable devoción por la Biblia. Él era un connotado académico, experto en ocho idiomas: hebreo, griego, latín, italiano, español, inglés, alemán, y francés. Poseía una insuperable habilidad para trabajar con sonidos, ritmos y sentidos del idioma inglés. Pero a fin de realizar su labor de traducción, se vería obligado a dejar su Inglaterra natal, para no volver jamás. Esta tenaz figura viviría en la clandestinidad como un hereje condenado y fugitivo perseguido durante los últimos doce años de su vida. Finalmente pagaría el precio más alto al entregar su vida al martirio para otorgarles a sus compatriotas el Nuevo Testamento y la mitad del Antiguo Testamento en inglés. Su gran hazaña de traducir la Biblia al inglés desde el griego y el hebreo originales no se había logrado hasta entonces. Este destacado reformador se convertiría en el más significativo de los primeros protestantes ingleses.