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Introducciones a los libros de
LA BIBLIA
¡Bienvenido a las introducciones de los libros de la Biblia!
Si estás aquí es porque quieres saber más del libro que Dios escribió para ti. ¡Y esto nos emociona mucho! Aquí encontrarás las introducciones de los 66 libros de la Biblia, las cuales han sido extraídas de la Biblia de Estudio Herencia Reformada para la familia y el estudio devocional. Puedes leer estas introducciones antes, después o mientras exploras un determinado libro de la Biblia, con el propósito de ampliar tu conocimiento o descubrir algún tema que no entiendas. Cada introducción tiene la intención de presentarte no solo un panorama general del libro bíblico, sino también de mostrarte cómo dicho libro se conecta con otros y, en última instancia, con toda la historia que se va desarrollando desde el primer libro hasta el último: la historia de cómo Dios envió a Su Hijo Jesús a morir para redimir a personas esclavizadas por sus maldades.
Las introducciones están clasificadas en una serie de grupos. El primer grupo tiene que ver con la división más grande que tiene la Biblia misma: el Antiguo Testamento, con 39 libros, y el Nuevo Testamento, con 27 libros. El Antiguo Testamento, a su vez, está dividido en cuatro secciones: los primeros cinco libros de la ley o pentateuco, los libros históricos, los libros poéticos y los libros proféticos, estos últimos clasificados en dos tipos de escritos: los profetas mayores y los profetas menores. El Nuevo Testamento, por otro lado, se divide en tres secciones: los Evangelios y el libro de los Hechos de los Apóstoles, las epístolas (del apóstol Pablo y generales) y el libro de las revelaciones, comúnmente llamado el Apocalipsis. Puedes dirigirte a las introducciones de cada libro seleccionando la sección en la que se ubique.
¡Esperamos que disfrutes mucho de estas introducciones!
EL ANTIGUO TESTAMENTO
Génesis
Génesis ofrece cuatro contribuciones principales a la revelación de las Sagradas Escrituras, cada una de las cuales apunta a la gloria de Dios en Cristo. Cada una de estas contribuciones encuentran su expresión principal en una parte del libro (ver bosquejo abajo), pero también permea el libro como conjunto.
Primero, Génesis presenta la doctrina de la creación. Dios llamó a la existencia todo lo que existe por Su Palabra y Espíritu (1:1-3). Mientras que otras historias de la creación, en el Antiguo Cercano Oriente, hablan del mundo como resultado de un conflicto entre distintos poderes sobrenaturales, Génesis da a conocer las fuerzas del universo viniendo a la existencia de una manera pacífica y ordenada, conforme a la voluntad del único Creador, quien declara que son “muy buenas” (v. 31). Además, el proceso de creación, en seis días, muestra la sabiduría y el poder perfectos de Dios. Especialmente en la creación del hombre, Dios reveló que es un Dios de relaciones, ya que tiene relaciones consigo Mismo (“Hagamos al hombre”, v. 26). De este modo, Él hizo al hombre a Su imagen (v. 27) para que refleje Su gloria, como buen gobernador del mundo (v. 28), y para que se relacione con Él, así como los hijos se relacionan con el padre que los engendra (5:1-3). Toda la humanidad comparte esta raíz común en Adán (3:20), y todas las naciones provienen de la descendencia de Noé, después del Diluvio, tal como está registrado en la tabla de las naciones (capítulo 10). Lo cierto es que tanto la verdadera cosmología y antropología solo se entiende a través de los lentes de Génesis.
Segundo, Génesis enseña la doctrina de la corrupción. Dios advirtió que la muerte seguiría inmediatamente a la desobediencia (2:17). Aunque la muerte física fue pospuesta en gracia (3:19; 5:5), la muerte espiritual cayó inmediatamente sobre Adán y Eva, cambiando libertad por vergüenza, confianza por temor y amor por odio (3:7-12). Dios echó al rey y a la reina de la creación de Su presencia, y cerró el camino al Paraíso de Dios con ángeles guardianes y una espada encendida (3:24). Sus hijos manifestaron los frutos amargos de su pecado en un culto inaceptable, celos, asesinato, mentiras y poligamia (capítulo 4). Mientras la raza humana todavía mostraba algunos fragmentos de la imagen de Dios en sus conocimientos de agricultura, arquitectura, música, industria y poesía (4:17-24), sus almas estaban tan corrompidas, que cada designio de sus pensamientos era siempre el mal (6:5), incluso desde su juventud (8:21).
Tercero, Génesis introduce la doctrina de los pactos. En los capítulos 2–3, Dios aparece diecinueve veces como “Jehová Dios”, cuya primera palabra es Su nombre del pacto. Él impuso Su ley para que Adán obedezca, allí había amenaza de muerte y promesa de vida, selladas en las señales sacramentales de los dos árboles (2:9, 15-17; 3:11, 22). Posteriormente, usó este mismo nombre cuando se reveló a Sí mismo a Moisés como el soberano y fiel Dios del pacto con Israel (Éx 3:13-18). La palabra “pacto” aparece repetidamente en los tratos de Dios con Noé (Gn 6:18; 9:9-17) y Abraham (15:18; 17:1-21) –sellados con un arco (9:13-16) y la circuncisión (17:10-14), respectivamente. El pacto está implícito en expresiones como “el Dios de Abraham”, Isaac o Jacob (24:12, 27, 42, 48; 26:24; 28:13; 31:5, 29, 42, 53; 32:9; 43:23; 46:1, 3; 49:24-25; 50:17). Sin embargo, mientras Adán fue puesto bajo una ley de obras antes que cayera; Abraham y Su descendencia, en el pacto, fueron puestos bajo la gracia de Dios –por Su bondad, misericordia, verdad y fidelidad (24:12, 14, 27; 32:10; 39:21)–. Ellos no fueron justificados por sus obras, ya que eran hombres profundamente imperfectos, sino por la fe en la promesa (15:6).
Cuarto, Génesis anuncia la crisis inevitable, sobre todo, cuando la corrupción y acciones desobedientes de los hombres entran en conflicto con los pactos de Dios; además, proclama que el pueblo de Dios debe vivir por fe. Abel adoró a Dios de manera aceptable, pero fue martirizado por su fidelidad. Abraham recibió la promesa de Dios de que tendría una multitud de descendientes; pero, tropezó mientras esperaba (durante décadas) recibir un solo hijo dentro del pacto. Así que, él murió sin ver la Tierra Prometida en su posesión. Por su parte, Jacob fue preordenado para ser bendecido (25:23); sin embargo, su engaño le hizo huir al exilio que duró muchos años, mientras él mismo sufrió los engaños de otro, hasta que Dios lo trajo de vuelta a casa. Ahora bien, la vida de José es el ejemplo supremo de esta crisis, y Génesis dedica casi un quinto de sus capítulos a la humillación de parte de sus hermanos, y a su exaltación para que pudiera salvarlos a ellos y, por extensión, al pueblo elegido por Dios.
Estos cuatro temas llegan a un punto focal en Cristo. Como el Hijo eterno y divino, Jesucristo es la gran imagen de Dios, quien cooperó con Su Padre en crear todas las cosas (Col 1:15-17; Heb 1:2-3). Esto se dio para que pudiera venir como la imagen encarnada de Dios y gobernar el universo con los hijos e hijas de Dios recreados a Su semejanza (8:17-23, 29). Por otro lado, la promesa dada en los pactos divinos se centra en Él, ya que es la simiente de la mujer que aplastó la cabeza del tentador, y a través de quien todas las naciones fueron y son benditas; pero, todo esto fue hecho por un gran precio (Gn 3:15; 12:3; Gá 3:8-13-14, 16). Lo cierto es que fue humillado hasta la muerte, y muerte de cruz, pero fue levantado para salvar a los pecadores (Hch 5:30-31; Fil 2:5-11). De la misma manera que José, el gobernador hebreo en Egipto, alimentó a miles y los rescató de la muerte, asimismo el Hijo de Dios alimentaría a un numeroso pueblo, y los rescataría de la muerte eterna.
Éxodo
La palabra “éxodo”, antiguo título griego del libro, quiere decir “la salida” o “la partida”, refiriéndose a la liberación de Israel de Egipto por la mano del Señor. La historia del libro se remonta a la muerte de José, alrededor del año 1875 a. C. Sin embargo, la mayoría de los acontecimientos en el libro (caps. 3-40) tienen lugar en el tiempo del éxodo en Egipto, a mediados del siglo XV a. C.
Éxodo toma como base el libro de Génesis, ya que es la continuación de la historia acerca de las obras poderosas de Dios para bendecir a la descendencia de Abraham, Isaac y Jacob (1:1; 2:24; 3:15). Si Génesis es un libro donde Dios hace promesas para Abraham y su descendencia; Éxodo es uno, donde el Dios de Abraham sigue cumpliendo esas promesas. Es por esta razón que la característica distintiva de Éxodo es mostrar al Señor del pacto de Israel, cumpliendo Su promesa de redimir a Su pueblo y morar con él, como Rey y Legislador (6:2-8; 19:4-6; 29:43-46). Ahora bien, todo este mensaje puede ser resumido en los siguientes temas claves:
En primer lugar, Dios reveló Su gloria en Sus obras: “Yo soy Jehová tu Dios” (20:2). En un sentido, el libro gira en torno a la revelación del significado del nombre de Dios: Jehová (3:13-14; 6:2-8), teniendo como propósito que los pueblos de todas las naciones conozcan quién es Él (9:16; 10:1-2), por medio de Sus poderosas obras. Por esta razón, en el libro se afirma, una y otra vez, que Dios actúa para que la gente conozca que “Yo soy Jehová” (6:7; 7:5, 17; 8:22; 14:4, 18; 16:12; 29:46; 31:13; también muchas veces en Ezequiel). Dicho de otro modo, el Señor glorificará Su gran nombre, y Sus enemigos servirán para este propósito (Éx 14:4, 17-18).
En segundo lugar, el Creador libró una batalla contra los dioses falsos de Egipto y mostró Su soberanía (12:12; Nm 33:4). Egipto consideraba al Faraón como un ser divino; sin embargo, el Dios de Israel se le opuso. Esta fue una contienda titánica por la soberanía (Éx 5:1, 10), y las palabras: “así ha dicho Faraón”; versus: “Jehová el Dios de Israel dice así”, muestran esta realidad. Debemos saber que, en el mundo antiguo, la gente adoraba a muchos dioses y creían que cada uno gobernaba un área en particular de la vida. Y, es por esa razón que el Señor envió a Moisés y Aarón, con milagros portentosos, con el propósito de humillar a los hechiceros de Egipto, que invocaban el poder de esos dioses (7:8-12; 8:18-19; 9:11).
En tercer lugar, Dios reveló Su justicia soberana sobre el pecado. El Señor no solo entró en batalla contra los pecadores, sino que organizó y controló la batalla para Su propia gloria. Antes que Faraón escuchara el mandato “deja ir a mi pueblo”, Dios mismo dijo a Moisés que Él endurecería el corazón de Faraón para que no obedeciera (4:21). No obstante, el Faraón no es excusado por su orgullo obstinado: tres veces se dice que “endureció” su propio corazón (8:15, 32); y, por lo tanto, “pecó” (9:34). Varias veces Éxodo dice que el corazón del Faraón estaba endurecido sin dar causa alguna (7:14, 22; 8:19; 9:7, 35). Lo cierto es que la sola mención de su “corazón” implica que Faraón actuó como un agente personal, es decir, con su propia mente y voluntad. El Faraón no fue un mero robot, sino que escogió su propio curso de acción; y por eso, fue considerado responsable de su pecado (10:16). Dios no tomó placer en su pecado y, peor aún, fue el autor de su pecado; sino, al contrario, le mandó a dejar libre a Israel, y lo reprendió repetidas veces por su terquedad (10:3). Sin embargo, la santa voluntad del Señor gobernó por encima de la voluntad pecaminosa de Faraón, de modo que las decisiones del monarca estaban fundamentadas en el decreto de Dios y determinadas por Su providencia: “Pero Jehová endureció el corazón de Faraón, y no quiso [literalmente, “no estaba dispuesto a”] dejarlos ir” (10:27). Cuando el Faraón endureció su corazón, fue como “Jehová lo había dicho” (8:15) –el pecado del hombre cumpliendo la Palabra de Dios (7:13, 22; 8:19; 9:35).
En cuarto lugar, el Señor redimió a pecadores para que fueran Su pueblo del pacto (6:6-7). En la ley, la redención de un criminal se hacía por medio del pago de un precio de compensación, para liberarlo del castigo (21:29-30). También, la redención de un esclavo requería que un pariente pagara el precio para comprar su libertad (Lv 25:47-48). En este sentido, aunque Israel era culpable de adorar a ídolos y merecedor del castigo divino (Jos 24:14; Ez 20:5-9; cf. Éx 32), el Señor les redimió de la esclavitud de los egipcios. Por medio de la redención, el Señor tomó a Israel como Su especial tesoro (19:5; Dt 7:6). Es por esa razón que Su redención no fue por el simple beneficio que traía la liberación de una opresión política; sino que Dios redimió a Israel porque quería que fuera el pueblo de Su Pacto. Dios dijo a Faraón: “Deja ir a mi pueblo, para que me sirva” (Éx 7:16; 8:1, 20; 9:1, 13; 10:3). Ahora bien, el centro físico de la relación del pacto de Dios con Israel era el santuario, donde Dios vivía (25:8). El ser humano había perdido su morada con Dios, cuando fue expulsado del Jardín del Edén (Gn 3:23-24); pero, Dios reveló a Jacob que planeaba unir el Cielo y la tierra para poder morar con Su pueblo, en Su casa (Gn 28:10-22). De modo que, el propósito de la redención era que Dios morara con Su pueblo (Éx 29:46), y el tabernáculo erigido hizo que este plan avanzara rápidamente (como lo muestran las notas de los capítulos 25-31). Además, el diseño del tabernáculo y la ordenación del sacerdocio revelaban, claramente, cómo Cristo abriría la senda, para que Su pueblo entrara en el Lugar Santo (Heb 10:19-22) y llegara al Edén celestial (Ap 22:2).
En quinto lugar, Dios obró la salvación y el juicio a través de un mediador humano. Moisés no solo registró los hechos de Dios en este libro, sino que también fue el personaje central dentro de todo lo que Dios hizo. Moisés era un tipo de Cristo, por aquello, podemos usar la palabra “mediador” para referirnos a él (Gá 3:19); sin embargo, solo podemos hacerlo en un sentido limitado. Moisés era, principalmente, un mediador profético de la verdad de Dios.
Levítico
Los judíos llamaban a Levítico "el libro", simplemente por su frase inicial: “Y llamó” (1:1). Esta palabra tiene la idea de convocar o predicar a alguien. Dios captó la atención de Moisés y le dio leyes y ceremonias. Por otro lado, el título “Levítico” proviene de la Septuaginta, y significa “relativo a los levitas”. Este título es apropiado porque los sacerdotes levitas son los personajes centrales. El Señor, a través de Moisés, confía las leyes y ceremonias para que las administren estos sacerdotes levitas (y los levitas, sus ayudantes), instruyéndoles para que observen los principios del verdadero culto.
Éxodo muestra a Dios como un padre, haciendo nacer a un pueblo redimido; Levítico lo presenta, haciendo a un pueblo santo. Por esta razón es que hay dos grandes temas que son inseparables y predominan en este libro: la expiación (mencionada 43 veces) y la santidad (77 veces). Con la expiación, nuestra culpa es cubierta y limpiada; con la santidad, somos separados para Dios y hechos limpios. La expiación se hace por los sacrificios y por la intercesión de los sacerdotes, ambas cosas apuntando al Mesías que había de venir; mientras que la santidad viene dada, en la medida que nos relacionamos con Dios, por la obra interior de Su Espíritu y nuestro caminar a la luz de Sus leyes –siendo así consagrados a Dios (Sal 4:3).
Estos temas se pueden ver en Levítico a través del uso de tipos. Nuestra palabra “tipos” significa “ejemplo”, “patrón” o “figura” (1Co 10:6, 11). Es decir, las leyes y ceremonias son profecías gráficas que hallan cumplimiento en Cristo y el evangelio. Por medio de estas ayudas visuales, Dios instruía a Su pueblo; sin embargo, todas ellas apuntaban a su antitipo, Jesucristo, quien iba a manifestarse en la plenitud del tiempo. El evangelio entonces era el mismo que ahora; pero, los medios por los que se lo declaraba eran diferentes –en ese tiempo, por medio de imágenes visibles y con las explicaciones de Moisés; ahora, en la predicación de la verdad revelada de Dios, en la Escritura–. Aquellos que vieron a Cristo en los sacrificios, fueron salvos y bendecidos, sobre la misma base que nosotros: la obra consumada de Cristo. La cruz mira atrás, a través de las épocas, porque Cristo fue el Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo (Ap 13:8).
Levítico también es descrito como “sombras” , “sombra de los bienes venideros” (Hebreos 10:1; Hebreos es la contrapartida de Levítico en el Nuevo Testamento). La sombra significa “una imagen dada por un objeto, y representa la forma del mismo”. Por ejemplo, imagínate a alguien que viene a ti en un día soleado, el sol está detrás de él, y su sombra te alcanza primero. Su sombra tiene un basto contorno de su persona y substancia. Asimismo es con las páginas del Antiguo Testamento, incluido Levítico. Nuestro Señor y Su evangelio, con la luz celestial detrás, iban poniendo sombras cuando se acercaba la plenitud del tiempo. Estas sombras nos hablaban acerca de Su persona y Su obra. Por aquello decimos que Levítico nos da el basto contorno o la forma de los “bienes venideros”. Todas las bendiciones descritas en este libro fueron para todos aquellos que, a través de esas sombras, miraron al redentor prometido.
Números
La afirmación de Pablo sobre la historia hebrea era que “estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros”; y, además: “les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1Co 10:6, 11). De manera significativa, la mayoría de los acontecimientos que Pablo resalta ocurrieron durante la peregrinación en el desierto, registrada en el libro de Números. Por lo tanto, la relevancia de Números, para los cristianos, está apoyada en la autoridad apostólica. Además, Números es una historia inspirada que enseña más que simples hechos; es un libro que está repleto de lecciones y aplicaciones espirituales.
El libro inicia con un registro de instrucciones detalladas acerca de cómo marchar hacia la Tierra Prometida. El Señor establece el orden de marcha, provee los medios para el culto y promete Su presencia, en forma de nube, para guiar a Su pueblo, incluso cada paso que den. Todo lo que tenían que hacer era seguir en fe y obediencia al Señor; pero, precisamente eso, no lo hicieron. El Nuevo Testamento lo resume de esta manera: “no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Heb 4:2). Estos israelitas fueron llevados a la frontera de la bendición; sin embargo, se negaron a entrar, a causa de la incredulidad (Nm 14). De manera que, una lección clave del evangelio, que se subraya, una y otra vez, en Números es que sin fe es imposible agradar a Dios (Heb 11:6). La antigua generación de israelitas se presentó como una advertencia, a todos nosotros, para que aprendamos a confiar en el Señor (Sal 95:8-11).
Aunque la peregrinación en el desierto era parte de la disciplina, también era un sermón del evangelio. Decimos esto, ya que la fe siempre está puesta de manera objetiva en Cristo, y el libro de Números se encarga, repetidas veces, de presentar al Mesías. Sin duda alguna, Números es un libro lleno de Cristo. Por ejemplo, la adoración y los sacrificios en el tabernáculo, ofrecidos regularmente, eran ilustraciones proféticas del Cordero sin mancha ni contaminación que quitaría el pecado de Su pueblo.
Pero además, hay otras ilustraciones gráficas. Primero, Jesús mismo comparó el levantamiento de la serpiente de bronce, con Su levantamiento en la cruz (Nm 21:4-9; Jn 3:14). La serpiente de bronce revirtió la maldición de las ardientes serpientes; mientras Cristo, llevó la maldición del pecado. Segundo, la roca de donde fluía el agua era un tipo de Cristo, la verdadera Roca espiritual (1Co 10:4). Tercero, el maná diario apuntaba a Cristo, ya que Él sería el verdadero Pan que descendería del Cielo (Jn 6:31-33). Cuarto, Hebreos 9:13-14 compara las cenizas de la vaca alazana (Nm 19), con la limpieza obtenida a través de la sangre de Cristo. Quinto, las ciudades de refugio ilustraban la seguridad que se puede encontrar en Cristo. Sexto, las profecías forzadas de Balam, en torno a la Estrella y el Cetro, señalaban la venida de Cristo, quien sojuzgaría cada nación bajo Su autoridad. En resumen, Números registra un periodo cuando Israel estaba detenido en el desierto; pero también, este libro da grandes pasos en la progresión de la revelación de la redención.
Deuteronomio
El título “Deuteronomio” significa: “segunda entrega de la ley”, y es un título griego que se encuentra en la Septuaginta griega (LXX). Se le otorgó este título, ya que el libro contiene una declaración acerca del futuro rey que escribiría para sí mismo “una copia de esta ley” [en el griego: deuteronomion]” (17:18, LXX). Lo cierto es que la población adulta del pueblo de Israel, para este tiempo, ya había muerto, y ellos habían sido los receptores de la ley en el Sinaí. De modo que, la nueva generación no había escuchado las trompetas del Sinaí, y en consecuencia, necesitaban escuchar de Moisés lo que Dios había ordenado. Moisés moriría pronto; y, en un sentido, él había sido la personificación de la ley para Israel, pues su misma presencia ejemplificaba la ley de Dios. Así que, determinado a hacer una última y memorable afirmación de la ley, Moisés habla sobre el Deuteronomio, la “segunda entrega de la ley”, en la frontera con Canaán.
Además, ya para este tiempo, después de cuatro décadas en el desierto, se había establecido un registro de infracciones, aplicaciones e interpretaciones legales. Es por eso que la ley podía ser reconocida de maneras en las que antes no lo había sido. Debido a esto, Moisés articula la ley en una recitación, que refleja el temperamento de Israel y sus cuatro décadas de experiencia en el desierto. Básicamente, lo que hace Moisés es ratificar los preceptos de Jehová, para la conducción de Su pueblo escogido porque ellos eran el pueblo del pacto divino. Es así que, las bendiciones del pacto fueron mantenidas por adherirse a los términos que Dios había puesto.
Es importante notar que a penas Israel cruzara el río Jordán, y entrara en la Tierra Prometida a Abraham, se iba a encontrar con una tierra habitada por sociedades idólatras. De modo que, Israel encararía grandes tentaciones, en un área sumamente vulnerable: la idolatría. Como es evidente en la Escritura, Israel tenía cierta inclinación a la idolatría, y esto lo muestra el incidente del becerro de oro, en Sinaí (Éx 32–34). Por lo tanto, era condición necesaria que se les repitiera la ley de Dios, como preludio para entrar a Canaán, y establecer así una nueva época en su historia. Por la misma razón, la primera prohibición de la ley de Dios estaba relacionada con tener otros dioses e imágenes talladas.
Por otro lado, Deuteronomio afirma el amor de Dios para con Su pueblo, y expone el amor que ellos deben tener para con Él. Uno de los versículos más significativos de todo Deuteronomio es: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt 6:4-5). La realidad es que la posición privilegiada de Israel provino de la elección incondicional de Dios (7:7-8). Dicho de otro modo, de la misma manera que se mostró el amor divino, cuando Dios escogió a Abraham, Isaac y Jacob; así también, Dios mostró Su amor, al preservar a sus descendientes durante su estancia en Egipto. De manera que, tanto la liberación como la destrucción de Faraón, en el mar Rojo, exhibieron el amor único de Dios, para con Su pueblo. Además, el amor de Dios también se mostró ampliamente en el Sinaí, donde Moisés recibió la ley. Ningún otro pueblo recibió tal manifestación del amor divino; razón por la cual, Israel debía responder con amor, mostrando obediencia a los términos del pacto.
Finalmente, cabe indicar que Deuteronomio codifica el amor del pacto, ya que fue escrito como uno de los tratados que se hacía con un vasallo. Es evidente que sus afirmaciones de amor incluyen instrucciones para mostrar la respuesta a ese amor, en sumisión; y por aquella razón, la obediencia a los términos de este tratado, haría que Israel obtenga muchos favores, como ningún otro pueblo, reforzando una y otra vez ese amor. Lo cierto es que un amor paternal a sus hijos se demuestra en la guía y disciplina cuidadosa; es por eso que el amor de Dios, por Su pueblo, se expresó en los preceptos y las promesas de Deuteronomio. Dios amó tanto a Su pueblo, que por esa razón cuidó de ellos, eliminando a sus enemigos, y dándoles la tierra que había prometido a Abraham. Ahora bien, para asegurar estos favores, debían reconocer Su señorío a través de la obediencia a Su ley, es decir, como un pueblo escogido para Su posesión especial, debían ser santos, como Él es santo.
Josué
Josué, al registrar los hechos históricos de la conquista y reparto de Canaán, interpreta e ilustra el mensaje de redención a través de diferentes perspectivas –una de las más importantes es que Josué era un tipo o una figura profética que apuntaba al mayor Josué (Jesús) que había de venir. Su encuentro con “el Príncipe del ejército de Jehová” –una Cristofanía o aparición de Jesús preencarnado– al principio de su carrera (5:13-15) sugiere que había un líder del pueblo mayor que él. Josué, guiando a Israel a su heredad, es un retrato profético de Jesús, guiando a Su Iglesia a la gloria (ver Heb 2:10, donde se identifica a Cristo específicamente como el capitán (autor) “de la salvación de ellos). La tierra prometida simboliza la heredad y el reposo espirituales que pertenecen al pueblo de Dios en la experiencia y disfrute de Su presencia (Heb 4:8-11).
El hecho de que Israel conquistara Canaán por partes ilustra vívidamente la naturaleza progresiva de la santificación. Dios quitó la tierra a los cananeos y se la dio a Israel como posesión de ellos. No obstante, Israel tuvo que pelear para expulsar a los cananeos. Así pues, espiritualmente, Cristo ha conquistado el pecado de manera que este ya no tiene más dominio sobre nosotros (Ro 6:14), aunque nosotros debemos comprometernos a pelear activamente contra el pecado (Ro 6:12-13). La victoria sobre una ciudad lleva a conquistar otra ciudad. Así nosotros debemos morir más y más al pecado, y vivir más y más para la justicia. La santificación progresa hasta la glorificación.
Josué también muestra la necesidad del evangelio al subrayar las terribles consecuencias del pecado. La sentencia divina contra los cananeos da testimonio de la segura ejecución del juicio divino. De manera similar, el episodio con Acán (cap. 7) ilustra el poder del pecado para afectar a otros y la imposibilidad de ocultar el pecado a Dios. Josué muestra que la historia bíblica es más que solamente hechos.
Jueces
Jueces abarca aproximadamente 350 años de la historia de Israel, desde la muerte de Josué hasta el ministerio de Samuel. La suma de los años de opresión y descanso a lo largo del libro da un número mucho mayor, pero muchas de las opresiones eran geográficamente locales y estaban superpuestas en el tiempo. Advierte en contra de los compromisos con los impíos en sus idolatrías. Los compromisos de Israel son más flagrantes a la luz de las cuidadosas instrucciones de Dios para destruir completamente a las naciones paganas (Dt 12:2; 17:2; 20:17). El mandamiento de erradicar estas naciones estaba basado en la justicia divina (Dt 18:9-13). Sin embargo, Israel cayó al permitir a los paganos habitar en la tierra, haciendo alianzas con ellos y animando los matrimonios mixtos. Esto inevitablemente condujo a Israel al culto idolátrico. Una y otra vez, los hijos de Israel pecaron contra el Señor, y a cada vez que ellos clamaron para ser liberados, Dios respondió en gracia levantando a un juez.
A lo largo de la vida de doce jueces se da un notorio, aunque dramático, patrón de rebelión, retribución, arrepentimiento y restauración. Seis jueces destacan de manera prominente como liberadores –Otoniel, Samgar, Débora (con Barac), Gedeón, Jefté y Sansón (3:7,12; 4:1; 6:1; 10:6; 13:1). La condición desesperada del hombre se realza por el fracaso de una generación que se repite por la generación siguiente (2:10). La apostasía del pueblo de Dios era rápida y su idolatría se extendía en la nación como una enfermedad. Con cada ciclo de apostasía la nación caía más bajo. Israel llegó a ser incorregible en su práctica del mal: “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Ju 17:6; 18:1; 19:1; 21:25). El mensaje de Jueces es claro. Cuando el pecado no se pone completamente a muerte, se levantará para perturbarnos, pero cuando el pecado es confesado y se busca la misericordia, Dios se levantará para salvarnos.
Cada historia de liberación es diferente. Desde Jael con la estaca, hasta Gedeón con sus trompetas y cántaros, o hasta Sansón derribando la casa de Dagón sobre los filisteos, Dios muestra su capacidad para dar a Su pueblo la victoria, y cada juez revela algún aspecto del poder y la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A través de esta historia de liberaciones, Dios estaba preparando a Su pueblo para esperar al Hijo de Dios, a que viniera como el Salvador del mundo. Cada libertador anticipaba al Libertador ideal que vendría en el cumplimiento del tiempo.
Rut
En el libro de Rut, el Espíritu Santo nos da un relato histórico cautivador y hábilmente contado sobre los acontecimientos que tienen que ver con dos viudas y un bondadoso hombre de Judea. Sus acciones presentan lecciones valiosas sobre la misericordia en tiempos amargos. Rut es un ejemplo maravilloso de una amiga comprometida (1:17) que trabaja duro para sostener a su familia (2:2,7,17) y muestra humildad y respeto por la autoridad (v. 5-6). A Noemí le cuesta salir de la amargura (1:20), pero a medida que va experimentando la gracia del Señor, comienza a dar a Rut una guía maternal para obtener paz duradera para sí misma y para su posteridad (3:1-2). Booz brilla como un modelo de la hombría verdadera (ver notas en 2:1), proveyendo, protegiendo y redimiendo al pobre a través de la fe y el amor (caps. 3–4).
Sin embargo, los ejemplos morales en los personajes de este libro no agotan su significado completo. Aunque a primera vista pareciera sólo una encantadora historia de amor, de hecho es rico en verdades teológicas que representan el evangelio de Cristo.
La teología del libro se centra en la doctrina de la providencia de Dios. En ciertos sentidos, Dios parece estar extrañamente ausente de la historia. Si bien los personajes hablan a veces de “Dios” (1:16; 2:12) y a menudo del “Señor” (1:8-9,13,17,21; 2:4,12,20; 3:10,13; 4:11-12,14), el libro no tiene profecías, apariciones divinas o milagros –un contraste marcado con Génesis hasta Jueces. Sin embargo, el libro de Rut late con la providencia secreta de Dios a medida que la tragedia, las decisiones personales y los acontecimientos aparentemente aleatorios (2:3; 4:1) conducen a una conclusión sorprendente que incluye al futuro rey de Israel (4:22). Dios obra todas las cosas para edificar Su reino y en Su providencia gobierna todas las cosas. Él controla el clima y la provisión de comida (1:6); da esposos a las mujeres (vv. 8-9); detrás de la tragedia y el dolor está “la mano de Jehová”, el Juez de toda la tierra (vv. 13,21); está presente para bendecir al hombre mientras trabaja en el campo (2:4); recompensa a aquellos que confían en Él y aman a otros (vv. 11-12); y forma al niño en el vientre para construir familias (4:11-13).
El libro de Rut muestra de forma especial que Dios obra a través de la misericordia de personas ordinarias. Rut, Booz e incluso Noemí, a medida que pasaba el tiempo, se entregaron por completo al servicio de los demás. Rut buscó refugio bajo las “alas” de Dios (2:12) y Dios le dio refugio bajo las “alas” de la amabilidad de Booz (ver nota en 3:9). Booz cuidó de Noemí y Rut, y Noemí dio la gloria a Dios (2:20). El amor humano de ellos fue el instrumento del amor de Dios.
Booz fue un redentor. La palabra “redentor” (a menudo traducida como “pariente”) y los términos relacionados aparecen veintitrés veces en el libro (2:20; 3:9,12 [2 veces], 13 [4 veces]; 4:1,3-4 [5 veces], 6 [5 veces], 7-8,14). Un pariente redentor era el miembro de la familia extensa, quien a su propio costo restauraba o vengaba a la familia cuando sufría una perdida (Lv 25:23-33,48-49; Nm 5:8; “vengador” en Nm 35:9-28; Dt 19:6,12). La palabra “redimir” es rica en significado teológico (Éx 6:6; 15:13). Después, Isaías proclama las buenas nuevas de la salvación de Israel declarando que Dios es el Redentor de Su pueblo (Is 43:1; 44:6; 49:7; 52:9; 54:8). La redención sería un tema central en el evangelio neotestamentario de Cristo (Mc 10:45; Gá 3:13; 4:5; Tit 2:14; 1P 1:18; Ap 5:9). La redención de la familia de Noemí incluía elementos de costo (Rut 4:6), compromiso legal (vv. 2, 7, 9) y herencia (vv. 5, 10) –todo lo cual corresponde a los aspectos de la redención por medio de la sangre de Cristo.
Por lo tanto, Booz era un tipo de Cristo. Los tipos son personas, instituciones o acontecimientos designados por la providencia de Dios para ser representaciones imperfectas de quién es Cristo y lo que Él haría para salvar a Su pueblo. No sólo la vida de Booz brilló en la redención, sino también en que podemos ver en él un prototipo del Rey de gracia, Jesucristo. Booz fue un hombre fuerte y de valor (ver nota en 2:1), y usó su poder y riqueza para dar la bienvenida al forastero, proteger al que estaba en peligro y proveer al necesitado (cap. 2). Es comparable con el Señor como uno que cubre al necesitado con sus “alas” de gracia (2:12; 3:9). Era un ancestro del rey David, otro tipo de Cristo (4:18-22).
Mientras se estudiaba a Booz en tiempos antiguos, el pueblo de Israel podía crecer en su esperanza en el Rey y Redentor. A medida que estudiamos a Booz hoy, podemos crecer en nuestra fe, amor e imitación del Salvador quien ya vino como nuestro Señor Jesucristo.
1 y 2 Samuel
El Señor resumió el curso de la historia de la redención cuando dijo que dos simientes estarían en conflicto y que la simiente de la mujer triunfaría sobre la simiente de la serpiente (Gn 3:15). La historia bíblica registra las épocas de conflicto, dando la seguridad de que el propósito de la gracia de Dios era indefectible, independientemente de la intensa oposición contra la venida del Salvador. El Primer libro de Samuel presenta esta promesa, específicamente, a través de la revelación del rey designado por Dios. El Señor había revelado a Abraham, en siglos anteriores, que de su descendencia bendita (“simiente”) con Sara surgirían reyes (17:6, 16). Más adelante, Dios repitió esta promesa a Jacob (35:11), quien profetizó que el reino pertenecería, particularmente, a la tribu de Judá (49:10). Y posteriormente, Moisés reveló el patrón de un rey ideal: un descendiente de Jacob que no multiplicaría su poder, sus placeres o sus riquezas; sino, que se humillaría, y buscaría el conocimiento y la práctica de la ley del Señor (Dt 17:14-20).
Pasaron cientos de años sin ni siquiera una señal de cómo se cumpliría la promesa, ya que Israel no tenía rey. Sin embargo, con el nacimiento de Samuel, el Señor reveló más información sobre Sus propósitos, a través del cántico de su madre (1S 2:1-10). El cántico de Ana resume el mensaje del libro de Samuel de muchas maneras. Nos muestra que el Señor es incomparablemente santo (v. 2; cf. 6:20), y el Rey soberano sobre todas las cosas (2:6-7). Además, Su salvación para Su pueblo (v. 1) aparece en forma de sorprendentes giros inesperados, trastornando las expectaciones humanas: devasta al soberbio y poderoso; pero, bendice y honra al humilde y piadoso (vv. 3-5, 8-10). De esta manera, incluso, los desastres como la captura del Arca del Pacto dan un giro maravilloso, de modo que el Señor es glorificado como el Rey santo y soberano (caps. 4–6). Finalmente, Él lograría Su salvación y juicio para Su gloria, levantando a Su Rey, el Ungido (2:10). Esta palabra hebrea: “ungido”, es la base para la palabra “Mesías”, que en griego es “Cristo”.
Además, el libro de Samuel revela el proceso por el cual la línea genealógica de este rey fue establecida. Tal como la antigua promesa de las dos simientes había anunciado, esto sucede por medio de conflictos y sufrimientos. Samuel, principalmente, destaca a dos reyes. El primero, Saúl, fue designado por Dios (9:15-16; 10:1); pero, resultó ser un traidor, ya que rechazó la palabra de Dios (15:23, 26). El pecado de Saúl le hizo perseguir al siervo de Dios, por envidia (18:6-29; 19:9-10); al igual que la primera simiente de Adán y Eva, Caín, asesinó a Abel, su hermano piadoso (Gn 4); y, de la misma forma en la que los líderes religiosos persiguieron a Jesús (Mt 27:18).
El segundo rey, David, no solo es el antepasado de Cristo, sino también un tipo (representación y profecía) del oficio de Cristo como Rey, una de las funciones esenciales del Mediador. Aunque era imperfecto, David era un hombre conforme al corazón de Dios, comprometido a hacer la voluntad de Dios como Él lo ordenaba (1S 13:13-14; Hch 13:22). Además, David era un hombre humilde, sin majestad exterior y, sin embargo, el Espíritu del Señor lo ungió para salvar a Israel (1S 16–17). Antes de ser entronizado como rey, tuvo que sufrir una intensa persecución por parte de las autoridades impías, incluso cuando profesaban, nominalmente, su lealtad a Dios (caps. 18–31); hasta que, finalmente, Dios lo exaltó como rey, primero sobre Judá, y luego sobre todo Israel (2S 2:4, 11; 5:3). Su reino se caracterizó por la rectitud y justicia (8:15; cf. 1R 10:9).
A diferencia del corto reinado de Saúl, David recibió de Dios un pacto en el cual se prometía que su simiente reinaría para siempre (2S 7:12-16; cf. 22:51; 23:3-5). El último texto citado es clave, en el Antiguo Testamento, porque desarrolla la promesa de la simiente venidera (Gn 3:15), identificando, específicamente, al Salvador-conquistador con la simiente de David. En el pacto con David, el Señor también reveló que el hijo de David construiría una casa para el Señor, un templo que proporcionaría un lugar para la presencia santa de Dios con Israel, y que iba a ser una tienda más firme que el tabernáculo. Realmente, estas promesas tuvieron su cumplimiento inicial en Salomón, con la construcción del templo en Jerusalén (1R 8:15-21); pero, apuntaban a una realidad mucho mayor. De modo que, el libro de Samuel da un paso importante hacia el cumplimiento del tiempo, en el cual Dios enviaría a Su hijo (Gá 4:4), para reinar como el Hijo de David (Mt 1:1; Lc 1:32-33), y establecer la presencia de Dios con Su iglesia, por medio de Su Espíritu (Ef 2:20-22: 1P 2:4-6).
La revelación adicional del Reino de Cristo, en Samuel, está entretejida con un llamamiento al sometimiento al Rey de reyes. El libro provee muchas instrucciones morales y éticas sobre cómo deberían vivir los piadosos en un mundo lleno de hipocresía y hostil a la gracia de Dios. A través de vívidas imágenes de personajes como Ana, Elí, Samuel, Saúl, Jonatán, Goliat, David, Abigail, Joab, Urías, Betsabé, Amón y Absalón, el libro demuestra el contraste entre la piedad y la rebelión, confirmando que el Señor conoce el camino de los justos; pero, que el que va por la senda de los malos perecerá (Sal 1).
Lo cierto es que el Reino de Dios es un reino de gracia para los pecadores, y Samuel es un libro que muestra aquello. Por ejemplo, este libro hace resaltar la misericordia de Dios, en medio del oscuro escenario de la depravación total del hombre, exhibida en los horribles pecados de David (2S 11–12). Lamentablemente, sus crímenes le trajeron gran dolor, en los últimos años de su vida; y, en conseciencia, amenazaron con destruir su familia y su reino (caps. 13–20). Sin embargo, Dios dio a David la gracia del arrepentimiento y el perdón de pecados (12:13; Sal 25; 32; 51), dones por los que Cristo pagaría más adelante (Lc 24:26-47: Hch 5:30-31). Esto muestra que el amor paternal de Dios estaba unido a la línea genealógica de David, por medio de un pacto; y, aunque el pecado verdaderamente trajo disciplina, no pudo desbaratar la fidelidad de Dios (2S 7:14-15; 22:51). Cerrando esta parte, es importante notar que la experiencia que David tuvo de la gracia Dios extendida a pecadores está expresada, claramente, en los Salmos; así pues, sirven como modelo de la verdadera oración, piedad y adoración para el pueblo de Dios, en todas las épocas.
1 y 2 Reyes
Este libro es en parte una teodicea: una defensa de la justicia divina. La nación había hecho lo malo ante los ojos de Dios y, en ira, el Señor los echó de Su presencia (2R 24:19-20). El exilio de Israel, y más tarde el de Judá, no fueron evidencias de la incapacidad o el fracaso de Dios para proteger a Su pueblo del pacto, sino más bien los medios que Él usó para el avance de la promesa y para guardar Su palabra del pacto. El propósito del libro está directamente ligado a la teología de Deuteronomio y sus advertencias del pacto: de que la posesión de la tierra dependía de la obediencia al pacto (Dt 27–28). Al centrarse en la historia religiosa más que en la civil, el libro de Reyes muestra con total claridad que el Señor expulsó a Su pueblo de Su presencia por culpa de los pecados que cometieron contra Él. Los sirios y babilonios fueron los instrumentos en las manos de Dios para cumplir Su propósito. La fidelidad de Dios a la promesa del pacto hecha a David también se centra en su descendencia, a pesar de que muchos de los reyes fracasaron terriblemente. Pero incluso los fracasos mismos de los reyes de Judá sirvieron al propósito de incrementar el anhelo y la esperanza por el hijo más grande de David: Jesucristo, quien establecerá un reino perfecto de justicia y paz.
1 de Reyes resume la historia de Israel desde la muerte de David hasta la muerte de Acab, un periodo que abarca aproximadamente 120 años. Este periodo marcó la continua e inquebrantable fidelidad de Dios a Su pacto en contraste con la accidentada historia de obediencia y transgresión al pacto de la nación. Los reyes no fueron evaluados de acuerdo a sus hazañas civiles o militares, sino más bien por su conformidad a la ley de Dios, teniendo el trasfondo de Deuteronomio. El centrarse en los pecados y los fracasos cumple con una importante función redentora al mostrar que la condición humana no tiene remedio aparte del Rey que iba a venir para cumplir la promesa y el pacto de Dios. Los peores reyes, tanto de Israel como de Judá, contribuyeron a la esperanza y teología mesiánica. Entender la necesidad de Cristo es un elemento crucial para entender el evangelio.
Había, asimismo, algunos puntos importantes que de una manera positiva señalaban al Mesías. Los primeros tiempos de Salomón, en los que destacaban su sabiduría, sus riquezas y sus obras, ciertamente son tipológicos (o representativos) de Cristo, aunque todo languidece ante Jesús, quien dijo de Sí: “He aquí más que Salomón en este lugar” (Mt 12:42). Asimismo, la construcción del templo con toda su belleza ornamental y rituales ceremoniales apunta directamente a Jesús, quien dijo: “Os digo que uno mayor que el templo está aquí” (Mt 12:6).
2 de Reyes resume la historia del reino dividido empezando con Ocozías, el rey del reino del norte y sucesor de Acab, hasta el trato misericordioso que recibió Joaquín, el rey del reino del sur, durante su cautividad en Babilonia; un periodo de aproximadamente 290 años. Este periodo estuvo marcado por la decadencia y oscuridad espiritual de ambos reinos, excepto por algunos destellos de luz que vinieron del sur (Judá), particularmente durante los reinados de Ezequías y Josías.
La fidelidad de Dios al pacto al asegurar la venida de Cristo se muestra de manera sumamente elocuente en la traición de la malvada reina Atalía (2R 11), que fue una simiente de la serpiente (Gn 3:15). Si hubiera logrado destruir la casa real, lo cual fue su intención, la promesa del Mesías como el hijo de David habría sido anulada. Pero Dios guardó providencialmente a Joás de sus maquinaciones, garantizando de esta manera el linaje de David por el que Cristo vendría. Nada ni nadie puede frustrar el propósito de Dios de enviar a Su Hijo como Redentor. Así también el libro de los Reyes testifica el auge y la caída de diversos reinos humanos que están bajo el control absoluto del único y divino Rey soberano, quien afirmará el Reino de Su Hijo sin ninguna duda.
1 y 2 Crónicas
Crónicas narra una historia del Reino de Dios, centrada en el culto, que se remonta a la creación del mundo; sin embargo, este punto de vista no ha sido siempre debidamente reconocido. La Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento), por ejemplo, titula a Crónicas: “las cosas restantes acerca de los reyes de Judá” (paralipomena ton basileon Iouda), lo cual da la impresión de que este volumen es solamente un sobrante histórico, después de la historia de Josué, a través de los reyes. Esta visión de Crónicas deja de lado la verdadera importancia de estos libros.
Ahora bien, el título hebreo de la obra es “Los asuntos de los días” (dibre hayyamim); y más adelante, Jerónimo la tituló: “Primero y Segundo de Crónicas”. Esto sucedió en el siglo IV d. C. De donde inferimos que estos libros no es que eran solamente unos breves relatos de la vida de los reyes de Israel y de Judá; sino más bien, daban una información biográfica extensa en cuanto a los reyes, gobernadores e individuos, que las que típicamente se encontraban en crónicas extrabíblicas.
Además, Crónicas es selectivo cuando se compara con el material de Samuel y Reyes. Por ejemplo, no toma en cuenta el reinado de Saúl, el adulterio de David con Betsabé y la rebelión de Absalón contra su padre. Lo cierto es que Crónicas ve a la historia del pueblo de Israel, a través de los lentes de un reino de sacerdotes (Éx 19:6), haciendo un especial énfasis en la tribu y reino de Judá, y en la construcción y uso del templo.
Cabe recalcar también que Crónicas se concentra en el don de la presencia de Dios. Esta insistencia en la presencia de Dios con Su pueblo aparece en las frecuentes referencias de buscar al Señor. Así pues, buscar al Señor significa por lo menos una cosa: acercarse a Él en adoración y oración. Ahora bien, esto debe ser hecho con un deseo sincero de estar en Su presencia (“rostro”), en dependencia absoluta a Su salvación, en actitud de humillación, es decir, arrepentiéndose de los pecados cometidos contra Él y, finalmente, en sumisión a Sus leyes (1Cr 13:3; 15:13; 21:30; 22:19; 28:8-9; 2Cr 7:14; 12:14; 14:4, 7; 15:2, 4, 12-13, 15; 16:12; 17:3-4; 18:4-7; 19:3; 20:3-4; 22:9; 25:15, 20; 26:5; 30:19; 31:21; 34:3, 21, 26).
Aunque Crónicas centra su trama en el templo de Jerusalén, hace hincapié en el “corazón”, como la clave para la verdadera piedad. Este relato deja claro que buscar a Dios debe involucrar el corazón (1Cr 16:10; 22:19), ya que Dios ve el corazón, y en consecuencia, desea encontrar rectitud (28:9; 29:17; 2Cr 6:30). Por ejemplo, los hombres han de servir al Señor con un corazón “perfecto”, es decir, con un corazón que no esté dividido, siguiendo a muchos dioses, sino enteramente (aunque no sin pecado) dedicado a Dios (1Cr 28:9; 29:9, 19; 2Cr 15:17; 16:9; 19:9; 25:2). Estos libros nos muestran que los hombres deben buscar a Dios con “todo” el corazón (6:14, 38; 15:12, 15; 22:9; 31:21; 34:31). Además, sus corazones deben ser “tiernos” y humildes, quebrantarse fácilmente por las palabras de Dios; y, no tener un corazón “endurecido” ni terco (34:27; 36:13), ya que sus corazones pueden inflarse de orgullo (25:19; 26:16; 32:25-26). Por lo tanto, las personas que son parte del pueblo de Dios deben “preparar” sus corazones, es decir, de manera intencional dirigir sus pensamientos y afectos hacia el Señor como el único Dios (12:14; 19:3; 20:33; 30:19). Ahora bien, todo esto debe venir por la gracia de Dios, quien es el Único que puede dar a las personas un corazón que guarde Sus mandamientos (1Cr 29:18-19; 2Cr 30:11-12).
Por otro lado, este libro nos enseña que buscar a Dios da como resultado experimentar Su “descanso” (2Cr 15:15). Este término está vinculado a los años dorados del reino de Salomón, y denota la paz que trae la salvación de Dios y el gozo de estar en Su presencia, ya que está dentro del templo (1Cr 22:8-10, 17-19; 23:25; 28:2; 2Cr 14:6-7; 15:15; 20:30; cf. Sal 95:11; 132:8, 14; Heb 3:7–4:13). De manera que, al tener sus corazones orientados por Su gracia a buscarlo, gozarán del acceso al propio corazón de Dios en Su templo (2Cr 7:16).
La preocupación de un corazón piadoso aparece, en Crónicas, en más de una docena de referencias acerca de la condición espiritual del corazón del rey, ya que la bendición de Dios, sobre Su pueblo y el templo, depende del corazón del hijo de David hacia Dios. Así pues, la preparación de David antes de la construcción del templo llega a su punto culminante en su oración: “Asimismo da a mi hijo Salomón corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus testimonios y tus estatutos, y para que haga todas las cosas, y te edifique la casa para la cual yo he hecho preparativos” (1Cr 29:19).
En conclusión, Crónicas es un puente que va desde la creación y el Antiguo Pacto hasta el Nuevo Pacto. Es el último libro en el orden del Antiguo Testamento hebreo. Así que, es importante notar que el Evangelio de Mateo empieza donde Crónicas termina, con otra genealogía que nos lleva a Jesús, y la revelación de que Cristo es el Emmanuel, el Dios con nosotros, morando con Su pueblo, a través del hijo de David. Él, y solo Él, es la esperanza del pueblo de Dios.
Esdras
El libro de Esdras sigue el curso de la reconstrucción del templo (caps. 1–6) y el ministerio inicial de Esdras (caps. 7–10). El libro empieza donde 2 Crónicas termina, con el decreto de Ciro, rey de Persia, que permitía a los judíos regresar a Jerusalén después de muchas décadas de estar exiliados (1:1). El libro pasa a través de dos periodos de tiempo importantes. El primer periodo fue el tiempo de Sesbasar y Zorobabel, cuando un pequeño grupo de exiliados regresaron con ellos desde Babilonia (caps. 1-2). Estos exiliados regresaron a Judea viviendo en sus propios pueblos (2:70).
Cuando Zorobabel y los exiliados regresaron a Jerusalén, lo primero que hicieron fue construir el altar de los sacrificios (3:2) y comenzar con los sacrificios que habían sido descuidados tras la destrucción del templo por los babilonios. Tras la edificación del altar, hay un gran proyecto de edificación llevado a cabo por los judíos para reconstruir el templo, comenzando primero con la colocación de los cimientos (v. 10).
Sin embargo, tras la puesta de los cimientos el pueblo experimentó oposición de sus adversarios que deseaban impedir la edificación del templo (4:4-6). Debido a informes falsos y escandalosos de los adversarios, el rey Artajerjes ordenó que la construcción del templo cesara (v. 21). Esta ley estuvo vigente cerca de veinte años, hasta el segundo año del rey Darío de Persia, quien permitió a los exiliados terminar de construir el templo (6:12).
Pasando al segundo momento principal, aproximadamente sesenta años después, Esdras el hijo de Seraías dejó Babilonia con un gran grupo de exiliados para ir a Jerusalén (7:1-6). Cuando Esdras y los judíos emprendieron su camino a Jerusalén, se les dieron las riquezas del templo para devolverlas a Jerusalén. Después de algunas listas iniciales de genealogías, encontramos a Esdras guiando al pueblo al arrepentimiento por sus matrimonios mixtos. Vemos al pueblo arrepintiéndose y confesando sus pecados ante el Señor (cap. 10).
Nehemías: Introducción
Nehemías está en intima relación con Esdras, delineando la obra de Dios que estaba detrás de la reconstrucción de Jerusalén como también de las reformas espirituales. Nehemías recibió noticias del remanente de exiliados que había regresado a Jerusalén (1:2) y oyó sobre el gran mal y afrenta que estaban sufriendo a causa del derribamiento del muro de Jerusalén (v. 3). Nehemías fue afectado en su corazón (v. 4) y oró para que Dios proveyera una manera para reconstruir el muro y así eliminar la afrenta del pueblo de Su pacto.
Como copero del rey, a Nehemías le fue dada de manera providencial una oportunidad para pedir permiso de ir y reconstruir los muros de Jerusalén. Una vez en Jerusalén, Nehemías hizo una salida nocturna para inspeccionar la situación (cap. 2). Los próximos capítulos cuentan los esfuerzos de los judíos en la reconstrucción de los muros de Jerusalén, a pesar de la oposición externa y de las luchas internas (caps. 3-7). La segunda parte del libro narra la consagración al Señor del pueblo junto con la ciudad (caps. 8-12) y algunas continuas reformas que resultaron necesarias (cap. 13).
A pesar de ser principalmente conocido como el constructor del muro, Nehemías se dio cuenta de que la mayor necesidad de Judá no eran las murallas físicas, sino una dedicación espiritual a Dios. Un celo por la casa y el nombre de Dios motivaron a Nehemías a hacer lo que hizo. Él apuntaba hacia el futuro, al mayor Reconstructor, quien vendría y salvaría a Su pueblo de sus pecados y los libraría de la esclavitud espiritual y del exilio de una vez por todas.
Nehemías hizo una contribución importante para el avance del cumplimiento del tiempo cuando había de venir Cristo. Ciertas cosas tenían que estar presentes para que Cristo cumpliera toda justicia. El Mesías debía nacer en una comunidad judía que guardara las leyes ceremoniales (cf. Lc 2:21-22, 27), ya que el Señor aparecería repentinamente en Su Templo (Mal 3:1). Tenía que haber una clara distinción entre los gentiles y los judíos para una apropiada e inequívoca identificación del Mesías, ya que la salvación viene de los judíos (Jn 4:22) en la persona de la simiente de Abraham y David (Mt 1:1; Ro 1:2-3; Gá 3:16). Para que eso sucediera tenía que haber una comunidad judía fuerte con los mecanismos necesarios para excluir la influencia gentil. Resumiéndolo de manera simple: tenía que haber un Israel si iba a haber un Cristo. La obra de Nehemías en la reconstrucción de esta ciudad y su demanda de pureza de adoración fue un componente clave con respecto a la venida de Cristo.
Ester: Introducción
Ester explica los orígenes de la fiesta judía de Purim, en la que los judíos celebran su liberación de las acciones malévolas de Amán, enemigo de los judíos. Este libro sirve para mostrar de qué manera se originó esta fiesta y cuál es su importancia. La palabra “Purim” es probablemente una derivación de la palabra acadia Pur, la cual tiene relación con los decretos emitidos por Amán para destruir a los judíos. Aunque estos decretos tenían la intención de destruir al pueblo judío (3:7), serían más tarde una ocasión para la celebración y el gozo de los judíos (9:23-32).
Por medio de la narración de los comienzos del Purim, este libro exalta a Dios como el soberano sobre todas las cosas al echar suertes sobre los principales acontecimientos –aunque Su nombre nunca es mencionado. El autor de Ester no relata los acontecimientos de esta narrativa de una manera mundana. Más bien, Ester es una obra maestra de la literatura cuidadosamente elaborada. El autor usa muchas técnicas literarias, metiendo al lector dentro de la historia. La mano de la providencia de Dios se manifiesta en sorprendentes giros de los acontecimientos históricos.
Los banquetes y los ayunos forman el centro de este drama. Es en un banquete que Vasti es rechazada como reina. En el banquete de Ester, Amán recibe su sentencia de muerte. Los judíos celebran su liberación con una fiesta llamada Purim. Los detalles de Ester son suficientes como para no detenernos en hechos innecesarios. El autor usa presagios y, como para efectos retóricos, la repetición es usada en varios lugares para conectar diferentes elementos de la historia. Ester es por completo drama (no una obra ficticia de teatro, sino una cautivadora narración de acontecimientos reales) en la que el lector es atraído e interesado. El alto suspenso de la historia nos lleva a sentir el alivio y el gozo de los judíos por el giro inesperado del decreto perverso de Amán.
Pero también existe un propósito aun mayor que moldea el trasfondo de este libro. Aunque el libro no menciona explícitamente a Dios, es evidente que la mano de Dios estaba haciendo avanzar la narrativa histórica de Ester. Dios es conocido por Sus hechos, así como por Sus palabras. La esposa de Amán hace un comentario revelador sobre la acción de Amán: “Si de la descendencia de los judíos es ese Mardoqueo delante de quien has comenzado a caer, no lo vencerás, sino que caerás por cierto delante de él” (6:13). El trasfondo verdadero de esta tensión entre los judíos y aquellos que querían matarlos es la lucha entre la simiente de la mujer y la simiente de la serpiente (Gn 3:15). Aun cuando el pueblo estaba en el exilio, Dios permaneció fiel a las promesas de Su pacto. Dios es el autor y el soberano de toda la historia. Ester contribuye a la revelación de la redención al mostrar la preservación por Dios de la nación de Israel. Según la carne, Cristo vino a través de Israel (Ro 9:5). En el plan redentor de Dios, debía haber un Israel para que viniera Cristo.
Job
El libro de Job está lleno de sabiduría. En particular, testifica de la majestad de Dios, de la fe antigua en el mensaje del Evangelio y del misterio del sufrimiento en el pueblo de Dios. En primer lugar, tanto las historias como los monólogos de este libro hablan mucho de la majestad de Dios. El Señor es el Rey del Cielo quien exige a los espíritus del mundo invisible que rindan cuentas ante Él (1:6-7). Cuando Él protege a un hombre, nadie puede tocarlo (v. 10). Incluso Satanás, el gran enemigo del justo, no puede hacer nada que no sea según Su voluntad (v. 12; 2:6). Job atribuyó correctamente a la providencia de Dios toda buena dádiva y toda pérdida dolorosa, y declaró que Dios era digno de su sumisión y adoración, incluso en la tragedia más horrible (1:20-22; 2:9-10). El Señor reina sobre todas las personas y todos los acontecimientos, tanto buenos como malos (3:18; 12:9-10,17-25). Él creó la tierra, los mares y las constelaciones de las estrellas (9:8-10; 26:7-13). El hombre es completamente dependiente de las dádivas comunes del Espíritu de Dios para la vida y el entendimiento (32:8; 33:4). Dios posee la sabiduría y la fuerza, y ¿quién puede detener Su voluntad o luchar contra Él con éxito (9:4-7; 12:13-16)? Él es el juez de todos los hombres, y ¿quién le enseñará algo (21:19-22)? Sus perfecciones son infinitas, más altas que los cielos, más profundas que los mares y más anchas que el mundo (11:7-9). Solo conocemos una parte muy pequeña de Su gloria y apenas comenzamos a entender el trueno de Su poder (26:14). En Dios se encuentran la majestad aterradora, el poder glorioso y la justicia abundante, y por lo tanto los hombres le temen (37:22-24). En los capítulos finales de Job, Dios habla abundantemente de Su majestad indescriptible como creador y rey de un mundo lleno de misterios, dejando a Job silencioso en sus preguntas y profundamente humillado ante la soberanía de Dios (40:1-5; 42:1-6).
Por lo tanto, Job nos enseña que la esencia de la sabiduría consiste en temer a Dios (1:1,8; 2:3; 6:14). La sabiduría del hombre caído es necedad, una trampa en la que Dios atrapa y castiga al malvado en su propia necedad (3:13; citado en 1Co 3:19). La sabiduría es solo del Señor. El libro destaca este mensaje en el arte literario de su estructura, usando el quiasmo, una técnica común en la escritura y la lógica hebrea, similar a una serie de círculos concéntricos que dirigen la atención hacia su centro.
A Prólogo en prosa (caps. 1–2)
B Declaración de lamentación inicial de Job (cap. 3)
C Tres ciclos de diálogo (caps. 4–14, 15–21 y 22–27)
D Poema de sabiduría (cap. 28)
C’ Tres series de monólogos (caps. 29–31, 32–37 y 38–41)
B’ Declaraciones finales de Job: Confesión (40:3-5; 42:1-6)
A’ Epílogo en prosa (42:7-17)
La sabiduría revelada en el libro de Job alcanza su punto culminante en el cap. 28, el cual compara las capacidades del hombre en la minería de materiales preciosos en las profundidades de la tierra con la incapacidad del hombre para encontrar la sabiduría. El verdadero entendimiento pertenece a Dios el Creador y solo Él lo revela al hombre. Por lo tanto, Job dice: “He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia” (28:28). Esta es la única respuesta apropiada a la infinita majestad de Dios.
En segundo lugar, estos acontecimientos, desarrollados en la historia próxima a la época de los patriarcas de Israel, muestra al lector que los creyentes de los tiempos antiguos ya entendían mucho del mensaje del Evangelio, tanto por el problema que expone como por la solución que ofrece. La esencia del pecado no es solo mal comportamiento, sino una hostilidad hacia Dios profundamente arraigada en el corazón, incluso en los hijos de los piadosos (1:5). Sin lugar a dudas, el pecado se expresa en actos externos, tales como comercio deshonesto, adulterio, negarse a cuidar del pobre, injusticia social y adoración a la creación (31:1). Pero sus raíces son la inmundicia interior, tal como la concupiscencia sexual (vv. 1-40) o poner la esperanza en las riquezas materiales (vv. 24-25). La corrupción del hombre lo lleva a beber del pecado como agua (15:16). Job mostró un entendimiento más grande que el de los fariseos, quienes necesitaban que Cristo les recordara que la Ley de Dios mide no solo las acciones externas, sino las intenciones del corazón (Mt 5:21-22,27-28). La necesidad de salvación, entonces, se convierte en el problema de cómo hacer algo limpio de algo inmundo (Job 14:4; cf. Mt 15:18-19). Esto es humanamente imposible, por lo que, a menos que el problema sea resuelto, la humanidad permanece bajo una sentencia de miseria y muerte por decreto de Dios (Job 14:1-5). La gran pregunta es: ¿Cómo puede un hombre ser justo delante de Dios (9:2)? Por lo tanto, Job testifica de la condición caída del hombre como la base de la necesidad que el hombre tiene del evangelio.
El libro de Job también testifica de la solución evangélica de este problema, aunque en representaciones apropiadas para el tiempo antes de la venida de Cristo. El hecho de que Job sacrificara holocaustos a Dios por sus hijos (1:5) demuestra el conocimiento que tenía acerca de la necesidad de la sustitución y de la satisfacción por el pecado (Lv 1:4). Job servía como sacerdote de su familia, y al final su intercesión sacerdotal con sacrificios salvó a sus tres amigos de la ira ardiente de Dios (Job 42:7-8). Sin embargo, Job no era el Mediador. Él necesitaba un mediador y anhelaba un “árbitro” que defendiera su caso delante de Dios (9:33), un “fiador” que cumpliera con las obligaciones que él tenía delante de Dios (17:3).
En tercer lugar, el libro de Job es más conocido por la manera en la que trata el misterio del sufrimiento. Los escépticos razonan que un Dios todopoderoso y bueno no podría permitir el sufrimiento en Su creación. Los creyentes también pueden dudar de la soberanía o la bondad de Dios cuando la vida parece ser cruel o sin sentido. La experiencia de Job fue un ejemplo de ello, pues él era un hombre de integridad y justicia (Job 1:1; 2:3), que a pesar de eso experimentó un sufrimiento horrible. ¿Por qué Dios dejaría que alguien que lo temía y rechazaba el mal sufriera de la manera que lo hizo Job? Los amigos de Job lo presionaron con la doctrina de que el sufrimiento viene por causa del pecado.
Hay una complejidad en la manera como el libro de Job se refiere al misterio del sufrimiento. En efecto, el libro trata acerca del sufrimiento desde cinco perspectivas.
1. El narrador inspirado: el sufrimiento es una batalla espiritual por la gloria de Dios.
2. Los tres amigos: el sufrimiento es la consecuencia del pecado del hombre.
3. Job: el sufrimiento es un problema inexplicable y desconcertante.
4. Eliú: el sufrimiento es un proceso purificador de Dios.
5. Dios: el sufrimiento es un llamamiento a confiar y a someterse.
Cada una de estas perspectivas contribuye a entender el sufrimiento del justo, aunque los tres amigos aplican erróneamente una verdad general al acusar a Job de un pecado del que no se había arrepentido.
Los cuarenta y dos capítulos del libro de Job introducen al lector al misterio del sufrimiento, y a través de las grandes luchas de estos cinco hombres al tratar con este misterio, el libro imparte una sabiduría más grande de la que puede encontrarse en las respuestas más simplistas al problema del mal. Llama a los creyentes que sufren a soportar con esperanza más de lo que analiza el mal y el sufrimiento. El patrón de vida de Job refleja no solo la humillación y la exaltación de Cristo (como se señaló anteriormente), sino también los sufrimientos del pueblo de Dios en el mundo donde Dios parece estar escondido mientras ellos esperan la aparición de Su gloria para su vindicación y herencia final. De esta manera, el Nuevo Testamento muestra a Job como un ejemplo de perseverancia en la esperanza del regreso de Cristo: “Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor…He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Stg 5:7,11).
Como nos muestra Job, perseverar en la esperanza es posible cuando abrazamos la visión gloriosa de la majestad de Dios, el Señor soberano que inicia, controla y acaba nuestras pruebas según Su voluntad, y cuando confiamos en la promesa del Evangelio del Mediador cuyo sacrificio expía las blasfemias más profundas del corazón, cuya intercesión extiende una mano tanto hacia Dios como hacia los pecadores salvados, y cuya venida resucitará a aquellos que le pertenecen a una vida gozosa, para que estén con Él y vean Su gloria por siempre.
Salmos
Las Escrituras llaman a este libro “el libro de los Salmos” (Lc 20:42; Hch 1:20). Su nombre hebreo es simple y significativo: “alabanzas” (tehillim) o, más completo, “libro de alabanzas” (sepher tehillim), que expresa sus grandes características principales: la alabanza a Jehová, el único Dios vivo y verdadero. La “alabanza” en la Biblia se relaciona con la adoración de la excelencia divina (Sal 63:3). Hay otras palabras que generalmente se relacionan, no con lo que Dios es, sino con lo que hace y lo que da.
De hecho, hay tres nombres para las diferentes alabanzas en este libro: en primer lugar, “salmos”, un término general para “la adoración con instrumentos musicales”, de la palabra griega “tocar la lira” (psallein); “himnos”, adoraciones dedicadas al Dios todopoderoso (p. ej. 18; 145); “cánticos espirituales”, poemas inspirados que contienen doctrina, historia o profecía (por ejemplo, Sal 45; 78; 102; ver Ef 5:19; Col 3:16).
Los Salmos son patrones divinamente inspirados, tanto para el culto personal como para el corporativo. El mismo libro de los Salmos se hizo para que fuera el himnario de Israel, como está claro por su nombre, “Libro de alabanzas”, por los diferentes títulos (por ejemplo, “Al músico principal” [el director o maestro de canto], el cual aparece cincuenta veces) y por varios indicios dentro de los mismos salmos (por ejemplo Sal 105:2, “cantadle, cantadle salmos”; Sal 116:19, “en los atrios de la casa de Jehová, en medio de ti, oh Jerusalén. Aleluya”). También hay una evidencia histórica que demuestra que los salmos fueron usados en el culto público (1Cr 16:7; 2Cr 29:30; cf. Neh 12:24).
Los Salmos también tenían el propósito de enseñar. La palabra “masquil” aparece trece veces y se deriva del verbo “instruir”. El titulo del salmo 60 dice: “Mictam de David, para enseñar”. A través de los salmos, la Palabra divina era un medio de instruir a los niños (Sal 78:3-6). También son medios de meditación: “Higaion” o “meditación” (Sal 9:16; cf. 19:14).
El uso de los salmos en el culto continuó en el Nuevo Testamento (1Co 14:15,26; Ef 5:19; Col 3:16). El “himno” cantado por Cristo y los apóstoles (Mt 26:30) debió haber sido, como siempre al final de la Pascua, la segunda parte del Hallel (Sal 115–118). Los Salmos a veces eran llamados “himnos” (Mt 26:30) y a veces “cánticos” (títulos de los Sal 45–46; 67–68; 75; etc. Stg 5:13).
Los Salmos son de gran valor para la iglesia por lo que enseñan:
- Un resumen de toda la Biblia. El libro de los Salmos es una Biblia dentro de la Biblia. Atanasio lo llamá el “resumen de la Biblia”, mientras que Lutero lo llamá “una pequeña Biblia, donde todo lo que está en la Biblia está comprendido y comprimido bella y brevemente”. Está situado en la mitad de las Sagradas Escrituras, como el corazón de la revelación misma de Dios.
- Alabanza de las perfecciones divinas. Este libro revela a Dios en todas Sus glorias perfectas y excelentes y provee una respuesta de alabanza inspirada: “Porque grande es Jehová, y digno de suprema alabanza” (96:4). Nos muestra a Dios como sólo Dios puede revelarse y nos enseña cómo temer y adorar Su Ser glorioso.
- Muestra la condición humana. Este libro nos muestra cómo somos en realidad. Juan Calvino lo llamó la “anatomía de todas las partes del alma, pues nadie descubrirá en sí mismo un solo sentimiento cuya imagen no esté reflejada en este espejo”. Los Salmos expresan nuestros sentimientos más internos: soledad (102:7); opresión (129:1); abandono (68:5); incertidumbre (77:7) y depresión (42:5).
- Un acercamiento a Dios. Los Salmos enseñan penitencia y oración. Nos dan un modelo excelente que nos muestra cómo se experimentan y se expresan estas cosas y llenan nuestros corazones con una mayor pena por el pecado y un deseo más grande por Dios. Simpatizan con las almas de los creyentes en todos sus sentimientos, agonías y éxtasis. A veces derraman oraciones (86:1-6; cf. 119:94) y a veces alabanzas (Sal 148). El gran valor de este libro está en que nos conduce a la presencia del Rey y nos trae ante el trono de Su gloria (26:6; 43:3-5).
- La naturaleza de la comunión espiritual. Los Salmos describen la experiencia casi indescriptible de la comunión con Dios (63:3-4). Alguien dijo: “el salterio es la música de la amistad del alma con Dios”; pero aún más excelente, quizás, es lo que otro dijo cuando describió el salterio como “toda la música del corazón humano, extendida por la mano de su Creador”.
- Un medio vital para estimular la piedad. El salterio estimula en el creyente un fuerte afecto por la santa ley de Dios y un reconocimiento profundo de sus requisitos espirituales más altos (19:7- 9; 119). La ley es muy útil para que los creyentes muestren lo que Cristo ha hecho (Gá 4:4-5), el servicio y la gratitud que le debemos (2Co 7:1), nuestras numerosas deficiencias (Ro 7:24), la norma de la santificación (1Co 9:21) y la excelencia de lo que disfrutaremos algún día (Ap 21).
- La voz de la iglesia universal. Los Salmos nos presentan la comunión de los santos. Los judíos podían recitar los Salmos como nación, para que el “yo” se convirtiera en la voz de la comunidad que adoraba; pero incluso si no tomamos eso en cuenta, el salterio sigue siendo el libro de canciones de la iglesia (51:18; 79:8; 85:6).
- Un libro de esperanza, en la vida y la muerte. Al salir de grandes angustias y penas, hay cantos de expectación santa: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (17:15; cf. 16:9-10; 49:15; 73:24).
- Un retrato celestial de Cristo. Finalmente, el libro de los Salmos centra la atención en nuestro Salvador. Jerónimo dijo: “David, con el arpa y decacordio, a lo largo de los Salmos, canta de Cristo”.
Proverbios
Proverbios es una instrucción al pueblo del Pacto de Dios, dirigida a los individuos más que a la nación en conjunto. Esto significa que los asuntos nacionales relacionados con Israel no salen mucho a la luz. Catalogado frecuentemente como las instrucciones de un padre a su joven hijo, el libro de Proverbios ayuda grandemente a los padres cristianos en la educación de sus hijos (Ef 6:4) y también a los líderes a formar a la Iglesia como la familia de Dios. Está lleno de instrucciones para preservar al pueblo de Dios individualmente así como sus testimonios. De muchas maneras, Proverbios es un manual básico para la santificación, al dar direcciones e ilustraciones de cómo morir al pecado y vivir para la justicia. Muestra cómo la verdadera religión se integra en nuestras actitudes y acciones de una forma que afecta a la familia, amistades, trabajo, etc.
Por encima de todo está el vivir en el temor de Dios, el cual puede ser resumido como vivir en la conciencia de quién es Dios tal como Él mismo se ha revelado en Su santidad, teniéndolo en cuenta en cada situación y circunstancia de la vida. Vivir en el temor de Dios es vivir en la realidad de Dios, lo cual tiene un profundo efecto tanto en el culto como en la ética. Proverbios es una guía para la práctica de la verdadera religión. Significativamente, esto se halla resumido en términos de sabiduría. En hebreo, la palabra “sabiduría” significa “habilidad” o “capacidad” y tiene aplicaciones en diferentes áreas (Éx 28:3; 31:3-6). En Proverbios, la sabiduría es la habilidad o capacidad para vivir de una manera que agrada a Dios y nos permite disfrutar Su bendición.
El lugar inicial de este tipo de sabiduría es Cristo (Col 2:3; 2Ti 3:15), y como cada libro del Antiguo Testamento, Proverbios habla de Jesucristo (Lc 24:44). Cristo se identifica a Sí mismo como la sabiduría divina (Lc 7:34-35; 11:49), Aquel que es más grande que Salomón (Lc 11:31) y quien da sabiduría a Su pueblo (Lc 21:15). Dios ha unido Su pueblo a Cristo por el llamamiento eficaz, de manera que Él sea su sabiduría, particularmente en Su crucifixión por sus pecados (1Co 1:23-24, 30). La sabiduría de Dios en Cristo es extraña a este mundo y solo puede ser recibida a través del Espíritu Santo (1Co 2).
La presencia de Cristo en Proverbios es especialmente evidente en su presentación de la Sabiduría como una persona viva (caps. 1; 8–9). La Sabiduría es Dios y tiene cualidades divinas al ser la fuente de toda sabiduría, poder, justicia y gloria de los hombres (8:14-19), y al realizar acciones divinas como Creador (8:27-31). Sin embargo, la Sabiduría es una persona diferente en relación con Dios (8:22, 30), al igual que Juan dijo posteriormente que el Verbo era Dios y con todo estaba con Dios (Jn 1:1). De esta manera, la identidad de la Sabiduría revela una pluralidad de personas en el único Dios, quien creó todas las cosas y dijo del hombre: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (Gn 1:26).
El hecho que los pronombres usados para la palabra Sabiduría (“ella”) sean femeninos no tiene nada que ver con la realidad de Cristo, sino que es un asunto gramatical (la palabra hebrea para “sabiduría” es femenina). En el cap. 9 se desarrolla como recurso literario al presentar a la Sabiduría divina como una mujer sabia y pura que pide a su pueblo que se acerque a ella, en contraste con la mujer insensata que es malvada e inmoral, al igual que Cristo usó una parábola de la mujer que buscaba la moneda (Lc 15:8-10) para representar cómo Él busca a los pecadores perdidos (Lc 15:1-2; 19:10). De hecho, es en Su predicación y envío de predicadores a que llamen a los pecadores a que se arrepientan y aprendan de Él que Cristo aparece más prominentemente como la Sabiduría (Lc 7:29-35; 11:49).
Por lo tanto, la “Sabiduría” es Cristo, el Hijo de Dios y Mediador de la vida. La Sabiduría es eterna y colaboró con Dios en la creación del mundo y de la humanidad (8:22-31; Jn 1:1-3; Col 1:16-17; Heb 1:2). La Sabiduría predica el evangelio, llamando a los pecadores a que se arrepientan, reciban el Espíritu de sabiduría, aprendan los caminos de la sabiduría, escapen del juicio de Dios y disfruten de Su paz (Pro 1:20-33; Mt 4:17; Hch 2:38). Proverbios enseña que “el que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Pro 28:13). Todo el que encuentre la Sabiduría encuentra la vida (8:35; 1Jn 5:12, 20). La Sabiduría invita a las personas al banquete de la vida (Pro 9:1-6; Mt 22:1-14; Lc 14:16-24). Es solamente después de hallar la vida en la Sabiduría que el camino de la santificación se traza detalladamente (caps. 10–31). La santidad práctica es posible solamente a través de la unión con Cristo.
Eclesiastés
Aunque Eclesiastés a menudo es descrito como pesimista, fatalista o cínico, es, más bien, un libro que de forma realista examina los problemas y las preguntas de la vida con el propósito de que todo conduzca hacia Dios. A tal fin, el libro es evangelístico, conduciendo al hombre a la total dependencia de Dios, quien es el poderoso creador, gobernador soberano, juez infalible y la suprema realidad. El correcto entendimiento de Dios hace posible un correcto uso de la vida. Puesto que “el Predicador” dirige tanto a santos como pecadores hacia el Señor, Eclesiastés es primeramente una filosofía de vida divinamente inspirada y revelada para los creyentes.
Una cosmovisión cristiana y bíblica requiere reconocer y someterse a quién es el Señor. La forma en la que vemos a Dios determinará nuestra forma de ver la vida, y cómo vemos la vida refleja cómo vemos a Dios. La premisa inequívoca del libro es la brevedad de la vida. Puesto que la vida es como un aliento (“vanidad”), las cosas de esta vida terrenal y temporal (“debajo del sol”) nunca podrán traer la satisfacción definitiva. Querer encontrar la satisfacción plena en cualquier cosa temporal es como perseguir el viento (“aflicción de espíritu”). Así que tenemos que sacar el máximo provecho de lo que implica la vida, reconociendo que nuestra porción en ella es un don de Dios para nuestro bien. Pero nunca debemos ver el don separado del Dador del don.
Entender el mensaje depende de la definición de expresiones clave. “Vanidad de vanidades” significa, literalmente, “aliento de alientos”, lo cual es una figura retórica que primeramente designa transitoriedad, algo que es momentáneo. No sugiere la idea de inutilidad. La construcción hebrea expresa una idea superlativa y transmite efectivamente el mensaje de la brevedad de la vida. “Debajo del sol” identifica la esfera de la vida física (donde vivimos y experimentamos la vida) –el único lugar donde podemos emplear nuestros sentidos. “Aflicción de espíritu” significa, literalmente, “un esfuerzo por perseguir el viento”; la frase se refiere a la futilidad de una acción, no a la depresión del alma. “Comer…beber…disfrutar” no recomienda el hedonismo, sino más bien el disfrute y pleno uso de lo que Dios ha dado para sostener la vida. Ver las notas para el significado completo de estas expresiones repetidas.
Cantares
Cantar de los Cantares es dado por el Espíritu de Dios para despertar los afectos de los creyentes, ya sea del Antiguo o del Nuevo Testamento, para que busquen cultivar una comunión secreta con Cristo en oración y en todos los medios de gracia. Tal deleite espiritual fue disfrutado por santos del Antiguo Testamento tales como Abraham, Moisés, David y los profetas. Este libro usa el lenguaje de amor para llevar a los cristianos a anhelar experiencias en nuestros corazones de seguridad, gozo y fascinanción de alma al gustar algo del amor de Cristo por nosotros, incluso en este mundo.
Aunque los creyentes, simbolizados por la mujer hermosa (1:8), tienen debilidades y pecados (5:2-3), ellos aman de manera genuina a Jesús como Señor y Salvador y anhelan gustar Su amor como algo “mejor que el vino” (1:2). Este libro usa el lenguaje de la belleza física para expresar el deleite mutuo entre Cristo y el creyente. Este deleite será consumado un día en el Cielo, cuando Cristo por fin presente a Su iglesia a Sí mismo como “una iglesia gloriosa, que no tenga mancha ni arruga ni cosa semejante” (Ef 5:27). Así este hermoso libro tiene la intención de mover a los cristianos a buscar ahora tener comunión con Cristo y anhelar Su segunda venida en gloria.
La presencia de Cristo no es sentida por el creyente siempre de la misma manera o intensidad. A veces, el creyente siente que Jesús “se ha ido” (5:6). En esas ocasiones él o ella buscan fervientemente sentir la presencia de Cristo una vez más. Cuando Jesús se acerca nuevamente, el alma del creyente es como “el carro de Aminadab” (6:12) –viva con entusiasmo y energía para vivir y pelear por nuestro bendito Señor.
Las mejores experiencias del amor de Cristo en este mundo se quedan todas ellas cortas. Las almas de los santos anhelan el día cuando su Señor venga por fin en toda Su gloria para levantarlos de la tumba y otorgarles eterno amor divino. El libro termina adecuadamente con el clamor de angustia “Apresúrate, amado mío, y sé semejante al corzo, o al cervatillo, sobre las montañas de los aromas” (8:14). La Biblia declara el mismo anhelo cuando acaba diciendo “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap 22:20).
Problemas especiales de interpretación: Durante siglos, la visión dominante de este libro ha sido como representación poética de la relación espiritual entre el Señor y Su pueblo. Esta opinión aparece en las antiguas tradiciones judías y también en los escritos cristianos que se desarrollaron en la iglesia primitiva, la iglesia medieval, la Reforma, los puritanos y la era moderna.
Sin embargo, desde el siglo XIX la lectura romántica ganó popularidad, tomando el Cantar de los Cantares como una colección de poseía completamente humana sobre el amor. A veces, esta fue una reacción en contra de la alegorización caprichosa de algunos intérpretes tradicionales que no arraigan sus interpretaciones en el texto y el contexto. Todavía existen diferencias considerables entre los intérpretes de esta escuela en cuanto a quiénes son los personajes, si lo son Salomón y una novia sin nombre, un pastor y una pastora sin nombres, o a un reparto más complejo de personajes. También existe mucho debate en cuanto al significado de las interacciones de los personajes. Algunos intérpretes de esta escuela ven Cantar de los Cantares meramente como una colección de poemas que no presentan ninguna historia coherente. La lectura romántica en sus varias formas ve Cantar de los Cantares como sabiduría divina para las relaciones humanas románticas, el matrimonio y la sexualidad.
Se pueden avanzar varios argumentos en contra de la lectura romántica a favor de la tradicional, la interpretación cristocéntrica del Cantar de los Cantares. Primero, el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos a leer todo el Antiguo Testamento como una revelación de Su ser (Lc 24:27,44-47). Decir que un libro completo del Antiguo Testamento no dice nada de Cristo choca con la perspectiva apostólica de la Escritura.
Segundo, el libro se presenta a sí mismo como “cantar de los cantares” (1:1), un modismo hebreo que significa la canción suprema o más grande. Mientras que la Biblia tiene una alta visión del matrimonio y del amor sexual entre el esposo y la esposa (Gn 2:18-25; Pro 5:15-23), es difícil entender cómo una canción romántica se pudiera ubicar por encima de los cantos de gloria y amor de Dios.
Tercero, el Cantar se identifica a sí mismo como “de Salomón” (1:1). Cristo habló de Salomón como un tipo de Sí mismo, puesto que Jesús es el gran Hijo de David (Mt 1:1; 12:42). El nombre “Salomón” significa “paz” (ver notas en 1Cr 22:8 y 9), y por lo tanto Salomón representa al Príncipe de paz (Is 9:6). El término “sulamita” (6:13) es la forma femenina de Salomón, representando su homólogo en paz.
Como cuarto argumento debemos considerar que la Escritura a menudo usa el matrimonio como una metáfora para la unión del Señor con Su amado pueblo (Is 54; 61:10; 62:5; Ez 16:1-63; Os 2:1-23; Mt 22:1-2; 2Co 11:1-4; Ef 5:22-33; Ap 19:7-8; 21:9). Cristo se refirió a Sí mismo como “el novio” (Mt 9:15; cf. Mt 25:1-10; Jn 3:29). Quinto, podría ser que Cristo se refiriera a Cantar de los Cantares cuando dijo a una iglesia: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3:20; cf. Cnt 5:1-2). Sexto, el Salmo 45 provee un paralelo importante a Cantar de los Cantares en la manera como apunta a Cristo, tal como lo enseña el Nuevo Testamento (Heb 1:8-9). El salmo se titula “Una canción de amores”; representa el Rey (que es Dios y a la vez está en pacto con Dios); habla, al igual que el Cantar, de aceite, especias, marfil y oro; y exhorta a su novia a entregarse por completo a Él. Séptimo, una lectura centrada en Cristo de Cantar de los Cantares no permite interpretaciones desaforadas y altamente imaginativas que puedan ofender directamente a lectores reflexivos. Cantar de los Cantares es poesía, y su forma de hablar y doctrinas deben ser entendidas en el contexto del conjunto de la Escritura.
Existen dos enfoques básicos que toman Cantar de los Cantares como una revelación de Cristo: la tipológica y la alegórica.
La lectura tipológica empieza con el reconocimiento de que una persona importante en la Biblia puede ser por designio divino “una figura (o tipo) del que había de venir” (Ro 5:14). La tipología comienza con un personaje, acontecimiento o institución reales e históricos y reconoce la sombra de Cristo en él (Col 2:16-17; Heb 7:1-17; 10:1). La visión tipológica está basada en una interpretación estricta y literal dado que todos los verdaderos tipos están basados en la historia. Mientras se reconoce que Cantar de los Cantares está arraigado en la figura histórica de Salomón y que presenta la belleza y la santidad del matrimonio humano, se entiende que mira más allá a Aquel que es mayor que Salomón. De la misma manera que Pablo se refirió al paradigma del matrimonio de Adán con Eva como una sombra de la unión de Cristo con la iglesia (Gn 2:24; Ef 5:31), así se debería leer Cantar de los Cantares como la Canción de Cristo. Al pensar en las relaciones más preciosas de amor, también debemos pensar en ese amor que sobrepasa todo amor humano. Una alternativa tipológica sostenida por Martin Lutero ve al Cantar de los Cantares como un poema que celebra el amor entre Salomón y el pueblo de su reino, tipificando el amor entre Cristo y el pueblo de Su Reino. En cualquier caso, la lectura tipológica comienza con Salomón y finaliza con Cristo.
La lectura alegórica es la lectura tradicional, la cual ha dominado entre los intérpretes judíos y cristianos a través de siglos. Tiene mucho en común con el enfoque tipológico pero cree que Cantar de los Cantares se refiere directamente al Señor, no a Salomón. El lenguaje de amor es completamente simbólico, como lo es en la historia del Señor y Su novia en Ez 16. Existe una diferencia entre interpretar una alegoría y alegorizar un texto. Una alegoría es una forma de escritura en la cual el autor tiene la intención de escribir una comparación amplia, tal como la parábola de Cristo de los terrenos (Mc 4:1-20). El Progreso del Peregrino de Juan Bunyan es un ejemplo bastante conocido de alegoría. En contraste, alegorizar significa leer todo tipo de significados escondidos en lo que nunca estaba destinado a ser una alegoría.
Tanto la interpretación tipológica como la alegórica terminan en el amor que existe entre el Señor Jesucristo y Su pueblo precioso comprado con Su sangre, quienes en esta vida y en la próxima están en unión y comunión con Él como su amado Señor y Salvador. Este profundamente espiritual y hermoso libro utiliza el lenguaje del afecto y deleite conyugal para expresar el amor que nuestro Salvador tiene por todos los verdaderos creyentes y que ellos, a pesar de sus muchos pecados y faltas, tienen por Cristo en esta vida. El libro mira anhelantemente hacia el día futuro cuando nuestro Señor regrese en toda Su gloria para contraer matrimonio con Su amada iglesia y llevarla a su hogar en gloria eterna. Ese es el significado del clamor: “Hasta que apunte el día, y huyan las sombras” (2:17).
LOS PROFETAS MAYORES
Isaías
El intelecto de Isaías es sin igual. Desde cualquier punto de vista, el libro es una obra maestra de la literatura; el lenguaje es rico y la imaginería hermosa. Pero más allá de la majestuosidad del estilo está la majestuosidad del mensaje eterno del evangelio. Con una percepción teológica igual a la del apóstol Pablo, este profeta evangelista proclama el mensaje de la gracia gratuita y soberana. Como predicador del evangelio, Isaías pone directamente delante del hombre su necesidad de un salvador. Sin conocimiento del pecado no hay una necesidad de salvación. Ya que el pecado del hombre lo ha separado de Dios (59:2) y está sin esperanza, a menos que Dios intervenga.
El horror de la condición del hombre se hace manifiesto a la luz de la revelación de Isaías de que hemos despreciado al Santo (1:4), el Rey de infinita majestad y gloria (6:1-5). Cuando el día del Señor venga, Dios aplastará todo intento del hombre de glorificarse a sí mismo en lugar de glorificarlo a Él, pues solo el Señor será exaltado en aquel día (2:10-22). A pesar de la corrupción y de la rebelión del hombre ante el rostro del Santo, Dios ofrece un evangelio y demanda el arrepentimiento. Es un evangelio fundado en el Mesías, el Siervo elegido de Dios, el único Mediador entre Dios y los hombres. Isaías define el evangelio en términos de la muerte sustitutiva de Cristo y Su resurrección victoriosa. Los relatos de los cuatro evangelios no detallan la muerte y la resurrección de Cristo de manera más vívida que la predicción de Isaías (53:1-12), y la invitación misericordiosa de Cristo, “Venid a mí” (Mt 11:28) encuentra su contraparte en el llamamiento del mensaje de Isaías (Is 55: 1-13).
Isaías deja claro tanto quién habría de ser el Mesías como lo que Él haría con el fin de lograr la redención. En lo que a veces se conoce como “la trilogía de Emanuel de Isaías”, el autor revela que el Salvador sería el Dios con nosotros que nacería de una virgen, el Hijo nacido para gobernar y el Rey lleno del Espíritu (7:14; 9:6-7; 11:1-5). También sería el predicador de las buenas nuevas ungido por el Espíritu (61:1-3). Sería el Siervo ideal elegido por Dios quien cumpliría cada función como Mediador (42:1-7; 49:1-12; 50:4-10; 52:13–53:12). Isaías expone detalles de lo que ahora conocemos como la primera y la segunda venida de Cristo. La contribución de Isaías al mensaje de redención es, cuando menos, profunda. Si Isaías fuese la única revelación del misericordioso evangelio de Cristo de parte de Dios, tendríamos todo el evangelio que necesitamos.
La visión de Isaías acerca de la venida de Cristo gira en torno al Reino de Dios, simbolizada por Sion, el monte santo de Dios, pero incluyendo todas las cosas en la gran esperanza de un Cielo nuevo y una Tierra nueva (65:17–18; 66:22). Este Reino viene en la justicia y la salvación de Dios, pero también con juicio y destrucción. De hecho, Isaías nos enseña que no podemos separar las tres realidades: de la salvación, del juicio y de la gloria de Dios. Incluso el Siervo mismo debe caer bajo el juicio divino para salvar a Su pueblo de sus pecados (53:4-6).
El entrelazamiento del juicio, la salvación y la gloria divina tenían una relevancia inmediata para la primera audiencia de Isaías. Judá no quedaría exento de la clase de juicio que Israel había experimentado. Los temas de juicio y de la salvación se entrelazan de tal manera que demostraban que los dos no eran mutuamente excluyentes. Más bien, Dios usó el juicio como un medio para purificar y para dar a luz a un remanente que ejemplificaría el propósito del pacto de Dios. Estos recibieron una esperanza maravillosa que vendría a través del Mesías. Sin embargo, hay claras advertencias a aquellos que rechazan los caminos del Señor, advertencias que terminan en las imágenes más aleccionadoras del Infierno contenidas en la Biblia (34:10; 66:24).
Jeremías
Aunque los escritos de Jeremías son tal vez no tan elocuentes como los escritos de Isaías, son espléndidos por su celo y por presentar un mensaje unificado. Jeremías es el más largo de los libros proféticos y está escrito tanto en poesía como en prosa. El libro contiene distintos tipos literarios, incluyendo sermones y visiones. Una gran porción es autobiográfica, describiendo distintos acontecimientos de la vida de Jeremías. Por tanto, tenemos mucha información acerca de su carácter, lo que nos ayuda a identificarnos mucho más rápidamente con él como hombre. Como Moisés, puso excusas y tuvo dudas en aceptar el llamamiento y comisión de Dios (Jer 1:6: cf. Éx 4:10). Mientras Moisés ministró antes de que la nación entrara en la Tierra Prometida, Jeremías fue un maestro del pueblo antes de que ellos fueran llevados de esta tierra al exilio.
También se dan paralelos entre Jeremías y el apóstol Pablo (Jer 1:5; cf. Gá 1:15-16). Ambos tuvieron un amor por los perdidos y desearon la salvación de su nación, pero fueron rechazados por su propio pueblo. Ambos sintieron agonía en su alma al contemplar el hecho de que aquellos que los habían rechazado a ellos y su mensaje, también rechazaron al Dios Todopoderoso, quien los había llamado y enviado a predicar. Sin embargo, a diferencia de Pablo, Jeremías no tuvo amigos fieles que apoyaran animosamente su obra. No tuvo el estímulo de ver crecer y florecer a las iglesias, como lo tuvo Pablo. Su soledad y aparente falta de éxito explican por qué a menudo se le conoce como “el profeta llorón”.
Aunque buena parte de la predicación de Jeremías era negativa, él no era en modo alguno pesimista, aunque sí era realista. Vivió en una época cuando la nación judía se había apartado del Señor, y no pensaron en las consecuencias. El castigo vendría pronto sobre ellos a causa de su pecado, y Jeremías fue llamado por Dios para advertirles. Los falsos profetas hablaron paz cuando no había paz (Jer 6:14; 8:11), pero Jeremías habló honestamente. Cuando habló fuertemente, lo hizo por amor y preocupación por las almas a las que se dirigió. Intentó sacarlos de la apatía espiritual y despertar sus conciencias para que pudieran ver la gravedad de sus pecados. Predicó estas cosas con la esperanza de que el pueblo se pudiera convertir de la maldad. En agudo contraste con la desobediencia de los hijos de Israel, Jeremías presentó la fidelidad de Dios.
Jeremías estaba comprometido con la obra del Señor. El mensaje que Dios le confió no era fácil de dar. La naturaleza humana quiere ser reconocida, pero Jeremías pensó solo en su deber para con Dios. Predicó un mensaje impopular y se preparó para sufrir las consecuencias de ser fiel al Señor. ¡Oh si hubiera hoy hombres como él! Su espiritualidad se evidencia a lo largo del largo ministerio que el Señor le dio.
El mensaje doble de Jeremías, de juicio y de restauración, tiene un rico significado en cuanto al evangelio. Su declaración al pueblo impenitente de Judá es una ilustración gráfica de las consecuencias del pecado que se dieron en el exilio y la caída de Jerusalén. Sus frecuentes llamamientos a la conversión muestran que los términos para recibir la salvación siempre han sido los mismos. El hecho de que apunte al Mesías venidero como “Jehová justicia nuestra” (23:6; 33:16) y al nuevo pacto (31:1-40) muestra que la única base y esperanza de salvación siempre han sido a través de la gracia de Dios en Su Cristo. ¡Esto ciertamente debería traer gozo al corazón de todo verdadero cristiano! Además de su mensaje, Jeremías mismo, como tipo o ilustración profética, apunta al Señor Jesús en el hecho de que Él, como el Salvador, fue un siervo sufriente. Nadie, excepto el Señor Jesús, fue tratado nunca con mayor desprecio por Israel.
Lamentaciones
Aunque Lamentaciones no es primeramente un libro mesiánico, no obstante hay algunos aspectos que se pueden aplicar legítimamente al ministerio del Señor Jesucristo. De hecho, cierto número de referencias al Señor (Jehová) pueden verse como refiriéndose a Cristo como la segunda persona de la Trinidad. Las circunstancias también apuntan a la segunda destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C., precedida por el trágico rechazo de los judíos a Cristo. Lamentaciones describe los efectos que tuvo la primera devastación de Jerusalén sobre la nación judía, y revela las trágicas consecuencias del pecado. El centrar la atención en el pecado y sus consecuencias contribuye al mensaje de la Escritura acerca de la redención, al subrayar la necesidad del evangelio y del Redentor. Por tanto, el libro anticipa a Cristo como la única esperanza. El evangelio significa poco para aquellos que no son conscientes de su necesidad de él. Jeremías es un pastor compasivo, que se identifica con su pueblo y que busca animarlos a que confiesen sus pecados. Les muestra al Dios de misericordia y los exhorta a que pongan toda su esperanza y confianza en el Señor. Se ha afirmado acertadamente que, en Lamentaciones, Jeremías pasa de “la advertencia a la lamentación”. El propósito de Dios en el castigo es quitar las escorias y refinar a Su iglesia.
Ezequiel
El ministerio de Ezequiel no fue fácil: vivió en tiempos oscuros en los cuales no parecía haber ninguna esperanza de un futuro mejor, a pesar de que muchos de sus contemporáneos en el exilio no comprendían la gravedad de la situación. Creyeron que la deportación sería corta y que Dios nunca permitiría que Jerusalén fuera completamente destruida.
La gente no vio cuán santo era Dios y cuán abominables eran sus pecados. Ezequiel abordó ambos asuntos, y al hacerlo subrayó algunas verdades esenciales del evangelio. Lo hizo al desarrollar y entremezclar cinco temas importantes: (1) la santidad y la gloria de Dios, (2) la pecaminosidad de la nación, (3) la necesidad del juicio, (4) la responsabilidad individual y (5) la restauración hecha posible por el Mesías.
Ezequiel deja claro que la santidad y la gloria de Dios son los principales motivos, tanto del juicio como de la salvación divina. El pecado de Israel había profanado el santo nombre de Dios, lo cual demandaba juicio. Ezequiel es un maestro de la analogía para describir el pecado, y de esta manera la necesidad del evangelio. El pueblo es descrito como una casa rebelde (2:5-8, etc.), una vid inútil (15:1-8), una huérfana que se volvió adúltera (16:1-63), dos hermanas rameras (23:1-49), aquellos que tienen corazones de piedra (11:9), etc. Tal vez uno de los puntos más importantes que trata acerca del pecado es la responsabilidad y la rendición de cuentas individual: “todas las almas son mías...el alma que pecare, esa morirá” (18:4). Al personalizar el pecado, se personaliza también el arrepentimiento; la salvación es finalmente un asunto individual.
A pesar de que mucho de su predicación se centrara en las razones por las que el juicio vendría, Ezequiel también apuntó a una gran esperanza. Describió la restauración en términos de un nuevo éxodo, una renovación espiritual (37:1-28) que sería cumplida por el Buen Pastor, un nuevo David que gobernaría rectamente y rescataría a Su pueblo perdido (34:1-31) –un mensaje precisamente análogo a la enseñanza de Cristo (Jn 10). De manera parecida, la exposición de Ezequiel en cuanto a la regeneración (Ez 36:22-27) explica la sorpresa de Cristo cuando Nicodemo no parecía saber nada acerca de la necesidad del nuevo nacimiento (Jn 3:3-8). A pesar de las algunas veces complejas visiones e imágenes difíciles que usa Ezequiel para ilustrar el mensaje, su profecía es clara tanto en sus advertencias como en cuanto a la esperanza del evangelio.
Tanto en el juicio como en la gracia, Dios revela a través de Ezequiel que Él realiza todas las cosas para Su gloria. El Señor declara cerca de sesenta veces en este libro que Él obra para que el pueblo “conozca que yo soy Jehová”, tomando uno de los principales temas del Éxodo (Éx 6:7; 7:5; etc.). El Señor hace Sus obras poderosas de salvación y juicio en favor de Su santo y grande nombre (Ez 20:9,14,39,44; 36:20-23; 39:7,25; 43:7-8). Él es “Jehová el Señor”, un título combinado que aparece 210 veces en Ezequiel (cerca del setenta por ciento de todas las apariciones en el Antiguo Testamento). La primera palabra del título (Jehová) es el nombre de Dios: el gran Yo Soy (Éx 3:14-15) y la segunda (Adonai) significa “Señor” o “Amo”.
Estos elementos vienen juntos en la declaración de Dios del porqué Él salvaría a Israel: “Por tanto, di a la casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado. Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos” (36:22-23, énfasis añadido). Por lo tanto, la trama del libro gira en torno a la gloria del Dios soberano, comenzando con una visión de Su majestad (1:1-28), describiendo Su gloria abandonando el templo (8:1–11:25) y prometiendo el regreso de Su gloria a un nuevo templo (43:1-5; 44:4). La esperanza final de Israel es que la gloria de Dios habite con ellos a través de la obra de Su gracia soberana.
Daniel
Daniel es una teología del tiempo. Puesto que toda la historia (la progresión del tiempo) tiene como propósito la redención, el mensaje de Daniel contribuye significativamente a la revelación de Dios de Su plan de redención, Su propósito infalible. Una teología del tiempo se centra en la obra divina de la providencia, la operación temporal del Dios eterno a través de la cual Él preserva y gobierna Su Creación con el fin designado de Su gloria y el bien de Su pueblo. La verdad inviolable es que Dios es el Rey soberano cuyo Reino es universal, incluyendo todos los reinos terrenales a pesar de lo poderosos y hostiles que sean. El seguimiento que hace Daniel de los reinos del mundo desde Babilonia hasta Persia, Grecia y Roma tuvo el propósito de mostrar que el Reino de Dios viene y que Su voluntad se está cumpliendo en la tierra como en el Cielo. Desde la perspectiva humana, parecería que los poderes paganos del mundo triunfan sobre la justicia y la redención. En realidad, Dios los estaba manipulando y usando para dejarlo todo preparado para el cumplimiento del tiempo cuando enviaría a Su Hijo al mundo. Por lo tanto, los acontecimientos del mundo no suceden al azar; suceden porque el omnisciente y sabio Dios, quien conoce y determina todas las cosas, las orquestra en perfecta armonía. El que todas las cosas estaban planeadas para la venida de Cristo no solo fue un mensaje reconfortante para los contemporáneos de Daniel: debería serlo aún hoy, saber que, a pesar de las apariencias en contra, todo está bajo el control divino y de camino hasta la segunda plenitud del tiempo cuando Cristo vuelva otra vez.
Además de la contribución global de Daniel al mensaje de la redención, el libro tiene importantes textos específicos con un enfoque cristológico. Cristo es la piedra cortada sin manos que hiere los reinos del mundo (2:34); Él es el Hijo de Dios que recibe el reino eterno del Anciano de días (7:13-14); Él es el Mesías al que se le quitará la vida, mas no por Sí (9:26), una referencia a Su muerte expiatoria. El Cristo preencarnado apareció con los tres hebreos en el horno de fuego (3:25). La revelación del último capítulo sobre la segura resurrección de tanto justos como injustos también subraya la perspectiva evangelística de Daniel.
LOS PROFETAS MENORES
Oseas
El mensaje del matrimonio es una parte integral de la profecía de Oseas. La intención de Dios fue que la familia de Oseas fuera un símbolo, una ilustración visible o lección práctica del mensaje que él debía predicar a Israel. Os 3:1 es el versículo clave del libro y vincula explícitamente el matrimonio de Oseas con Gomer con el matrimonio de Dios con Israel. La relación de Oseas con Gomer y la relación de Dios con Israel empezaron por amor, se rechazaron por el pecado y se mantuvieron por la fidelidad. El amor y la lealtad constante de Oseas para con Gomer era una hermosa imagen del amor y la lealtad constante del Señor para con Israel. La infidelidad de Gomer hacia Oseas fue un retrato claro y trágico de la infidelidad y traición de Israel hacia el Señor. En varios niveles, la experiencia de Oseas es un paralelo de la experiencia de Dios con Israel, que a su vez es paradigmático de los hechos salvíficos de Dios para la Iglesia.
Joel
Los días eran oscuros, tanto política como espiritualmente. Con la destrucción del linaje real, parecería que los propósitos redentores de Dios en Cristo estaban en peligro. Parecía que no había muchas esperanzas; pero ni siquiera la malvada Atalía podía frustrar los propósitos y planes de Dios. El Señor levantó al profeta Joel para proveer la interpretación teológica de todos los acontecimientos trágicos de aquel tiempo y para anunciar detalles de los planes que Dios había decidido para el futuro. Joel dejó claro que lo que a la vista parecería ser un desastre natural –la plaga de langostas– era en realidad una manifestación del día del Señor. Dios había intervenido directa, sobrenatural e inequívocamente en los asuntos humanos para cumplir Su propósito de juicio en contra del pecado de la nación. Las langostas fueron soldados diligentes y obedientes bajo el mandato del Señor mismo.
Joel declaró no sólo que Dios había castigado, sino que castigaría nuevamente y con mayor severidad y devastación, a menos que el pueblo se arrepintiera. Usando como incentivo el día del Señor, tanto pasado como futuro, el profeta hizo dos grandes llamamientos al arrepentimiento (1:13-14; 2:12-17). Volverse al Señor era la única esperanza. Era una esperanza real porque Dios no rechaza a aquellos que se vuelven a Él. No sólo va a haber un Israel preservado para el cumplimiento del tiempo del Mesías: también habría un magnifico derramamiento del Espíritu Santo para hacer avanzar el Reino hasta los fines de la tierra.
Amós
La primera mitad del siglo VIII a. C. estuvo marcada por la paz y prosperidad. Sin embargo, hubo tanta corrupción como riqueza. La decadencia moral, social y religiosa fue consumiendo a la nación y eventualmente la destruirían. Ganancias excesivas, injusticias e inmoralidades estaban a la orden del día. El dinero tenía más influencia que la verdad. La pasión egoísta por preservar o incrementar el nivel de vida formó un código ético que se usaba para justificar cualquier medio con tal de conseguir el fin deseado. A pesar de los enormes problemas espirituales, las personas interpretaron su prosperidad como evidencia de la bendición de Dios y dieron por sentado que estaban inmunes a la desaprobación divina. La realidad era que estaban lejos de Dios y que Dios no se complacía en absoluto en ellos. Amós fue llamado por Dios, quien le dio la carga de hacer que la nación se enfrentara con la realidad. Expuso los pecados sociales y religiosos y advirtió sobre el juicio inminente si no se arrepentían genuinamente. Su mensaje subraya la aborrecible naturaleza del pecado y de la muerte espiritual que sólo puede ser remediada haciendo caso a la invitación misericordiosa de Dios de buscarlo a Él para vivir (5:4,6). Cuarenta años después de la predicación de Amós, la nación, que se negó a arrepentirse, cayó bajo el juicio de Dios. Sin embargo, el plan redentor de Dios continuaba en marcha hacia el cumplimiento cierto de lo que Amós señaló: un tiempo en el que tanto gentiles como judíos disfrutarían de las bendiciones del Reino de Cristo (9:11-15). De manera significativa, Santiago apeló a Amós para justificar la inclusión de los gentiles en la iglesia del primer siglo (Hch 15:16-17).
Abdías
Los edomitas eran descendientes de Esaú y enemigos históricos de Israel. El odio se remontaba al conflicto entre Esaú y Jacob y se hizo evidente primero a nivel nacional, cuando Edom impidió el paso de Israel después del éxodo. Aunque Edom nunca fue una amenaza militar seria, siempre estuvieron al lado de los enemigos de Israel. Por consiguiente, se volvieron apropiados representantes de todos los poderes que son hostiles a Dios, Su pueblo y Su reino. El día del Señor se cumplió contra Edom, pero también es un tipo del día contra toda fuerza maligna. La pregunta era si Edom y otros enemigos se librarían del castigo por el comportamiento que tuvieron con el pueblo de Dios. El libro destaca el castigo divino que le tenía que venir a Edom a causa de su orgullo y violencia contra Judá. Abdías subraya la soberanía de Dios de manera que queda claro que aunque el enemigo parecía prosperar, eso era sólo temporal. El Señor es un Dios de justicia moral que a Su tiempo hará justicia a todos los males del mundo. Dios está al control, y tras los bastidores Él obra Su plan y Su pueblo triunfará. La historia de la redención no puede ser frustrada.
Jonás
Mientras que otros profetas menores son principalmente colecciones de oráculos proféticos, Jonás sólo registra un sermón que consiste de cinco palabras hebreas: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (3:4). El libro es más una narrativa profética comparable a las historias de Elías y Eliseo, aunque Jonás no es exactamente un héroe espiritual cuyo ministerio se tenga que emular. El libro narra su extraordinario llamamiento a predicar directamente a un pueblo pagano y su igualmente extraordinario rechazo a obedecer la orden divina.
A pesar de la algunas veces sorprendente trama de la narración, que puede mantener viva la atención hasta del niño más pequeño, el libro desarrolla importantes verdades teológicas. La liberación de Nínive del juicio que se había anunciado por parte de Dios ilustra la gracia soberana de Dios hacia los indignos, así como también Su aceptación del arrepentimiento genuino en respuesta a esta gracia. La salvación de una ciudad con más de ciento veinte mil habitantes fue una sombra del propósito de Dios de incluir a los gentiles en el Reino; en cualquier otro lugar en el Antiguo Testamento los convertidos tenían que ponerse bajo todas las obligaciones del pacto de Israel. Jonás fue un anticipo del gran número de conversiones del día de Pentecostés en el Nuevo Testamento, así como de la decisión del sínodo en Hechos 15 que declaró a los gentiles como parte de la iglesia sin tener que convertirse primero al “judaísmo”.
De manera muy significativa, la experiencia de Jonás dentro del pez prefiguró la muerte y resurrección de Cristo. Cristo fue infinitamente mayor que Jonás, pero ambos fueron señales a sus respectivas generaciones de mensajeros divinamente autorizados por la liberación de la muerte (Mt 12:39-40; 16:4; Lc 11:29). Esta es una razón por la cual defender la historicidad de Jonás en contra de aquellos que dicen que esta historia es alegórica o, en el mejor de los casos, una leyenda para combatir el nacionalismo judío al mostrar la naturaleza inclusiva del amor divino. Puesto que la resurrección de Cristo fue históricamente real, así también lo fue la experiencia de Jonás. El considerar a Jonás como una leyenda pone en peligro al evangelio mismo.
Miqueas
Miqueas fue para el reino del sur lo que Amós fue para el del norte. Los temas y enfoques de estos dos profetas fueron notablemente similares porque los pecados de las dos naciones también fueron prácticamente los mismos. Ganancias excesivas, injusticia e inmoralidad gobernaban aquel tiempo. El dinero era más influyente que la verdad. La pasión egoísta de preservar o aumentar el estilo de vida definió un código ético que justificaba cualquier medio para obtener el fin deseado. La decadencia moral, social y religiosa estaba consumiendo la nación y eventualmente la destruiría.
Miqueas fue un profeta a quien Dios llamó y le dio la carga de hacer que la gente enfrente la realidad de sus pecados y el desagrado de Dios con ellos. Denunció los pecados sociales y religiosos y advirtió del juicio inminente a no ser que hubiera arrepentimiento genuino. En la providencia de Dios, Amós tuvo poco éxito visible y su predicción de juicio llegó en la generación siguiente; mientras que Miqueas, en la misma providencia, vio algunos frutos (Jer 26:18-19) y su predicción de juicio se postergó. El mensaje del evangelio es siempre un sabor de muerte para algunos y de vida para otros. Al final, el juicio llegó, puesto que la nación persistió en el pecado, lo que parecía poner en peligro la promesa de la restauración. Pero el propósito redentor de Dios en el Mesías no podía ser frustrado. Miqueas predice el lugar de nacimiento del Redentor venidero (5:2) y describe el extraordinario cambio que Él traería al mundo (4:1-5). La salvación es posible porque Dios es un Dios que perdona los pecados, arrojándolos a las profundidades del mar (7:18-19).
Nahúm
Aunque no hay referencias explícitas a Cristo en Nahúm, la profecía apunta a Cristo y hace una contribución vital a la progresión de la historia de la redención. Nahúm revela a Dios en términos de justicia, poder y bondad, y entrelaza ingeniosamente el mensaje de juicio y gracia. Su mensaje de consuelo a Israel era que Dios juzgaría a Nínive, una ciudad grande y sangrienta cuyo salvajismo era proverbial tanto en la Escritura como en sus propios registros. Irónicamente, este mensaje de certeza de destrucción de Nínive viene cien años después del mensaje de Jonás a Nínive que trajo la asombrosa muestra de la gracia de Dios de salvar la ciudad a la luz de su arrepentimiento generalizado. El arrepentimiento bajo Jonás fue breve y se olvidó pronto, y ahora Nahúm pronuncia la condenación de esta nueva generación, cuya crasa iniquidad y oposición a Dios no encontraría perdón. Los pecados grandes e impenitentes traen ruina segura. Significativamente, mientras que Jonás predicó su mensaje de juicio amenazador directamente a Nínive, llevándolos a una experiencia con la gracia, no hay indicación de que Nínive haya escuchado la declaración de Nahúm de una certera e irreversible sentencia de condena. Dios es clemente con quien Él es clemente, pero Él retiene Su misericordia de quien Él quiere (Ro 9:14-18). Él es soberano tanto en la gracia como en el juicio. El oráculo de Nahúm contribuye al mensaje redentor destacando la condición desesperada del pecador y advirtiendo a los pecadores de todas las edades a que no jueguen con Dios. Su mensaje es efectivamente un consuelo para los santos por la certeza del plan infalible de Dios y el propósito de la redención. Si Asiria hubiera persistido en su crueldad y oposición a Israel con éxito, la venida del Mesías habría sido puesta en peligro. Tenía que haber un Israel si iba a haber un Cristo, y Dios se aseguró de que el Cristo viniera. Asiria era sólo un miembro más de la simiente de la serpiente que sería derrotada en su hostilidad a la simiente prometida de la mujer (Gn 3:15). Nahúm nos asegura que todo el programa de la redención está en marcha. Que Dios derrote a este enemigo feroz de la gracia apunta directamente al reinado medianero de Cristo que asegura la derrota de todos Sus enemigos: una victoria ganada en la cruz que continúa en la iglesia y que será consumada al final de los tiempos.
Habacuc
Mientras que otros profetas registran sus sermones inspirados, Habacuc registra diálogos entre sí mismo y Dios (oraciones y respuestas) y luego su canto de alabanza y acción de gracias por lo que Dios le había enseñado acerca de la fe. Habacuc, con valiente honestidad, admite sus luchas personales sobre el conflicto y la incongruencia entre lo que creía y lo que veía. En la nación estaban pasando cosas a las que él no encontraba sentido, dado lo que él creía acerca de Dios. Judá era culpable de terribles pecados aparentemente sin consecuencias; parecía que la ley era impotente y la maldad estaba desenfrenada (1:4).
Cuando Dios le aseguró que la justicia estaba viniendo y que iba a usar a los babilonios para castigar a Judá, la lucha del alma de Habacuc se intensificó. No ofreció ninguna defensa para Judá, pero no podía entender cómo o por qué Dios, que era tan puro y santo, podía usar una nación cuya maldad e idolatría excedieron incluso a la de la pecadora Judá. Dios estaba haciendo algo que Habacuc ni entendía ni quería; creó una tensión entre el credo y la experiencia, la fe y la vista. Dios trató misericordiosamente a Habacuc, afirmando en una declaración de extraordinario largo alcance que “el justo por su fe vivirá” (2:4). Esa declaración no sólo resolvió el problema de Habacuc, sino que se convirtió en una proposición íntimamente asociada con la explicación y el avance de la redención tal como se revela en el evangelio. El uso de Pablo de este texto en Ro 1:17 y Gá 3:11 es un componente crucial en su exposición de la gracia salvadora y justificante en Jesucristo. De manera similar, Heb 10:37-38 relaciona el versículo a la fe que persevera en Jesucristo. Significativamente, el versículo fue el grito de batalla de la Reforma. Si 2:4 fuera la única frase en Habacuc, la contribución a la revelación de la redención y a la historia sería excepcional. Pero no es la única contribución.
Aunque disputado, Hab 3:13 probablemente se refiere directamente a Cristo –la palabra traducida “ungido” es Mesías. El contexto es una sinopsis de la historia de la redención que ilustra la derrota de aquellos que son hostiles a Dios y a Su propósito de salvar a Su pueblo. Significativamente, la salvación de Su pueblo está relacionada con la salvación o liberación de Su Mesías y la herida de “la cabeza de la casa de los impíos”. La imagen es una reminiscencia de Gn 3:15, que sintetiza todo el curso del plan de la redención que se consuma en el golpe fatal a la cabeza de la serpiente. A lo largo de la historia, la simiente de la serpiente intentó frustrar la venida de Cristo, pero una y otra vez Dios preservó el linaje que conducía a Cristo y al mismo Cristo. Aunque la forma en que Dios contrarresta la hostilidad está a veces más allá de nuestro entendimiento, Habacuc nos enseña a caminar por la fe y no por la vista.
Sofonías
Sofonías emplea hábilmente la teología del día del Señor en su predicación del evangelio. El día del Señor designa aquellas intervenciones históricas de Dios en el tiempo para cumplir Su propósito de juicio contra los pecadores y de bendición para Su pueblo. El Antiguo Testamento muestra que hubo múltiples días del Señor, todos las cuales apuntaban y fueron tipos (ilustraciones proféticas) del día final que marca la consumación del tiempo, el juicio final de pecadores y la completa salvación de los santos en la segunda venida del Señor Jesús. A tal fin, el mensaje de Sofonías encuentra su referencia última en Cristo.
Este foco dual de juicio y salvación también ilustra qué es predicar todo el consejo de Dios. Las buenas nuevas de salvación son atractivas a causa de las malas noticias del juicio. El mensaje de Sofonías acerca del terror del Señor abrió el camino para un llamamiento al arrepentimiento y para hacer conocer la misericordia de Dios. Su mensaje también anticipa verdades que serán más plenamente desarrolladas y realizadas en el Nuevo Testamento. Su predicación de juicio anticipa la predicación de Cristo, el profeta ideal (Mt 24). Sofonías 2:11 mira al tiempo cuando los gentiles adorarán al Dios verdadero, un tiempo hecho posible por Cristo (Ef 2:14-22) y comenzado en la iglesia del Nuevo Testamento (Gá 3:26-29). El mensaje de Sofonías de juicio y gracia asegura que Dios está en control del tiempo y vindicará Su nombre en la victoria final sobre el pecado y la salvación última para Su pueblo (3:19-20).
Hageo
En el año 537 a. C., Zorobabel –un descendiente de David y antepasado de Jesús– lideró la primera ola de regreso de exiliados a Israel después de la cautividad en Babilonia en respuesta al decreto de Ciro (2Cr 36:22-23; Esd 1:1-4). La cautividad, el punto más bajo en la accidentada historia de Israel, había acabado. Se habían cumplido setenta años de retribución y purificación y un nuevo día estaba naciendo. El pueblo regresó con fe y esperanza de que Dios cumpliría Su promesa de restauración y bendición. Esta fue una generación que vivió en un momento crucial del progresivo e infalible propósito de redención de Dios. Muchas cosas tenían que ser puestas en orden para la aproximación de la encarnación, el punto principal de la historia de la redención en la plenitud del tiempo. De acuerdo a la profecía (Hg 2:9), tenía que haber una Jerusalén y un templo para cuando el Mesías viniese. El asunto principal y prioritario de Zorobabel y del remanente fue reconstruir el templo destruido.
Al principio hubo un gran progreso; había una confiada expectativa de que las promesas de Dios eran ciertas. Pero pronto hubo oposición, comenzando con malentendidos hasta escalada de rumores, acusaciones y amenazas. La oposición se volvió tan intensa que la obra cesó, y después se instalaron la apatía y el descuido acerca del Reino. La pérdida de esperanza y el retraso de la bendición estancaron la obra. Entonces, en el año 520 d. C., Dios levantó a Hageo y a Zacarías para exhortar a la nación a que revaluaran sus prioridades y a que terminaran el templo; esa fue la vital contribución que hizo Hageo para la revelación de la redención. El hecho de que el nombre divino “Jehová”, el cual revela a Dios como el Salvador del pacto, aparezca en treinta y cuatro de los treinta y ocho versículos indica que el tema de la salvación es predominante.
Asimismo, Hageo señala al Mesías venidero, tanto directa como indirectamente, a través de tipologías (ilustraciones proféticas). Aunque es una interpretación en disputa, la profecía de Hageo acerca de la venida del “deseado (o deseo) de todas las naciones” probablemente se refiere al Mesías, cuya presencia física en el templo reconstruido lo llenará con una gloria que superará al templo de Salomón (2:7,9) y es precedido por una alteración divina de todas las cosas (2:6). Significativamente, Heb 12:26 cita a Hg 2:6 en un contexto sobre el rechazo de la Palabra de Dios acerca de Jesús el mediador del nuevo pacto (Heb 12:24). Típicamente, el templo, como símbolo de la morada de Dios con Su pueblo, señala el punto culminante de esta morada en la encarnación del Hijo. También típicamente, Zorobabel prefigura a Cristo. Hg 2:23 dice que él es un anillo de sello, el cual era usado como un sello para asegurar o autenticar. Aunque no fue oficialmente rey, era de la familia real y esperó con expectación la segura venida del Hijo más grande de David, el justo heredero del trono (Ez 21:27). Zorobabel fue el antepasado de Jesús que lo ligaba a David, bien a través de la línea de José por medio de Salomón (Mt 1:12) como de María por medio de Natán (Lc 3:27). Hageo asegura a sus lectores que el Cristo que había de venir vendrá.
Zacarías
Los años de la servidumbre en Babilonia habían pasado, pero el final de los setenta años de cautividad no había dado inicio a la prosperidad y bendición que habían sido anticipadas. Aquellos que regresaron a Israel encontraron oposición de los samaritanos, el país desolado, duro trabajo y adversidades. Aunque regresaron con una esperanza expectante, las circunstancias pronto los abrumaron, la esperanza se marchitó y cesó el progreso hacia la restauración. Pero el templo tenía que estar en pie para la venida del Mesías, por lo que Dios levantó a Hageo y Zacarías para animar al pueblo a trabajar. Sus ministerios combinados funcionaron, pues el segundo templo fue completado en 516/515 a. C. Mientras que Hageo trató el problema directamente, Zacarías buscó incitar al pueblo a reconstruir el templo haciéndoles ver el conjunto del plan de redención de Dios. Logró esto al dirigir su fe a las promesas del pacto de Dios que Él tenía que cumplir acerca de las necesidades físicas en aquel tiempo así como a las promesas espirituales centradas en el Mesías. De manera significativa, el título “Jehová de los ejércitos” aparece aproximadamente cincuenta veces en la profecía. Este título es apropiado, pues designa a Dios como el “Comandante en Jefe” que tiene toda autoridad y poder sobre toda Su creación para cumplir su voluntad. Consiguientemente, cada gran promesa que Él hace es absolutamente segura. Una esperanza confiada en las bendiciones garantizadas del futuro era una motivación eficaz para animar al servicio presente.
El centro del mensaje de esperanza de Zacarías era el Mesías. Sus predicciones específicas y explícitas acerca del Mesías hacen de su profecía una de las más mesiánicas del Antiguo Testamento. Las profecías detallan aspectos de cada una de las funciones mediatoriales del Mesías como profeta, sacerdote y rey. Su oficio profético como representante de Dios es evidente en 13:7, donde el Señor de los ejércitos se refiere al Mesías como “mi pastor”, “compañero mío” (el igual), a quien Él mismo hiere. Mt 26:31 relaciona esto directamente con Cristo en la cruz. También está en paralelo con la exposición de Cristo sobre el buen pastor, donde declara que pone Su vida por las ovejas y que Él y el Padre son uno (Jn 10:30). El ministerio sacerdotal es muy explícito en el significativo título mesiánico, “el Renuevo”, que aparece en 3:8 y 6:12 en analogía con Josué, el sumo sacerdote. El reinado de Cristo se ve en 9:9, la profecía específicamente cumplida en el domingo de ramos. Aspectos del Reino relacionados con la segunda venida de Cristo también son parte de la esperanza (cap. 14). Se identificarán en las notas otros textos mesiánicos específicos, pero está claro que Zacarías debe leerse con la mirada puesta en Cristo.
Malaquías
En el año 520 a. C., Hageo y Zacarías motivaron a un pueblo desanimado a ser diligente en el servicio al Señor. Su proclamación de una era gloriosa mesiánica inspiró a los que habían regresado de Babilonia a reconstruir el templo. Pero ahora han pasado aproximadamente cien años y la nación aún sigue sujeta al mismo poder extranjero y sin ninguna expectativa de un rey sobre el trono de David. El pueblo no estaba experimentando las bendiciones que ellos daban por sentado que Dios les había prometido y que pensaban que las tenían muy merecidas. Su impaciencia hacia Dios aumentaba más y más. Dado que Dios no estaba actuando de acuerdo a su agenda o programa, empezaron a dudar de Su Palabra y Su capacidad para cumplir Su promesa. Desarrollaron ideas gravemente equivocadas acerca de Dios y de la naturaleza de la verdadera adoración: Dios era alguien que les debía cosas y la religión era una manera de manipular a Dios para tener una vida mejor. Con una dialéctica ingeniosa, implacable e irrefutable, Malaquías denunció la religión indigna y la arrogancia de estas personas. Su lógica y precisión son impecables. Dejó claro que la falta de bendición era debida a su falta de vida espiritual y no por infidelidad o injusticia de Dios. Es como si Malaquías, como un patólogo teológico, examinara e identificara las causas y señales de la religión muerta y de la decadencia espiritual. Al hacerlo, deja al descubierto la condición humana que tan desesperadamente necesita el evangelio.
A pesar de que fue escrito hace miles de años, el mensaje de Malaquías es trágicamente relevante. Aunque las mecánicas del culto son diferentes, la misma religión antropocéntrica y mercantilista sigue viva. Una religión superficial, muerta y formalista no puede satisfacer a Dios. La autopsia de la religión muerta, por Malaquías, es un repertorio para los mensajeros de estos días, los cuales deben denunciar el mismo tipo de muerte espiritual, proclamar las mismas advertencias y prescribir el mismo remedio.
Malaquías predicó el evangelio en su plenitud: la condenación de los pecadores y la salvación para los creyentes. La venida del día del Señor convertirá a los malvados en estopa (4:1). Los pecadores no podrán permanecer por sí mismos en aquel día (3:2), pero el destino de los justos será diferente al experimentar la vida a través del Sol de justicia (4:2). Malaquías señaló el propósito infalible de Dios en la elección de un pueblo para ser redimido (1:2-3) –una muestra de Su gracia concedida en Su inmutabilidad (3:6). De manera muy significativa, señaló al mensajero del pacto: el Mesías, quien sería el purificador de Su pueblo (3:1-3) y quien sería precedido por Su mensajero (3:1), el segundo Elías (4:5). Cuando pasamos la página y llegamos al Nuevo Testamento, vemos a Juan el Bautista y a Jesús, tal como Malaquías lo predijo. Dios es fiel a Su promesa.
EL NUEVO TESTAMENTO
Mateo
Mateo se centra en la cristología, como se ve en las siguientes consideraciones. Primero, Mateo muestra cómo Jesús es el Mesías esperado del pueblo de Dios. La cronología del cap. 1 muestra que Jesús pertenecía al linaje real del “rey David” (v. 6). El nacimiento de Jesús perturba al “rey Herodes” (2:3) cuando los escribas hablan de un tiempo cuando saldrá “un guiador, que apacentará a su pueblo Israel” (2:6). En Su bautismo, tentación, enseñanzas y milagros, Cristo anuncia y hace visible el Reino de los cielos. Sobre la cabeza de Jesús, en la cruz, se cuelga una inscripción que anuncia Su reinado (27:37). La comisión final de Jesús a Sus discípulos, en la Gran Comisión, se basa en que Jesús recibió “toda potestad…en el cielo y en la tierra” (28:18). Él es el Rey, el Mesías de Dios que ha venido al mundo a salvar a Su pueblo de sus pecados.
Segundo, como el ungido del Señor, Jesús es también Emanuel, es decir, “Dios con nosotros” (1:23) y “el hijo de David” (1:1). En Su bautismo, los cielos son abiertos y Dios proclama: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (3:17). A través de Su ministerio terrenal, Cristo muestra que el Templo ya no es el lugar del encuentro de Dios con Su pueblo, sino que Dios se comunica con Su pueblo en la persona de Cristo. Mateo destaca cómo el velo del templo se rompió en dos en la muerte de Cristo (27:51). Jesús es Dios morando en medio de Su pueblo.
Tercero, Jesús es el “hijo de Abraham” (1:1). Cristo es la culminación de la promesa de Dios a Abraham de que todas las naciones serían bendecidas a través de Él. Juan el Bautista exhorta a los fariseos a que no dependan de su relación con Abraham, sino que busquen a Dios a través del arrepentimiento (3:8-9). Asimismo, Jesús abre la puerta de la salvación a los gentiles (8:10-12; 15:27-28).
Cuarto, Jesús es el nuevo Moisés. Los muchos discursos, especialmente el Sermón del Monte (caps. 5-7), presentan a Cristo como el Profeta enviado por Dios. Él no tenía que venir a abolir la ley sino a cumplirla (5:17). El Nuevo Pacto no es una abrogación de la ley mosaica. Más bien, la enseñanza de Jesús da la interpretación correcta de la ley mosaica, mostrando la seriedad de las maldiciones y bendiciones. En el monte de la transfiguración, el Padre dice las palabras: “a él oíd” (17:5), que recuerdan las palabras de Moisés acerca del gran Profeta que sería como él mismo, a quien Dios había de levantar (Dt 18:15).
Marcos
Marcos define su trabajo explícitamente como “evangelio” (1:1), lo cual traducido literalmente significa “buenas nuevas”. Mientras que el Evangelio de Mateo presenta varios bloques de la enseñanza de Jesús, las buenas nuevas de Marcos, en su mayoría, no consisten en enseñanza (aunque se ven en 4:1-41; 13:1-37), sino en acción. (Para aquellos que estén interesados en hacer un estudio comparativo de los Evangelios sinópticos: a través de estas notas de estudio en Marcos hay referencias cruzadas de pasajes paralelos en Mateo y Lucas). En otras palabras, el evangelio presentado en Marcos no es un conjunto de principios abstractos, sino la historia de una persona y Sus obras, una historia que se nos explica y presenta como rica tanto en sentido como en importancia para nuestra fe y obediencia. La narrativa de Marcos es apasionante y el autor frecuentemente usa la palabra “inmediatamente” para comunicar la energía con la cual Dios cumplió sus obras divinas a través de Su Hijo. Esta palabra aparece cerca de cuarenta veces, en cada capítulo excepto en los caps. 12, 13 y 16.
Juan el Bautista anunció la venida de Jesús como el cumplimiento de la profecía y llamó al arrepentimiento. Bautizó a Jesús, quien a su vez bautizaría a los creyentes con el Espíritu Santo y con fuego. Jesús fue tentado por el Diablo, pero salió de la tentación predicando el evangelio con poder y realizando milagros. Mientras mostraba la gloria del Reino al enseñar y sanar, la oposición crecía. Entre las controversias sobre el sábado y sobre quién estaba autorizado para perdonar los pecados, algunos lo acusaron de obrar por el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios. Cristo demostró ser el más fuerte que entra en la casa del hombre fuerte y lo ata. Jesús comenzó a enseñar en parábolas, a través de las cuales la distinción entre los que eran de Él (los discípulos) y los que no lo eran se hizo más evidente.
Sin embargo, aun los discípulos eran lentos para entender. La multiplicación de los panes para los cinco mil y para los cuatro mil fueron ocasiones que mostraron la dureza de corazón de los discípulos. Aunque Pedro confesó que Jesucristo era el Hijo de Dios y a pesar de que el Padre mostró la gloria de Cristo en el monte de la transfiguración, los discípulos aún no veían esa gloria, especialmente en lo que tenía que ver con el sufrimiento y la muerte de Cristo. Cristo entró a Jerusalén aclamado como el Hijo de David, pero, de manera enigmática, a los discípulos les menciona la destrucción del templo. El significado del sufrimiento de Cristo se pudo ver cuando fue ungido por María y cuando instituyó la Cena del Señor con Sus discípulos. El arresto, el juicio y la crucifixión de Cristo se sucedieron rápidamente y alcanzaron su punto culminante cuando un centurión romano confesó que Él era el Hijo de Dios (15:39). El Evangelio termina con el relato de la resurrección y la aparición de Cristo, hasta que lo vemos sentado a la diestra de Dios en el cielo (16:19), obrando a través de Sus discípulos mientras estos predicaban y realizaban señales (v. 20).
Lucas
Lucas presenta el ministerio de Jesús como el cumplimiento de la historia de la salvación. A través de la historia de la redención Dios ha estado preparando al mundo para recibir la encarnación de Su Hijo, Jesucristo. Desde el comienzo de la Biblia hasta el final del ministerio de Juan, Dios ha estado prometiendo cumplir Su pacto de redención. Desde que Jesús empezó Su ministerio terrenal hasta Su ministerio celestial (Hechos), Dios ha estado cumpliendo estas promesas que hizo desde el tiempo de Adán y Eva, incluyendo la promesa hecha a Abraham de que todas las naciones serían bendecidas a través de Él (Lc 2:32; 7:1-10; 10:25-37; 24:47). Lucas saca a relucir esto muy claramente en su relato acerca de la persona y obra de Cristo (3:38; 9:20-22). La presentación de Lucas sobre Jesús cumpliendo la historia de la salvación se centra en Sus tres oficios: Profeta, Sacerdote y Rey (ver 1:31-33,69; 4:18,40; 5:13-14; 24:51; etc.).
Lucas no solo muestra que Jesús es la culminación de la historia de la salvación, sino también que toda la revelación previa se centraba en la persona y ministerio de Jesús. Desde Moisés hasta los profetas, todos los autores bíblicos escribieron y testificaron de Jesús. Lucas muestra que toda revelación se hizo para señalar a Jesús al pueblo del pacto de Dios (24:27,44-49). En relación con esto, Lucas retrata a Cristo como el cumplimiento de lo predicho por Dios acerca de Su Siervo (sufriente), Mesías y Profeta (4:18-19; 7:16; 9:7-9,20; 11:47-51; etc.).
Como doctor, Lucas tuvo un interés particular en el ministerio de sanidad de Jesús. El ministerio público de Jesús se preocupaba por sanar a los ciegos y liberar a aquellos que estaban en aflicción (4:18). A través del Evangelio de Lucas, vemos a Jesús sanar a los enfermos, echar fuera demonios, curar diversas enfermedades e incluso hacer que los muertos recuperaran la vida. Posteriormente, Hechos muestra que muchos de estos milagros fueron llevados a cabo por los apóstoles en el poder del Espíritu Santo dado por Jesús. Los milagros y sanidades de Jesús testifican que Él tiene autoridad sobre todas las cosas.
Lucas también hace hincapié en el ministerio de Jesús para con muchos marginados, incluyendo pobres, pecadores y cobradores de impuestos (4:25-27; 8:1-4; 10:30-37; 18:15-17; 19:5; etc.). Más que cualquier otro de los evangelistas, Lucas presta atención al trato de Jesús con las mujeres (p. ej., 7:11-17,36-50; 8:1-3; 10:38-42; 13:11-17; 18:1-8).
El ministerio de Cristo se lleva a cabo a través de la obra del Espíritu Santo. Jesús fue concebido por el Espíritu Santo (1:35) y nació de María la virgen. En Su bautismo, Jesús fue lleno del Espíritu Santo y llevado al desierto por el Espíritu (4:1). Enseñó al pueblo en el poder del Espíritu Santo (4:14) y testificó a las multitudes que el Espíritu del Señor lo había ungido (4:18). Jesús termina Su ministerio terrenal en Lucas ordenando a Sus discípulos que esperen la venida del Espíritu (24:49), quien juega un papel esencial al aplicar la obra de redención a los corazones (1:17; 11:13).
Juan
Llamamos Evangelios sinópticos a los primeros tres Evangelios del Nuevo Testamento porque tienen mucho en común. (La palabra griega synopsis significa “ver juntos”). El Evangelio de Juan es marcadamente diferente de los otros tres, aunque no los contradice. Complementa a los tres Evangelios sinópticos y arroja una luz maravillosa acerca de la persona celestial y gloriosa del Señor Jesucristo.
Jesús de Nazaret es tanto Dios como hombre (1:1,14). Mostró Su gloria por Sus milagros (2:11; 11:39-44) y Su poder para levantar de los muertos (10:17-18; 20:1-31). Reveló Su identidad al enseñar que Él es el Hijo en una relación única con el Padre, al compartir con Él una esencia, poder, conocimiento y vida divinos (1:18; 5:17-20,26; 10:28-30). Él es el Verbo eterno del Padre (1:1) y verlo a Él es ver al Padre (14:9). Por lo tanto, Jesús hace las obras del Padre, tales como el juicio y la resurrección (5:21-22), recibe la adoración como Dios (20:28), no como un rival del Padre, sino como el Único a través del cual podemos conocer y honrar al Padre (5:23; 14:9; 17:3).
Jesús usó ilustraciones simples introducidas por las palabras “yo soy” para enseñarnos algunos aspectos de Su gracia y poder salvadores, por ejemplo: “Yo soy la luz del mundo” (8:12). Aun así, a través de estas sencillas palabras Él comunicó verdades profundas. La repetición de la frase “yo soy” (ego eimi, en griego) en puntos clave de este evangelio identifica a Cristo con Jehová (8:58) el Señor, cuyo nombre significa “Yo soy” (Éx 3:14). En el texto griego, esta frase aparece en labios de Cristo en momentos en los que demostraba Su poder y conocimiento sobrenaturales (4:26; 6:20; 13:19; 18:5-6). Así, cuando Jesús usaba la frase “yo soy” para declarar que Él es el pan de vida; la luz del mundo; la puerta; el buen pastor; la resurrección y la vida; el camino, la verdad y la vida; la vid verdadera (6:35; 8:12; 10:7,11; 11:25; 14:6; 15:1), estaba declarando que Él es la plenitud de Dios que viene a llenar a Su pueblo en todas sus necesidades (4:14; 6:35; 7:37).
Junto con el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo recibe una importante atención en este Evangelio. Jesús habló del Espíritu como “otro Consolador” (14:16), cuyo ministerio será parecido al de Cristo y continuará Su obra después de que Él regrese al Padre (16:7). Jesús dijo que el Espíritu viene del Padre “en mi nombre” (14:26), no como un tercer participante independiente, sino como el único que lleva las cosas que el Hijo recibió del Padre a las almas de los hombres para que Cristo sea glorificado (16:13-14). El Espíritu actúa como el Señor y dador de la vida (6:63), trayendo a los pecadores a un nuevo nacimiento conforme a la voluntad soberana del Espíritu (3:3-8), para que así los malvados se conviertan en adoradores que cambian sus deseos mundanos por la satisfacción eterna en Dios (4:10,14,23-24; 7:37-39). El Espíritu Santo hace esta obra a través de Su Palabra (6:63), pues Él es el Espíritu de verdad (14:17; 15:26; 16:13). Él es el testigo que convence al mundo de su culpa (16:8-11) y el guía que enseña a los creyentes todo el consejo de Dios (16:13). Juan nos da una gloriosa teología de la Trinidad que es profundamente relevante para el evangelismo, la adoración y la vida cristiana.
El Dios trino aparece en el Evangelio de Juan como un Dios misionero. Las extraordinarias enseñanzas de Juan sobre Dios no están en el contexto de un abstracto tratado teológico, sino como las buenas nuevas de la misión divina en un mundo que perece. Esto se ve en el uso que da Juan de dos palabras en griego, ambas traducidas como “enviar” o “enviado” (alrededor de sesenta veces). El Padre envió al Hijo para salvar a los pecadores del mundo (3:16-17; 6:38-39), y el Espíritu unge y asiste a Cristo en Su obra (1:32-33; 3:34). El Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo para revelar y glorificar al Hijo (14:26; 15:26; 16:7). El Hijo también envía a Sus discípulos al mundo para que sean Sus testigos por el poder del Espíritu (15:26-27; 17:18; 20:21-22). Así, la misión de la iglesia es trinitaria y teocéntrica; ella viene de Dios, es llevada a cabo por Dios y tiene por objetivo la gloria de Dios (17:1-5,10).
Aunque el libro contiene muchas enseñanzas grandiosas y trascendentales, también retrata a Jesús de manera muy personal, al presentar Sus conversaciones con algunos individuos. Jesús se reveló a un grupo cada vez más amplio de personas: a Sus primeros discípulos (1:1-51), al rabino Nicodemo (3:1-16), a la mujer samaritana (4:1-54), al hombre del estanque de Betesda (5:1-47), etc. Cuando Cristo habló con la gente, dejó claro que nadie tiene vida eterna sino aquellos que son nacidos de nuevo y tienen fe salvífica en Él. La religión formal por sí misma no le agrada a Dios. El evangelio pide una respuesta personal hacia Jesucristo, como Juan lo establece claramente: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (20:31).
Hechos
Hechos es importante en el canon del Nuevo Testamento porque continúa la narrativa de la obra de Jesús a través de Sus discípulos. Hechos no trata tanto acerca de la obra de los discípulos, sino más bien de la continuación de la obra de Cristo desde Su trono celestial. Hechos revela que Jesús, ahora sentado en gloria, continúa Su obra redentora a través de Su Espíritu y para Su iglesia. Como tal, el libro ofrece una visión única de la vida de la iglesia primitiva y de los primeros movimientos misioneros cuando los apóstoles llevaron la Palabra de Cristo hasta los confines de la tierra.
El Evangelio de Lucas destaca la poderosa obra de Dios en la historia a través de la persona y obra de Jesús. El Evangelio termina y Hechos comienza con la ascensión de Jesús a Su trono celestial. Pero la poderosa obra de salvación de Dios no se detuvo con la ascensión de Jesús. Más bien, el Cristo ascendido ahora actúa poderosamente para salvación por medio de Su iglesia en la tierra. Hechos es un registro de la continuación de la obra de Cristo en y a través de Sus apóstoles, Sus discípulos y Su pueblo.
En el centro del libro de Hechos está la manifestación de Cristo como el Dios glorioso y exaltado sobre todo el mundo. Lucas usa títulos cristológicos específicos para magnificar a Cristo en Su exaltación. Jesús es el Señor y Cristo prometido (2:36); Él es el Juez que ha sido designado para juzgar a los vivos y a los muertos (10:42); Él es el más grande Hijo de David (2:30), el Mesías prometido (5:42); y Él está sentado a la diestra del Padre (7:56). La obra de Cristo estando en la tierra pudo haber terminado, pero no Su obra desde Su estado de exaltación. Es en el nombre de Jesús que los enfermos son sanados (3:6) y Su nombre es el único medio de salvación (4:12). Era necesario para Cristo ascender al Cielo para que pudiera llevar Su ministerio aun estando exaltado en gloria. La ascensión de Jesús a la diestra de Dios y la subsiguiente venida del Espíritu Santo sirvieron como pruebas de la divinidad que Jesús afirmaba. El Padre se complacía con la obra del Hijo y Lo honró enviando al Espíritu prometido (5:30-32).
La exaltación de Cristo está estrechamente relacionada con la observación de que Cristo no obra solo. Después de ascender, Jesús envió a Su Santo Espíritu para que continuara con la obra que había comenzado en Sus discípulos (1:8; 2:30-36; 16:7). El Espíritu Santo vino primero sobre los discípulos (2:1–4), luego sobre los samaritanos (8:17), luego sobre los gentiles (10:46) y luego sobre los discípulos de Juan (19:6). Cada una de estas venidas sucesivas del Espíritu Santo es similar a la venida inicial en Pentecostés, y muestran que a través de la obra realizada por Cristo en Su ascensión por medio de Su Espíritu, las puertas de la salvación quedaron abiertas por igual para toda clase de personas que vengan a Él por fe. De esta manera, el Espíritu obró señales, maravillas y milagros a través de Sus discípulos como evidencia del poder de Cristo que testificaba de Su misión celestial (19:10–11).
Hechos también tiene un objetivo más amplio: el de mostrar las consecuencias del rechazo a gran escala de Jesús en Su ministerio y la inclusión después de Pentecostés de las naciones al redil de la salvación. El libro de Hechos muestra una transición importante en la historia de la redención, trazando la historia desde los comienzos de la iglesia primitiva hasta los días finales de Pablo. Ahora, como lo registra Hechos para nosotros, aquellos que confiesan a Cristo con fe y se unen a la iglesia se convierten en los verdaderos posesores de las promesas del Pacto de Dios. Por la fe, aun los gentiles son injertados en el plan maravilloso de redención y salvación.
LAS EPÍSTOLAS DEL APÓSTOL PABLO
Romanos
La carta declara la intención del apóstol de visitar Roma y provee por adelantado un tratamiento sistemático (1:1–8:39) del evangelio que él predica y para el cual ha sido “separado” (1:1) como apóstol a los gentiles. Hace hincapié en la unidad de los judíos y los gentiles a través de este único evangelio dado por Dios a ambos (1:16: 3:9,29-30; 4:16; 10:19-21; 11:30-31; 15:6, etc.). La carta también da directrices prácticas acerca del fruto adecuado de la fe en Cristo en distintos aspectos de la vida cristiana (12:1–15:21). En la bondad de Dios, hemos recibido la demostración más sistemática y extensa de la verdadera doctrina del evangelio que se encuentra en la inerrante Palabra de Dios. No es sorprendente que Dios haya usado esta parte de Su Palabra cuando trajo el redescubrimiento del verdadero evangelio en la historia, de manera particular en el tiempo de la Reforma.
1 Corintios
Después de que Pablo soportara apaleamientos en Filipos (Hch 16) y desprecio en Atenas (Hch 17), viajó a Corinto (Hch 18) “con debilidad, y mucho temor y temblor” (1Co 2:3). Pablo comenzó a predicar en la sinagoga cada sábado (Hch 18:4) y al enfrentar oposición de los judíos se centró en predicar el evangelio a los gentiles. A pesar del desánimo por la oposición, Pablo vio fruto de la predicación del evangelio. Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en Cristo, y muchos corintios oyeron y creyeron. Pablo recibió mucha confianza y ánimo directamente del Señor, quien exhortó al apóstol a no temer, sino a hablar, “porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad” (Hch 18:10). Pablo permaneció por dieciocho meses enseñándoles. Apolos ministró en Corinto después de que Pablo se hubiera ido a Éfeso. Ciertamente, por el tiempo que Pablo estuvo allí, por el ministerio de Apolos y aun el de Pedro, Pablo esperaba que los creyentes corintios fueran más maduros en su caminar con Dios que lo evidenciado en los informes y preguntas que llegaron a él (como se puede ver en la frase que se repite en la carta “¿No sabéis?” (1Co 3:16; 5:6; 6:2-3,9,15-16,19; 9:13, 24).
Dada la naturaleza del sórdido comportamiento por el que Pablo debe confrontar a los creyentes corintios, la carta comienza sorpresivamente con numerosos elogios y acciones de gracias a Dios por la gracia mostrada a la iglesia en Corinto. Pablo los identifica como iglesia de Dios, santificados en Cristo y llamados a ser santos (1:2). Este saludo establece las bases de cómo Pablo los confrontará a lo largo de todo el libro. Ellos son la iglesia de Dios, apartados por Dios en Cristo para ser santos. Por lo tanto, deben vivir como el pueblo de Dios, como el pueblo del evangelio. En vez de gloriarse en ellos mismos, han de gloriarse en Dios (1:31; 3:21; 4:7). No deben vivir para ellos mismos sino para la gloria de Dios en todas las cosas (10:31), y por el bien de otros, con el amor gobernando todas sus palabras, pensamientos y acciones (cap. 13). En los saludos iniciales y las acciones de gracias, Pablo alaba a Dios sinceramente por la obra de gracia en ellos y les insta a seguir buscando a Cristo, de manera que puedan estar sin mancha en el día del Señor Jesucristo (1:8).
Después de los versículos iniciales, Pablo dirige inmediatamente la atención a las noticias que había oído acerca de las divisiones en la iglesia (1:18–6:20). Había algunos en la iglesia que estaban alentando un espíritu partidista entre Pablo, Apolos y Cefas (Pedro) e incluso un grupo que afirmaba ser de Cristo. Dado que estos hombres predicaban el mismo evangelio y que sus enseñanzas no eran contrarias entre sí, la naturaleza del espíritu partidista no era teológica, sino de personalidad. Pablo refuta la desunión al mencionar las glorias del evangelio de Jesucristo. Aunque necio, ofensivo y débil desde la perspectiva natural del hombre, el evangelio es la sabiduría y el poder de Dios, y es a través de la predicación de la cruz que Dios ha mostrado Su gloria. Pablo desarrolla su argumento hasta su punto culminante al anunciar que los creyentes están por él en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, esto es, justificación, santificación y redención (1:30). Jesucristo lo es todo para el creyente con el resultado de que toda la gloria sea solo para Dios. Un partido divisivo es incompatible con el evangelio de Jesucristo. Pablo muestra que la naturaleza del ministerio del evangelio (caps. 3-4) también erradica la idea de aceptar un espíritu partidista.
La primera carta de Pablo aborda muchos temas que son relevantes para la iglesia de hoy y muestra sabiamente a los creyentes cómo aplicar el evangelio a las circunstancias diarias de la vida.
2 Corintios
El libro comienza con un saludo inicial que es común en las cartas del tiempo de Pablo (1:1-2). Como hizo en 1 Corintios, recuerda a la iglesia que él es apóstol de acuerdo a la voluntad de Dios. Su apostolado había sido cuestionado y ellos se sentían incómodos por las muchas evidencias de debilidad y sufrimiento que Pablo tenía que soportar. La iglesia de Corinto continuaba enamorada de las muestras de éxito y triunfo en el ministerio. Pablo no parecía tener una poderosa historia de éxito espiritual. A pesar de los ataques personales que Pablo recibió, ofrece acción de gracias a Dios, el Padre de misericordias, y el Dios de toda consolación (1:3). Agradece a la iglesia por sus oraciones durante los tiempos de persecución (v. 11).
Después de los elementos introductorios de la carta, Pablo habla inmediatamente sobre sus planes de viaje y el porqué fueron cambiados (1:12–2:13). Algunos en la iglesia acusaban a Pablo de vacilar en sus planes de viaje, diciendo que los cambiaba sin razón. Explica que su deseo era ser de beneficio para ellos (2:15); sin embargo, decidió no visitarlos para no causarles un dolor como el que les causó en su primera visita (vv. 1-4). Más bien, prefirió escribirles y decirles cuánto los amaba (v. 4).
Entonces Pablo centra su atención en la defensa de su ministerio (2:14–7:16). El ministerio del evangelio en esta era presente no siempre parece ser triunfante, sino que frecuentemente se caracteriza por el sufrimiento. Algunos corintios a menudo confundían los beneficios futuros del Reino con el presente. Pablo escribe que los sufrimientos y las pruebas no contradicen la voluntad de Dios en el presente. Dios escogió a débiles vasos de barro para presentar Su evangelio, de manera que quede indudablemente claro que el poder es de Dios y no de los ministros (4:7). Las pruebas y debilidades presentes no son el final de la historia. La leve tribulación es por un momento y los creyentes miran adelante, a un peso de gloria más grande y eterno (v. 17). Sosteniendo al mismo tiempo la dimensión del “ahora” de la redención junto con las bendiciones del “todavía no” de la redención, Pablo da equilibrio a los cristianos y a los ministros que experimentan dificultades y pruebas en esta era presente. Dentro de esta exposición del ministerio, Pablo muestra la superioridad del ministerio del nuevo pacto al compararlo con el ministerio del antiguo pacto (cap. 3). La gloria del ministerio del nuevo pacto reside en la persona de Jesucristo, quien ha venido y cumplido Su obra redentora. Cristo lo es todo en el ministerio del Nuevo Pacto. El amor de Cristo alienta al ministro a resistir las pruebas, incluso el rechazo. La realidad es que Cristo murió y resucitó, constriñendo a Pablo a que predicara la reconciliación (5:11–21).
Pablo anima a la iglesia de Corinto para que complete la ofrenda que se hizo anteriormente para los santos en Jerusalén (caps. 8-9). Les dice que los macedonios han dado generosamente a pesar de sus propias pruebas de tribulaciones y pobreza (8:1–5). Pablo instruye a la iglesia respecto a la manera como deberían dar. Cada persona debería proponer en su corazón dar, no movido por la culpa o por necesidad, o incluso de mala gana, sino con alegría (9:7). Toda dádiva generosa es una respuesta agradecida al don inefable de Dios (v. 15).
El tono de Pablo cambia en los capítulos 10–13. En esta sección se dirige a sus oponentes directamente, confrontándolos con dureza. Algunos condenaban a Pablo por ser atrevido en sus cartas pero débil en persona (cap. 10). Ellos se jactaban en sí mismos y se comparaban con los demás, buscando mostrar su propia superioridad (vv. 12-18). Pablo les habla de la misma manera y les pide que lo toleren por la necedad de gloriarse (11:1). El gloriarse de Pablo es muy diferente a la jactancia de ellos. Él se gloría en sus debilidades, ya que el poder de Dios se manifiesta en la debilidad. Pablo se gloriaría más bien en sus enfermedades para que el poder de Cristo reposara sobre él (12:9-11). Regresa a su punto inicial diciéndoles que él es capaz de gastar y ser gastado por el bien de aquellos que ama, incluso si eso significa que ellos lo amen menos (v. 15). Concluye su epístola con exhortaciones finales, una cálida demostración de amor y una doxología de gracia.
Gálatas
La ocasión del escrito de esta carta fue la insidiosa influencia que estaba siendo ejercida sobre las iglesias de Galacia por la peligrosa enseñanza de los judaizantes. Ellos estaban afirmando que para ser verdaderamente salvo, uno que había profesado fe en Cristo también se tenía que someter a la circuncisión e incluso a toda la ley ceremonial judía. Esta fue la herejía que trataría más tarde el Concilio de Jerusalén (Hch 15), aunque posteriormente seguiría perturbando a las iglesias.
Con autoridad apostólica (1:1, 11-12) y sinceridad amorosa (v. 6; 4:12-20), Pablo presenta las afirmaciones exclusivas del evangelio en contra de cualquier mezcla de ley y evangelio en la justificación. Aun si un ángel de luz enseña cualquier otra cosa fuera del evangelio de Dios que Pablo había traído, dejar el evangelio sería una maldición (1:8-9; 3:10), de la que Cristo libera a todo el que cree (3:13-14). Por fe estamos unidos a Cristo, en Su muerte y resurrección (2:19-20; 5:24). El don de la ley mosaica no ha anulado la doctrina de la justificación solo por la fe que se veía en Abraham, el padre de los creyentes (3:7-9,15-18), sino que más bien sirvió como un ayo para llevar a Cristo (vv. 19-25). Los que han creído probarán que su fe es genuina viviendo por fe en Cristo (2:20), viviendo de esta manera una vida que muestra el fruto del Espíritu (5:22-24; 6:8). No hay otro camino para ser aceptado por Dios que no sea la cruz de Cristo y la fe en Sus méritos (2:16, 21; 6:14).
Efesios
Efesios presenta la teología como doxología, es decir, la verdad de Dios para la adoración de Dios. Es un libro que resuena de alabanza por las riquezas de Dios en Cristo. Su muerte (1:7; 2:13-16; 5:2, 25) y exaltación (1:20-22; 2:5-6; 4:8-10) son los medios para la salvación de todos los que están unidos a Él. Los creyentes tienen en Él toda bendición espiritual (1:3), riquezas de gracia (vv. 7,18; 3:8) que brotan del gran amor de Dios por Su pueblo (2:5). Pablo fuerza el lenguaje para expresar la inefable gloria de Dios (1:19; 2:7; 3:20), que viene a través de Cristo en plenitud (1:23; 3:17; 4:10,13; 5:18). Las riquezas de Dios para Su pueblo consisten particularmente del Espíritu Santo en todos Sus dones y frutos (1:13-14,17; 2:18,22; 3:5,16; 4:3-4,30; 5:9,18; 6:17-18). El libro está profundamente moldeado por la doctrina de la Trinidad, dado que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo operan en armonía para salvar a un pueblo para la gloria de Dios.
De esta manera, Efesios tiene mucho para decir acerca de la iglesia, el cuerpo y la esposa de Jesucristo (1:1,18,23; 2:19-22; 3:6,15, 21; 4:4-16; 5:23, 25-27, 29, 32; 6:18). Ellos son nada menos que el templo del Dios vivo y el escaparate de la gloria de Dios. Como un pueblo con un asombroso privilegio, tienen un alto llamamiento para cumplir (4:1). Este llamamiento sitúa las obligaciones éticas sobre cada dimensión de la vida, como deja claro Pablo en la segunda parte de la epístola. El cuerpo debe estar unido en amor y los santos han de ser santos en conducta (caps. 4-5). La iglesia ha de ser una luz que reprenda las corrupciones del mundo (5:7-14) y un ejército espiritual que permanezca firme en justicia contra las fuerzas demoníacas del mal (6:10-18).
Este fuerte ímpetu moral tiene su base en las doctrinas de la salvación solo por gracia (1-2). Aunque los cristianos fueron antes como el resto del mundo, muertos en el pecado, morando en las tinieblas espirituales y destinados a sufrir la ira de Dios (2:1-3; 4:17-19; 5:5-6), Dios dio a Su pueblo perdón y vida, una vida moldeada y vitalizada por el evangelio de Jesucristo. Ellos son el pueblo que está unido a Cristo, y esta unión, expresada en el frecuente “en él” o “con él”, es central en el mensaje de Pablo. Es el “misterio del evangelio” (6:19), es decir, la verdad secreta planeada por Dios en la eternidad y que ahora es revelada. El misterio es que Dios está uniendo un pueblo de todas las naciones a Su Hijo para que goce de Su amor redentor y comparta Su exaltación como cabeza sobre todas las cosas (1:9-10; 3:3-6,9; 5:29-32). De esta manera, Efesios revela las riquezas de la gracia de Dios en Cristo para el cuerpo de Cristo, los elegidos de entre los judíos y los gentiles. Es un libro de salvación por la gracia sola, en Cristo solo y para la gloria de Dios solamente.
Filipenses
El regreso de Epafrodito a Filipos originó la escritura de Filipenses, ya que Pablo mantenía correspondencia con los cristianos de Filipos a través de él (2:25). A través de la carta, Pablo expresa su amor y sus constantes oraciones por ellos (1:3-8; 4:10). Cuando Pablo escribió, él estaba preso y escribió para informar a los filipenses de su situación presente, y que sus cadenas habían sido para el avance del evangelio (1:12-18). A la luz de los sufrimientos que Dios ordena para Su iglesia (v. 29), Pablo anima a la iglesia a la unidad y a la humildad cristiana (1:27–2:18) y les advierte acerca de los falsos maestros que amenazan la pureza del evangelio al instar a los filipenses a regresar al judaísmo (3:1-21).
Pablo elogió mucho a esta iglesia y los llamó a hacer del conocimiento de Cristo su mayor ambición y a ser más como Él, pues Él es nuestro gozo y nuestra paz. Varios temas contribuyen a este gran río de bienaventuranzas. Primero, Pablo les asegura su amor y sus constantes oraciones a Dios en favor de ellos (1:3-8). Segundo, les escribe acerca de su situación en la cárcel. Recuerda a quienes posiblemente malinterpretaron sus decisiones que lo llevaron a su encarcelamiento que lo que ha ocurrido es para el avance del evangelio (vv. 12-18). Tercero, Pablo anima a la iglesia a luchar por la armonía y la unidad en medio de sus propias dificultades y pruebas, señalándoles a Jesucristo, el ejemplo máximo de humildad y abnegación (1:27-2:18). Cuarto, Pablo alerta a la iglesia acerca de los falsos maestros que amenazan la pureza del evangelio por su vuelta al judaísmo, exhortando a los creyentes a continuar buscando a Cristo y a seguir el patrón dado por el mismo apóstol (3:1-21). Quinto, Pablo expresa su agradecimiento a la iglesia por el donativo que le hicieron (4:10) y los exhorta a recibir a Epafrodito con alegría y a tenerlo en alta estima (2:25-30).
Filipenses recuerda a los cristianos que aunque a menudo se encuentren en circunstancias difíciles, esto no debería hacerles cuestionar el amor y cuidado de Dios. Más bien, las pruebas son usadas para aumentar el testimonio del evangelio y para hacer madurar a los cristianos en su fe y santificación. Pablo recuerda a los creyentes filipenses que Dios no solo ha dado el don de la fe, sino también el don del sufrimiento por Su causa (1:29). Pablo aplica esto a sus propias circunstancias en la cárcel y a las circunstancias de los creyentes a quienes estaba escribiendo. Aunque muchas veces las pruebas tientan a los creyentes a dividirse, Pablo los anima a abrazar el sufrimiento y a entregarse a una vida cristiana abnegada. Si bien la vida cristiana es difícil desde el momento en que comienza la obra de la gracia hasta que esta termina, Pablo expresa la confianza de que la gracia de Dios los sostendrá (v. 6). Pablo también anima a los creyentes a que, a pesar de las dificultades de la vida, el gozo los caracterice. Con el fin de llevar a los cristianos a una mayor semejanza a Cristo, Pablo escribe una de las más hermosas declaraciones cristológicas (2:6-11). Si Cristo, que es Dios, gozosa y humildemente se vistió de humanidad para morir por otros, entonces nosotros también podemos estimar a los demás como superiores a nosotros mismos mientras proseguimos a la meta del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
Colosenses
Si bien Pablo no plantó la iglesia en Colosas ni visitó a los creyentes allí, se preocupó profundamente por la iglesia y recibió noticias acerca de la salud de la misma. Al enterarse de que los falsos maestros amenazaban la pureza del evangelio de la gracia libre, Pablo respondió escribiendo una carta. Aunque sin duda hay dificultades para tener una comprensión completa de la amenaza que los colosenses estaban enfrentado, es evidente que ella exigía la adhesión a ritos externos, y que era según los hombres y contraria a Cristo (2:8,20-21). Pablo responde recordando a la iglesia que Jesucristo es supremo sobre toda la creación y sobre la nueva creación (la iglesia). Por lo tanto, cualquier cosa que reste valor a la supremacía de Cristo debe ser repudiada. Pablo intercede por ellos y los anima a que, en lugar de salirse de la fe que aprendieron de Epafras (1:7), continúen creciendo y siendo llenos del conocimiento de la voluntad de Dios en toda sabiduría e inteligencia espiritual (v. 9).
La vida cristiana se vuelve visible en la vida diaria; es distinta a la del mundo. Sin embargo, tiene que haber un cambio en el corazón antes de que haya un cambio en la vida. Los creyentes colosenses enfrentaban una enseñanza que prometía hacer a la persona más espiritual si seguía ciertas reglas (2:21). Esta enseñanza era contraria al evangelio de Cristo y resultaba en una forma de religión que, si bien podía aparentar ser sabia y humilde (v. 23), amenazaba la suficiencia del evangelio. Por causa de esta amenaza, Pablo escribió a los colosenses para animarlos a continuar en la fe de Cristo que inicialmente habían recibido (v. 6). En lugar de seguir la sabiduría humana, los creyentes deben aferrarse a Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (v. 3).
Por lo tanto, el mayor antídoto en contra de la religión externa es una visión más clara de la persona y la obra de Jesucristo (1:15-22). Ver a Cristo, en quien habita corporalmente la plenitud de la Deidad (v. 19; 2:9), es completamente transformador. Pablo resalta esto en su oración y lo presenta con más detalle en los capítulos 2-3. Conocer la voluntad de Dios, aferrándose a la unión con Cristo en Su muerte y resurrección, y poniendo la mirada en las cosas de arriba donde está Cristo, conduce a la semejanza con Cristo, la cual es la meta de la santificación (3:10). Puesto que Cristo es suficiente tanto para la justificación como para la santificación, el cristiano no debe engañarse a sí mismo conformándose meramente con formas externas de religión. Todo lo que tiene y necesita se encuentra en Cristo. Pablo no deja de recordarles que confiar solamente en Cristo y vivir a la luz de la resurrección no conduce al libertinaje. Más bien, aquellos que están en Cristo, como elegidos de Dios, son santos y viven vidas santas (3:12–4:1). Leer Colosenses y comprender su mensaje lleva al creyente a una experiencia más grande y profunda de las bendiciones en Jesucristo, la imagen visible del Dios invisible.
1 Tesalonicenses
Esta epístola se escribió a la joven iglesia de Tesalónica para que estuvieran seguros de la preocupación afectuosa y sincera de Pablo por el bienestar espiritual y moral de ellos. Al inicio de su carta, Pablo les da seguridad de su “elección de Dios” (1:4), su aprecio por el celo evangelístico que tienen (v. 8), su gratitud por haber recibido el evangelio como procedente de Dios (2:13) y muchas pruebas de su amor y preocupación en oración por ellos (3:9-10). A lo largo de su carta, Pablo se cuida de vindicar sus propios motivos como genuino siervo de Dios (2:1-10) y explica el triste estado de la nación judía de aquel tiempo, desde que fueron expuestos al mensaje del evangelio (vv. 14-16). Hay dos claras ideas que están entretejidas en su epístola: (1) la gran importancia para el creyente de la santidad (4:1-8); y (2) la necesidad de velar y orar de manera que no nos durmamos cuando nuestro Salvador venga a juzgar en justicia a todo el mundo (5:1-8). La epístola es notable por las numerosas exhortaciones básicas con las que concluye (v. 16-22).
Esta epístola refleja el gozo y el alivio de Pablo al oír que los creyentes tesalonicenses estaban firmes: “porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor” (3:8). El apóstol no da una enseñanza teológica detallada en esta carta, aunque sí da una consoladora instrucción sobre el estado de los creyentes después de la muerte y de la felicidad que espera a los creyentes en la segunda venida de Cristo (4:13-18).
2 Tesalonicenses
Esta es una epístola corta, pero contiene enseñanzas muy importantes, tanto teológicas como prácticas. Su objetivo es el de corregir un malentendido, sobre el cual evidentemente se había informado a Pablo, y que había influenciado nocivamente la fe de los creyentes de Tesalónica. El error que Pablo corrige es la idea de que la segunda venida de Cristo era inminente (2:1). Antes de que Cristo regrese, dice Pablo, debe revelarse un notable enemigo de Dios en la etapa de la historia de la iglesia llamado “hombre de pecado” (v. 3). Evidentemente, algunos de los miembros de la iglesia en Tesalónica habían sido tan influenciados por la expectativa de un retorno inmediato de Cristo que ya no trabajaban para sostenerse a sí mismos y a sus familias. Pablo denuncia esto como algo totalmente inmoral. Establece un sano principio: si alguno no trabaja, que no coma (v. 10). Si un miembro de la iglesia no trabaja, está escogiendo pasar hambre, entonces debería ser juzgado como alguien que “anda desordenadamente” (v. 11). A tales personas deberían hacerles sentir vergüenza (v. 14).
1 Timoteo
Pablo anima a Timoteo, quien aparentemente era joven y tímido en aquel tiempo, a cumplir su ministerio con denuedo y perseverancia. Timoteo debe permanecer firme frente a las dificultades. Hay peligros tanto dentro de la iglesia como fuera de ella. Un peligroso grupo de judaizantes estaba intentando imponer el legalismo judío en la iglesia recientemente fundada (1:9), militando contra la doctrina de la gracia libre. Estos eran herejes que promovían “doctrinas de demonios” ligadas a un dualismo filosófico (4:1). Este dualismo aparentemente enseñaba que había dos seres supremos: uno que obraba el bien y otro que obraba el mal. Pablo instruye a Timoteo a que exalte al Dios único y supremo Creador. Satanás es solamente una criatura caída que, aunque está empeñada en destruir y haya sido deformada por el orgullo (3:6), está sujeta a Dios.
Timoteo asimismo debe resistir a aquellos que enseñan doctrinas que menosprecian el valor del cuerpo y que niegan la resurrección física de los muertos. Los tales prohíben el matrimonio e insisten en abstenerse de ciertos alimentos (4:3). Como ministro en Éfeso, Timoteo debe oponerse a todas estas distintas herejías y promover la “sana doctrina” (1:10).
Pablo también muestra a Timoteo cómo la iglesia debería estar organizada adecuadamente. Algunos de los apóstoles ya habían muerto. Pablo explica aquí a Timoteo las directrices para el culto público (cap. 2) y cómo las iglesias deben estar organizadas (cap. 3), después que la supervisión de los apóstoles no estuviera disponible más que en sus testimonios escritos divinamente inspirados.
2 Timoteo
Parece haber similitudes entre las dos cartas escritas a Timoteo. En ambas, Timoteo es animado a ser fuerte, a que organice la vida eclesiástica y a estar alerta contra los falsos maestros. A pesar de que ambas epístolas se centran en animar a Timoteo a ser fiel al Señor, hay, sin embargo, diferencias profundas entre ellas. La primera carta tiene un tono mucho más objetivo y de trabajo, tratando asuntos diferentes en cuanto a la organización y protección de la vida eclesiástica. La segunda es una carta más personal; es el legado espiritual de un amigo y hermano en el Señor que está próximo a morir. Pablo anhela la presencia de Timoteo, repetidamente le pide que vaya y lo visite en sus prisiones (4:9,21).
Tito
Tito era el hombre que Pablo buscaba para las tareas más difíciles, como lo fue la reforma de la doctrina y la vida de la iglesia en Corinto (2Co 2:12-13; 7:6-7,13-15; 8:6,16-17,23-24; 12:18). La iglesia en Creta, una gran isla mediterránea al sur de Grecia, se enfrentaba a numerosos desafíos. Los falsos maestros buscaban dividir a los miembros de la iglesia con el legalismo y las tradiciones de los judíos (1:10,14; 3:9-10), tal vez combinadas con especulaciones filosóficas griegas. Los pecados culturales característicos de los cretenses (1:12) permanecían arraigados en sus corazones.
En respuesta, Pablo da instrucciones a Tito de que instale ancianos piadosos y bien instruidos en cada ciudad y pueblo (1:5-9). El núcleo central de la epístola, entonces, instruye a Tito a que llame a la iglesia a tener una vida de sobriedad y buenas obras arraigadas en la sana doctrina de Cristo (2:1–3:11). Esta epístola es un libro de texto, que trata acerca de distintos grupos y de las doctrinas de la gracia que abarcan la elección eterna para la fe (1:1-2), la salvación por la sola gracia (2:11; 3:4), la redención particular para la santidad por la muerte de Cristo (2:14), la depravación humana (3:3), la regeneración por el Espíritu Santo a través de Cristo (3:5-7) y la venida de Cristo en gloria para bendecir a Sus redimidos (2:13).
Estas doctrinas no son enseñadas solamente de una forma académica, sino con un fundamento espiritual y una raíz viva en la piedad, “lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (2:1). Por tanto, Pablo entrelaza tanto la doctrina como las exhortaciones al autocontrol, la sumisión a las autoridades y el celo por las buenas obras (vv. 2-10,12,14-15; 3:1-2,8). El apóstol creía que la doctrina estimula la piedad en vez de disuadirla.
Filemón
Esta carta, la más corta de todas las epístolas de Pablo, fue dirigida a Filemón, un cristiano que albergaba la iglesia de Colosas en su hogar (v. 2). Onésimo era un esclavo (v. 16). La esclavitud en el imperio romano no era por motivos de raza, pues había esclavos de distintas razas y colores de piel. Los esclavos comprendían entre una quinta y una tercera parte de la población de las ciudades. La esclavitud ligaba legalmente a una persona al servicio de un amo. Su trabajo variaba, desde trabajar en los campos hasta servir como doctores, maestros y contables. Algunos esclavos ahorraban dinero y compraban su libertad. Pablo le pide a Filemón que no castigue a Onésimo por la pérdida económica que causó a su amo al huir, sino que lo reciba en casa como a un hermano en Cristo.
Esta epístola muestra un cálido espíritu fraternal, ya que el gran apóstol no quiso ordenar por derecho, sino apelar al amor (vv. 8-9). También muestra cómo el evangelio y el amor cristiano debilitan las divisiones sociales que apoyaban la esclavitud al hacer hermanos tanto a amos como a esclavos (v. 16).
LAS EPÍSTOLAS GENERALES
Hebreos
Hebreos está escrito para exaltar la persona y obra (especialmente el oficio sacerdotal) de Jesucristo por encima de los tipos y las sombras administrados bajo el pacto mosaico (5:11-14). De esta manera, el autor está haciendo una gran exhortación (13:22; ver también 2:1-4; 3:12; 5:11-14; 12:12-17) a que, puesto que los cristianos tienen un gran Sumo Sacerdote que está sentado a la diestra del Padre en el Cielo (1:1-4; 8:1) y que ha hecho una expiación completa por el pecado, no pueden volver a las formas externas de judaísmo y su culto (3:1-6; 6:1-3; 12:25-29) sin apostatar de la fe.
El libro de Hebreos comienza exaltando a Cristo como la revelación final y completa de Dios para Su pueblo (1:1-4) y como el mediador del nuevo pacto (8:6) –la culminación de la obra de salvación de Dios en la historia (1:1). Dado que los hebreos estaban siendo tentados por una forma de judaísmo que presumiblemente llamaba al pueblo a regresar a las ceremonias mosaicas, el autor presenta un magistral argumento contra la religión externa e invoca constantemente el contenido y simbolismo del Antiguo Testamento.
El autor presenta el testimonio de importantes personajes del Antiguo Testamento: Moisés (3:1-6), Josué (4:8 [ver notas de estudio]), Melquisedec (7:1-10), Aarón (5:1) y los levitas (7:11; 9:25); y de distintos acontecimientos: la creación (2:5–8), el éxodo (3:7-11) y la teofanía en el Monte Sinaí (12:18-25). En cada ocasión el autor subraya la superioridad de Cristo sobre todas las administraciones anteriores (7:7; 10:19-22). De esta manera, la esencia y el carácter de la fe juegan un papel significativo a través de todo el libro de Hebreos, mientras el autor aleja a los lectores de las ceremonias mosaicas y los dirige a la persona y obra de Cristo (11:1-2; 12:1-3). Al mismo tiempo, el pueblo de Dios se ve, en su sufrimiento (10:34), como un pueblo exiliado y errante (4:9), que persigue la grandiosa y gloriosa ciudad celestial (11:10). La trayectoria del argumento del autor es que su congregación pueda ver la gloria de Cristo mientras establece los pasos teológicos y prácticos que el pueblo de Dios debe soportar con el fin de compartir Su gloria perfecta (13:13).
Santiago
Santiago afirma que los tiempos de prueba son buenos para mostrar si nuestra religión es verdadera o falsa.
1. La verdadera religión viene de Dios y se establece en el corazón por la regeneración (1:17). La religión carnal brota del corazón, que da a luz el pecado, y el pecado, la muerte (v. 15).
2. La verdadera religión nace de “la palabra implantada” que salva el alma (v. 21). La religión carnal procede de “la ira del hombre” (v. 20).
3. La verdadera religión, cuando es probada, es paciente, constante y glorifica a Dios (vv. 2-18). La religión vana titubea, es inestable en todo y se desvanece (vv. 2-18).
4. La verdadera religión es la fe que obra a través del amor (2:14-26). Se guarda sin mancha del mundo (1:27), no hace acepción de personas (2:1-3), domina la lengua (3:5-12), se humilla a sí misma ante Dios (4:8-10), depende de Dios (vv. 13-17) y es ferviente en la oración (5:13-20). Por otro lado, la religión vana no obra (2:4-26), promueve la envidia (3:13-18), los deseos (4:1-12) y es disoluta (5:5).
5. La verdadera religión tiene su obra completa (1:4), guía a la paz (3:18) y a los preciosos frutos hasta la segunda venida del Señor (5:7). La religión carnal será juzgada sin misericordia (2:13) y caerá en condenación (5:12).
6. La verdadera religión salva de la muerte (v. 20) y levantará al creyente humilde (4:10). La religión carnal lleva a la muerte (5:20) junto con el Diablo y sus servidores (4:7).
1 Pedro
Pedro comienza esta epístola poniendo ante los ojos de sus lectores los gloriosos privilegios que tienen a través del Evangelio de Cristo. La Iglesia estaba en medio de pruebas, aflicciones y luchas tanto presentes como futuras. Pedro recuerda a los cristianos que no están solos, ya que están siguiendo el sufrimiento de Cristo, y por lo tanto, esa aflicción cristiana se tiene que comprender dentro del contexto del amor de Dios por Su pueblo, el cual comenzó desde antes de la fundación del mundo y continuará en la gloria. Los cristianos sufren precisamente porque son “extranjeros” y peregrinos en este mundo. Los cristianos experimentan sufrimientos porque no pertenecen a este mundo y han de vivir vidas contrarias a los patrones e ideales del mundo; están sufriendo por causa de la justicia (3:14). La vida del cristiano en este mundo ha de estar marcada por el cultivo de una vida de santidad (1:15), creciendo en la gracia y en el conocimiento de Dios (2:2), huyendo de los “deseos carnales que batallan contra el alma” (v. 11) y esperando en oración “el fin de todas las cosas” (4:7). En ninguno de sus sufrimientos los cristianos deben “avergonzarse”, sino encomendar confiadamente sus almas a Dios, como “fiel Creador” (v. 19).
De esta forma, Pedro persigue su objetivo de señalar, por una parte, nuestros gloriosos privilegios y, por otra parte, nuestros deberes como peregrinos, como esposos y esposas, como afligidos por causa de Cristo, como objetos de las críticas y el desprecio del mundo –y, a pesar de todo ello, como herederos de la gloria. En cada capítulo, tras haber mirado a uno u otro de los problemas de la vida del creyente en este mundo, termina con algunas vitales verdades edificantes. El capítulo 1 termina con la inspiración de la Palabra de Dios; el cap. 2, con la seguridad de nuestra alma en el cuidado de Cristo; el cap. 3, con el recordatorio de que Cristo ha ascendido y tiene la autoridad universal sobre los ángeles, así como sobre toda autoridad humana; el cap. 4, con el cuidado de nuestras almas por un fiel Creador; y el cap. 5, con la oración para que Dios, después de que hayamos padecido un poco en este mundo, nos haga perfectos y nos lleve a Su “gloria eterna” (v. 10). El mensaje general es: “¡Alzad los ojos!”.
2 Pedro
Pedro resumió el mensaje doble de esta epístola en sus últimos dos versículos: estar alerta para no dejarse arrastrar por maestros falsos y pecaminosos (3:17; expuesto en los caps. 2-3), y crecer en la gracia y en el conocimiento del Señor (3:18; expuesto en el cap. 1). Es evidente que él había oído que los falsos maestros se habían infiltrado en las iglesias y que estaban propagando su dañina influencia entre el pueblo de Dios. Deseando poner a sus lectores en guardia contra el error teológico propagado por los falsos maestros y profetas (2:1), Pedro les advierte en contra de sus errores. Las falsas doctrinas de estos hombres se centraban en negar el juicio. Pedro no solo defiende el juicio, sino que también pronuncia un juicio terrible contra todo falso maestro. Pedro manifiesta celo por la verdad, exhortando a sus lectores a que no crean sino solamente la Palabra inspirada de Dios, a la que él llama “una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (1:19). La manera de defenderse contra tales herejías es conformarse a las Escrituras, las cuales por sí mismas son suficientes para revelarnos la verdadera naturaleza de Dios. También revelan lo que Dios pide al hombre y las promesas para él, las cuáles serán cumplidas en el día del Señor. Por lo tanto, Pedro insta al pueblo de Dios a alcanzar una madurez plena y a tener la debida diligencia respecto a la salvación de cada uno.
1 Juan
Juan no nombra ninguna iglesia o región a la que escribe. Con Pedro, el apóstol a los judíos, Juan era una columna de la iglesia en Jerusalén (Hch 3:1; 4:13,19; 8:14; Gá 2:8-9). La tradición sitúa su ministerio en Éfeso después de la destrucción de Jerusalén en el 70 d. C. Podría ser que escribiera principalmente a judíos creyentes, puesto que dice que han conocido el mandamiento de Dios “desde el principio”, un periodo de tiempo que se remonta hasta el Génesis (1Jn 1:1; 2:7,13-14; 3:8,11-12).
La epístola de Juan hace frente a una situación en la que los falsos maestros negaban que el hombre Jesús era el Cristo (2:22; 4:1-3; Jn 1:14). En el pensamiento griego, un ser espiritual como Cristo no pudo llegar a tomar carne humana. Esto dio lugar a la herejía del docetismo, que enseñó que Cristo parecía humano pero en realidad era un espíritu. Los falsos maestros pudieron también haber enseñado una forma inicial de gnosticismo, puesto que Ireneo dijo que Juan escribió su Evangelio en contra de la herejía de Cerinto, quien afirmaba que el Espíritu de Cristo vino sobre Jesús en el bautismo pero lo abandonó antes de la crucifixión. Un tal divorcio entre espíritu y cuerpo a menudo implicaba que los hechos del cuerpo no afectaban la vida espiritual; por eso Juan insiste en la conducta recta para contrarrestar estas falsas enseñanzas. Aunque actuaban al principio en la iglesia, los falsos maestros con el tiempo rompían con ella para formar su propio movimiento (1Jn 2:18-19). Esta perturbación en la iglesia sin duda hizo temblar la confianza de los creyentes que quedaron en ella.
Juan respondió a esta crisis escribiendo una carta pastoral en la que delineó una imagen simple pero profunda de la diferencia entre los hijos de Dios y la gente de este mundo. La carta contiene una serie de agudos contrastes: vida versus muerte (1:1-2; 2:25; 3:14-16; 5:11-13,16-17,20), luz versus tinieblas (1:5-7; 2:8-11), verdad versus mentiras (1:6,8; 2:4,8,21-22,27; 3:7,18-19; 4:1,6; 5:6,20), justicia y guardar los mandamientos de Dios versus pecado (2:3-4,7-8,29; 3:3-10,22-24; 4:21-5:3) y amor versus odio (2:9-11; 3:10-18,23; 4:7-12,16-21; 5:1-3).
El mensaje de Juan se centra en la naturaleza de Dios como luz y amor (1:5; 4:8,16), revelada en la persona y obra de Su Hijo. Jesús es tanto el Hijo de Dios como Dios mismo (5:20). Vino en la carne, como un hombre real que pudo ser visto y tocado (1:1; 4:2). El Padre envió a Su Hijo al mundo para dar vida a los pecadores (1:2; 4:9,14; 5:11-12), a pesar de que el mundo odia a Dios (3:13; 4:10). Con la encarnación de Cristo, la luz de Dios brilló en las tinieblas (2:8) y se mostró Su amor (4:9). Cristo trajo un mensaje acerca de Dios (1:5) y ejemplificó ese mensaje en Su propia vida sin pecado (2:1,6,29; 3:5,7). Murió como propiciación por los pecados (2:2; 4:10) para hacer que Su pueblo fuera completamente limpio y perdonado (1:7,9; 2:12) y ahora Él vive para interceder por Su pueblo como su Abogado celestial cuando ellos pecan (v. 1). Hace que los pecadores ciegos conozcan al Dios verdadero (5:20) al dar testimonio el Espíritu en el interior de ellos para que puedan conocer la verdad de Cristo (2:20,27; 4:2,6; 5:6,10). Cristo tiene el poder para vencer al Diablo y destruir el pecado en aquellos que están unidos a Él por la fe (3:5-9; 5:5) al habitar el Espíritu en ellos (3:24; 4:12-13). Un día, Cristo vendrá en gloria para que los malvados sean avergonzados (2:28) y que los hijos de Dios lo vean tal como Él es (3:2).
Juan usa tres expresiones –“nacido de Dios”, “permanecer en él” y “conocerlo”– para describir cómo Dios aplica la obra de Cristo al pecador individual. En el nuevo nacimiento, Dios produce una nueva naturaleza inclinada a la fe, al amor y al actuar rectamente (2:29; 3:8-9; 4:7; 5:1, 4,18). La plantación de la verdad del evangelio en el alma regenerada hace que él ya no niegue su pecaminosidad, sino que confiese sus pecados a Dios (1:8-10). Dios Padre lo hace Su hijo y un extranjero en este mundo (3:1), que está gobernado por el Diablo (vv. 9-10).
La vida cristiana es una vida de “permanecer” –entrando y continuando en unión espiritual con Jesucristo (2:6,10,17). Su Palabra y la unción del Espíritu permanecen en el alma del creyente (vv. 14, 24, 27; 3:9), de manera que él permanece en unión con Dios (4:15-16). La vida y amor de Dios permanecen en el creyente, transformando su alma (2:28-29; 3:6,15,17,24; 4:11-13). El creyente permanece en la iglesia verdadera (2:19) y goza de comunión con Dios, con Cristo y con todos los que andan en la luz (1:3, 7).
Sin embargo, el hijo de Dios todavía peca (1:8-2:1) y posee distintos grados de madurez (2:12-14). Él debe resistir los ídolos seductores de este mundo y vivir para la eternidad (vv. 15-17; 5:21), purificándose a sí mismo de pecado (3:3) y siguiendo las pisadas de Jesús en su abnegación y servicio a los demás (2:6; 3:18). Solo cuando Cristo regrese el cristiano alcanzará la semejanza total con Él (v. 2).
Permanecer en Él no es meramente una experiencia mística, también implica un conocimiento espiritual. Juan repetidamente escribe acerca de “conocer” al Señor de una manera única para los creyentes (2:3-4,13-14,29; 3:1, 6; 4:6, 7-8; 5:20). Este conocimiento incluye entendimiento doctrinal y discernimiento (2:18,20-21; 3:2, 5, 15-16; 4:2, 6, 16; 5:18, 20) y además es un conocimiento experimental con resultados prácticos (2:3-4; 3:6; 4:7-8). El conocimiento espiritual culmina en una seguridad personal de que conocemos a Dios y estamos unidos a Él en Cristo (2:3,5,28-29; 3:14-15,19,24; 4:13; 5:2,13,15,19-20).
De esta manera, Juan presenta un vívido retrato del cristianismo auténtico para que los creyentes puedan conocer que ellos son hijos de Dios, están unidos a Su Hijo y poseen la vida, para su mayor gozo (1.4; 5:13).
2 Juan
La segunda carta de Juan se dirige a la “señora elegida y sus hijos”, lo cual probablemente se refiere a la iglesia y sus miembros –dado que Israel (Is 52:2), la iglesia (Ap 21:9) y las ciudades antiguas (Is 47:1) a menudo eran llamadas como mujeres. Él les muestra que la vida cristiana consiste en verdad y amor (v. 3). La verdad de Dios nos ordena que nos amemos los unos a los otros (v. 5) y hace que el alma produzca este amor (v.1). El amor hace que los líderes cristianos se gocen cuando oyen que la gente está viviendo fielmente en sumisión a la verdad (v. 4). En especial, el amor hace que los cristianos se gocen de estar juntos con otros fieles (v. 12). Sin embargo, Juan advierte que el amor no nos anima a dar la bienvenida a todo maestro, sino a permanecer fieles a la antigua verdad revelada por Dios (v. 6). Las iglesias han de discernir a aquellos que rechazan fundamentalmente la verdad de Dios acerca de Cristo (v.7), estando alertas puesto que ellos amenazan su bienestar eterno (v. 8). Los maestros que no reciben la verdad de Cristo son extraños a Dios y a Su iglesia, y no deben recibir bienvenida o ánimos del pueblo de Dios (vv. 10-11).
3 Juan
Juan escribió esta carta a un cristiano fiel acerca del cual nada conocemos excepto su nombre: Gayo. Este corriente nombre latino pertenecía a otros hombres en el Nuevo Testamento (Hch 19:29; 20:4; Ro 16:23; 1Co 1:14) y a más de un dictador romano. El Gayo a quien Juan amaba no era ningún dictador. Juan lo llama “amado” cuatro veces en esta corta epístola (3Jn 1, 2, 5, 11), un profuso recordatorio de su complacencia en la fidelidad de Gayo. Él es un modelo de prosperidad del alma (v. 2) por el poder de la verdad de Dios (vv. 3-4), lo cual produce como fruto el amor y el apoyo a los misioneros (vv. 5-8).
En contraste tenemos a Diótrefes, un líder en la iglesia local. Mientras los verdaderos siervos del Señor buscan la gloria de Su nombre a través del evangelio (v. 7), Diótrefes buscaba su propia gloria (v. 9). No parece que él fuera un hereje, puesto que Juan no hace mención alguna aquí de la falsa doctrina. Con todo, a pesar de su ortodoxia, la verdad no había entrado en su corazón, y su conducta orgullosa y divisiva daba a entender que no pertenecía a Dios (v. 11). Calumniaba a la iglesia general y no permitía que nadie en su congregación diera la bienvenida a los misioneros cuando viajaban a través de la región (v. 10).
Mientras que la segunda carta de Juan advierte en contra de dar la bienvenida a los falsos maestros, la tercera da una exhortación equilibrada a los creyentes para recibir cálidamente y ayudar a los predicadores que buscan la gloria de Cristo y mantener la comunión con otras congregaciones.
Judas
La carta de Judas exhorta a los creyentes a que contiendan por la fe (v. 3) y se guarden a sí mismos “en el amor de Dios” (v. 21). Judas advierte en contra de los falsos maestros que corrompen el evangelio y niegan a “nuestro Señor Jesucristo” (v. 4), comparándolos con ejemplos del Antiguo Testamento y describiéndolos con fuertes amonestaciones e imágenes muy vívidas (vv. 5-16). Judas anima a los creyentes para que se guarden a sí mismos de apostatar y para que tengan compasión de aquellos que están en peligro (vv. 22-23). La carta comienza y termina con verdades consoladoras acerca de la preservación de los creyentes por Dios y concluye con una bella doxología a “nuestro Salvador” quien “es poderoso para guardaros sin caída” (vv. 24-25).
Teológicamente, Judas principalmente se centra en describir a los falsos maestros y la respuesta cristiana contra ellos (cf. 2Ts 2:10; 2P 2:1-22; 1Jn 2:18-23). El libro enseña las doctrinas gemelas de la preservación de Dios (Jud 1-2,24-25) y la necesidad del creyente de perseverar (vv. 17-23). También enseña la doctrina de Dios –en especial, Su autoridad soberana frente a la rebelión, Su juicio inminente a la impiedad y Su carácter Trino (vv. 20-21). Judas también proporciona una base para hacer apologética cristiana.
Apocalipsis
El mensaje de Apocalipsis es rico y complejo, pero lo podemos resumir en cuatro palabras clave que aparecen a lo largo del libro: trono, Cordero, testimonio y vencer, que representan los temas del reino, Cristo, la proclamación del evangelio y la perseverancia.
Primero, Apocalipsis anuncia el Reino o Reino de Dios (1:9; 11:15,17; 12:10; 19:6). Presenta la historia como dos reinos en guerra (11:7; 12:7,17; 13:7; 16:14; 20:8), una batalla sobre quién tiene la autoridad y el poder para reinar. La palabra griega para trono aparece aproximadamente cuatro docenas de veces en Apocalipsis, más que en cualquier otro libro de la Biblia. Los poderes del mal se sientan en tronos al pretender tener soberanía y usar su fuerza para propagar el mal en el mundo. El trono de Satanás en la tierra amenaza a la iglesia con el sufrimiento y el martirio (2:13) y él comparte su poder demoníaco con los dirigentes malvados de la humanidad (13:2). Pero el trono que domina la perspectiva de Apocalipsis es el trono de Dios, a quien se le llama simplemente “el que está sentado en el trono” (4:2-6,9-10; 5:1,7,13; 6:16; 7:10,15; 11:16; 19:4; 20:11; 21:5). En otras palabras, por naturaleza, Dios reina con poder absoluto. Su decreto (5:1) prevalecerá para castigar a Sus enemigos con Su ira (6:16) y derrocar los tronos de maldad (16:10). Las fuerzas de Satanás solo tienen un poder limitado, que es el que Dios les permite (9:1,4-5), e incluso en su rebelión ellos hacen Su soberana voluntad (17:17). Dios también es soberano en el juicio. Él es el Juez que convoca a toda la humanidad, vivos y muertos, ante Su trono para dar cuenta de sus obras (20:11-12).
La soberanía de Dios es dulce para los santos. El trono de Dios es la fuente de la gracia salvífica para Su pueblo (1:4) y una señal del poder salvífico y la victoria de Cristo (7:17; 12:5). De manera sobresaliente, el trono de Dios se convierte en un símbolo de que Él comparte Su poder y reino con los santos por su unión con Cristo (3:21). Incluso ahora el pueblo de Dios está entronizado en el Cielo (4:4; 11:16: 20:4). Su poder regio garantiza que Él llevará a los suyos a las bendiciones de la nueva creación (21:5). El símbolo de un río que salía del trono muestra que el reinado mismo de Dios sobre Su pueblo será su vida y gozo. Ser gobernado por Aquel que está sentado en el trono es que no haya más maldición, sino salvación de la maldición (22:3). Por tanto, el trono de Dios es el punto en el que converge la alegre adoración de los santos y los ángeles (4:9-11; 5:11-14; 7:9-12,15; 14:3; 19:4; 22:3).
Segundo, en el centro del Apocalipsis el Señor Jesucristo se alza como el mediador de la salvación y del juicio de parte del entronizado Dios. Apocalipsis adorna a Cristo con muchos títulos y símbolos de majestad (especialmente en los caps. 1 y 19), pero Él es principalmente el cordero (veintisiete veces en Apocalipsis). Esta imagen de Su autosacrificio sacerdotal (5:6) basa la salvación en la muerte redentora de Cristo por nuestros pecados (“sangre”, 5:9; 7:14; 12:11; cf. 1:5). Su muerte violenta como un cordero cumplió el decreto eterno de salvación de Dios para Su pueblo elegido (13:8; 21:27). Para ellos, Él es el novio y ellos esperan la boda y la fiesta nupcial del Cordero (19:7,9; 21:9), una imagen de Su amor por la iglesia y Su unión con ella.
Con todo, este título de Cordero está asociado no solo con Su muerte, sino también con Su victoria, poder y gloria (5:6; 7:10,17; 14:1; 17:14). Él aparece incluso en la llamativa frase “La ira del Cordero” (6:16; cf. 14:10). Una cuarta parte de las referencias al Cordero (siete veces) aparecen en la descripción gloriosa de la Nueva Jerusalén (21:9,14,22,23,27; 22:1,3; cf. 7:17). Allí, Él es el marido celestial de la iglesia, el templo eterno, la luz radiante, el rey soberano, la fuente de vida y la bienaventurada visión de gloria. En la eternidad, Cristo será el todo para los creyentes, gracias a que Él murió como un cordero para quitar sus pecados.
Tercero, Dios llama a la iglesia a servir y a sufrir como un testigo profético de Cristo en el mundo. El lenguaje de testimonio, que incluye palabras tales como testificar y testigo (traducido como mártir en 17:6), aparece dieciséis veces en Apocalipsis. El trasfondo de esta idea se encuentra en Isaías, donde el Señor lleva a cabo un pleito judicial contra la nación y llama a Su pueblo como testigo de que solo Él es el Señor y Salvador (Is 43:9-13). La Palabra de Dios es el “testimonio de Jesucristo” (Ap 1:2,9; 12:17; cf. 19:10; 20:4), y Cristo es el preeminente “testigo fiel” (1:5; 3:14; cf. 22:16,20) a quien los creyentes imitan aun hasta la muerte (2:13; 6:9; 12:11; 17:6; 20:4). Mantener el testimonio de Jesús y obedecer las leyes de Dios son las marcas que definen a la verdadera iglesia (12:17). El ministerio profético de la iglesia implica el poder divino y, además, los sufrimientos terrenales (11:3,7). De esta manera, el Apocalipsis es un libro de misiones y de martirio.
Cuarto, el punto principal del mensaje del Apocalipsis es llamar a la iglesia a perseverar en su fe, obediencia y misión por su expectación confiada de la venida de Cristo. Este tema aparece prominentemente en el uso de la palabra vencer (también traducida como victorioso), que aparece diecisiete veces en Apocalipsis. De nuevo Cristo es central en este tema, porque solo Él ha vencido, de tal manera que es digno de ejecutar el decreto de Dios y traer salvación y juicio (5:5). Incluso ahora está conquistando el mundo, cabalgado en las naciones como el guerrero divino para traer la verdad y la justicia a través del evangelio (6:2).
Por su unión con Cristo en la elección eterna de Dios y su llamamiento eficaz, los fieles son partícipes de la victoria de Cristo (17:14). El Diablo y sus siervos malos vencen a la iglesia físicamente (11:7; 13:7), pero los creyentes vencen al mundo espiritualmente adhiriéndose al testimonio del evangelio y tomando sus cruces (12:11), compartiendo el sufrimiento del león que venció al morir como cordero (5:5-6). Por consiguiente, la iglesia puede perseverar en una esperanza gozosa, sabiendo que aquellos que han vencido al mundo a través de la fe en Cristo también compartirán todas las delicias de la nueva creación (2:7,11,17,26; 3:5,12,21) –el gozo de una intimidad infantil con el Dios del pacto (2:1:7). Las visiones de Apocalipsis son muy prácticas, dando consuelo experiencial y resistencia a los guerreros espirituales que huyen de la ciudad de destrucción y luchan en su camino hacia la ciudad celestial.