Romanos 11:33–12:8:
33 ¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos! 34 «¿Quién ha conocido la mente del Señor, o quién ha sido su consejero?» 35 «¿Quién le ha dado primero a Dios, para que luego Dios le pague?» 36 Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén.
1Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. 2 No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta 3 Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado. 4 Pues, así como cada uno de nosotros tiene un solo cuerpo con muchos miembros, y no todos estos miembros desempeñan la misma función, 5 también nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás. 6 Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado. Si el don de alguien es el de profecía, que lo use en proporción con su fe; 7 si es el de prestar un servicio, que lo preste; si es el de enseñar, que enseñe; 8 si es el de animar a otros, que los anime; si es el de socorrer a los necesitados, que dé con generosidad; si es el de dirigir, que dirija con esmero; si es el de mostrar compasión, que lo haga con alegría.
En este pasaje es evidente que Pablo suponía que sus lectores eran parte de un “cuerpo”, que es una de las formas comunes en que el Nuevo Testamento describe a la iglesia. No existe ninguna idea por parte de Jesús, de Pablo o de alguno de los otros autores bíblicos que enseñe que podemos ser discípulos por nuestra cuenta. Llevamos a cabo nuestro llamado siendo miembros de una comunidad de creyentes.
Romanos 12 comienza con el mandato a todos los hermanos de ofrecer sus cuerpos a Dios como sacrificios vivos. Esta dedicación de todo nuestro ser es agradable a Dios, y Él la recibe como un acto de adoración. He escuchado muchas prédicas sobre este texto, y se suele bromear diciendo que el problema con los sacrificios vivos es que ellos siempre están tratando de bajarse del altar. ¡Muy cierto!
Ofrecernos a Dios de esta manera significa que:
- Dejamos de conformarnos a los estándares de este mundo (hábitos, acciones y actitudes que reflejan la vida pasada sin Cristo). Otra traducción dice: “... no adopten las costumbres de este mundo...” (RVC).
- Comenzamos a ser transformados (esta es la palabra metamorfosis que usamos para describir la transformación de una oruga en mariposa) por la renovación de nuestras mentes. Esto se va a lograr a medida que aprendamos a fijar nuestras mentes en Cristo y dejemos que la Palabra de Dios moldee nuestro pensamiento.
- Cuando servimos en la iglesia de Jesús lo hacemos con humildad, no con arrogancia.
_______________
“No existe ninguna idea por parte de Jesús, de Pablo o de alguno de los otros autores bíblicos que enseñe que podamos ser discípulos por nuestra cuenta.”
______________
Pablo después presenta la importante verdad de que si la iglesia es el cuerpo de Cristo, todos somos uno. Sin embargo, al igual que las partes del cuerpo humano, cada miembro tiene una tarea diferente que desempeñar para que el cuerpo esté saludable. Para realizar esas tareas se han dado “dones” a los miembros del cuerpo. Hay varias listas de esos dones en las diferentes cartas a las iglesias. (1 Corintios 12 es otro ejemplo.) Nota que Pablo hace una lista de siete dones básicos en este pasaje:
- Profecía (predicar o proclamar la Palabra de Dios)
- Servicio
- Enseñanza
- Alentar a otros
- Contribuir con dinero
- Liderazgo (administración)
- Mostrar misericordia
¿Crees que puedes aportar en tu iglesia con alguno de estos dones? Esta lista no tiene la intención de proponer los únicos dones que podemos ofrecer a la iglesia, pero sí nos reta a considerar en oración lo que podríamos hacer por la salud de la misma. Muchas veces descubrirás tu don o tus dones a medida que te involucres en los ministerios de tu congregación.