Lo que Dios exige de cada ministro
No importa cuál sea la audiencia
Ya sea que uno ministre en una gran ciudad o en un pequeño pueblo; ya sea que uno esté tratando de alcanzar a la élite cultural o a los analfabetos e indoctos; ya sea que uno esté involucrado en un ministerio de estudiantes o de adultos mayores; ya sea que uno lidere un ministerio de adultos solteros o imparta clases a jóvenes casados; en cualquiera de estos casos, Cristo crucificado debe ser el mensaje dominante. Con voz de trompeta para que todos escuchen, Jesucristo debe ser la nota que resuene en la predicación.
Esta verdad fundacional de Cristo, y Él crucificado, debe estar grabada en el alma de cada predicador. Esto es lo que Dios exige de cada hombre al que Él llama a proclamar Su Palabra. El tema predominante en la predicación debe ser la persona y la obra de Cristo.
Pregunto: ¿este mensaje cristocéntrico describe tu predicación? ¿Eres conocido por proclamar a Cristo, y a Él crucificado? ¿Se resume tu ministerio en esta declaración concisa: predicamos a Cristo, y a Él crucificado?
La preeminencia y centralidad de Jesucristo deben ser una verdad en cada púlpito.
Un camino directo a la cruz
Un gran predicador que proclamó a Cristo crucificado con inigualable éxito fue el ministro británico del siglo diecinueve Charles Haddon Spurgeon. Este “Príncipe de los Predicadores” creía que Cristo debe ser el centro de atención de cada sermón. Cualquiera que fuera su pasaje, Spurgeon anunciaba: “Yo tomo mi texto y me voy directo a la cruz”. En otras palabras, cada vez que se paraba en el púlpito, era persistente en fijar firmemente la atención en Cristo, y en Él crucificado.
Un sermón sin Cristo, insistía Spurgeon, es un sermón sin gracia. Tal sermón, afirmaba él, no tiene ninguna buena noticia que anunciar:
Un sermón sin Cristo es una cosa horrible, espantosa. Es un pozo vacío; una nube sin lluvia; un árbol dos veces muerto, arrancado de raíz. Es algo abominable dar a los hombres piedras en lugar de pan y escorpiones en lugar de huevos, pero es lo que hacen los que no predican a Jesús. ¡Un sermón sin Cristo es como hablar de un pedazo de pan sin nada de harina! ¿Cómo podría alimentar el alma? Los hombres mueren y perecen porque Cristo no está presente.
La predicación que Dios honra
En palabras simples, Dios el Padre honra la predicación que honra a Su Hijo. Si nuestra proclamación se aleja de su glorioso foco, la bendición de Dios se alejará de ella. Dios abandonará la predicación que abandone a Cristo.
Por lo tanto, comprometámonos a predicar a Cristo, y a Él crucificado. Mientras estamos en nuestro púlpito, jamás perdamos de vista la cruz. Prediquemos siempre como si estuviéramos bajo la sombra del Calvario. Cristo crucificado debe permanecer como la materia central de todo lo que decimos.
Lo principal es mantener lo principal como lo principal; y eso sencillamente es predicar a Cristo.
Extraído del libro "La predicación que Dios bendice" de Steve J. Lawson